Después de Guatemala, México tiene el mayor número de kaibiles en el mundo. De los extranjeros que se gradúan en El Infierno, el 30 por ciento son oficiales del Ejército Mexicano y de la Armada de México
La Pólvora, Melchor de Mencos, Petén. Según la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) de México, los primeros mexicanos convertidos en kaibiles se graduaron en 1996; sin embargo, de acuerdo con información de la Escuela de Adiestramiento Kaibil, desde 1987 oficiales de México, Argentina y Panamá reciben este entrenamiento.
De acuerdo con el diagnóstico interno de la Brigada de Guatemala, después de los guatemaltecos, los mexicanos son los que han obtenidos puntajes más altos en el curso kaibil. De estos últimos el de mayor puntaje a la fecha es Enrique Oyarbides, un oficial de la Armada, originario de Campeche, egresado con mil puntos, y Jesús Villar Peguero, del Ejército, ambos graduados en la promoción número 48 del curso Internacional Kaibil en 1997, que incluso en su momento fueron condecorados por el entonces Jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional de Guatemala, Sergio Arnoldo Camargo.
Desde su creación a la fecha, Guatemala ha formado a 4 mil kaibiles, de ellos 99 extranjeros. De los extranjeros graduados más del 30 por ciento son mexicanos. Los otros son de Venezuela (10), Honduras (ocho), Nicaragua (siete), Belice (uno), Estados Unidos (uno), Uruguay (dos), Costa Rica (uno), Colombia (12), Panamá (10) y Argentina (ocho).
Este año dos mexicanos aspiraban graduarse como kaibiles, uno de ellos sufrió demencia y fue dado de baja; el otro aún sigue en El Infierno.
El Infierno del mexicano
“¡Esta es su noche Kaibil, esta es su noche!
¡La ambulancia llegó por usted kaibil, ya lo verá, ya lo verá…!”
Esta noche Rigoberto García se consumirá en la hoguera del Petén. La tradición militar en su familia lo anima convertirse en un soldado de elite.
Es la primera vez que Rigoberto sale de México. Cuando llegó al lugar de la tortura eterna le entregaron su uniforme, un rifle de asalto, su equipo y un casco con el número 14, conocido por la nomenclatura o con el mote de “Mexicano”, hasta que se gradúe y obtenga su número como soldado de elite. Si lo logra, será el kaibil mexicano número 38, el número 21 de la Armada de México.
“¡Corra kaibil, corra, que de todos modos se va a morir corriendo!”, le grita el coronel Hugo Marroquín al mexicano de 24 años de edad, quien recién cumplió los 18 se hizo militar.
Nativo de Lázaro Cárdenas, Michoacán, corre con su fusil en las manos; entre más avanza siente como si las gruesas botas con casquillo en las puntas se volvieran de plomo. Si se retirara el calzado, ni él mismo podría reconocer sus pies que en menos de dos semanas se volvieron una masa deforme que se tiñe de rojo cuando las ámpulas se revientan al más ligero movimiento.
“¡Le tengo una sorpresa tan grande como el mundo, que yo le juro que se va a arrepentir!”, arremete de nuevo el entrenador.
Ni con el cebo de res revuelto con pomada Capen que el subteniente se untó en las plantas de los pies durante más de dos meses, con la finalidad de que se le hiciera un caparazón, logró salvarse de las llagas que producen las horas corriendo y la humedad de la selva que se le cuela entre el hosco calzado militar.
Rigoberto se desliza paso a paso, a ratos veloz, a ratos a trote, intenta concluir los 19 kilómetros que esta madrugada son su misión. Piensa en la hija que recién cumplió un año y que si él se hace kaibil seguro tendrá un mejor puesto en la Marina y ganará más de los 10 mil pesos mensuales que recibe actualmente, con los que ayuda a sus padres y mantiene a su familia.
“¿Dónde está su cuas?... ¿Dónde lo dejó?... ¡Así lo va a dejar él cuando usted se esté muriendo en la montaña!”, gritan los hostigadores por el megáfono que rechina en los oídos de Rigoberto, harto ya del mismo sonido.
“¡Para el kaibil lo posible está hecho y lo imposible se hará. Siempre atacar, siempre avanzar….!”, responde a manera de defensa.
Rigoberto es hábil, busca motivación para seguir corriendo, le pesa el fusil, pero piensa en que sería peor regresar fracasado a su base naval y luego a la casa familiar, donde sus padres aún viven la pena de que el hijo mayor desertara de la milicia. Las deserciones no son para él, piensa el marino García y sigue corriendo.
La noche se presta para amenizar el tortuoso regaño, la azarosa persecución. Del megáfono que portan los hostigadores salen las notas musicales de una grabación en versión de órgano de la pequeña Serenata Nocturna, de Wolfgang Amadeus Mozart: ¿relajamiento y concentración? Ninguno de los aspirantes a kaibil atina a identificar al autor de aquellas notas, pero les refiere a los vendedores de helados en las colonias populares de México y Centroamérica.
Los hostigadores aprovechan el cansancio de sus pupilos y juegan con la mente de aquellos cuerpos que cargan fusiles de asalto y que están a punto del trastorno:
“¡Helados kaibiles, vengan, vengan por sus helados!”
“¡Usted mexicano, venga, venga que aquí le tengo su helado!”
Hostigamiento y música, Mozart vuelto tortura en las interminables noches en la calurosa selva, cuando los jejenes traspasan los uniformes verdi-negros y chupan la sangre de los militares de rostros en su mayoría morenos, hasta volverlos inmunes. A cada regaño, más música y se adereza el tormento.
“¡Ya viene solo, otra vez! ¡El kaibil no abandona al cuas, ya lo verá, ya lo va a ver, ¡cuando usted esté agonizando en la montaña así él lo va a dejar!”
El salvadoreño, su cuas, quedó muy atrás, y por su retraso es que ahora el mexicano sufre el regaño, y la persecución de esos hostigadores que no cesan en su intento de que “voluntariamente” el “Mexicano” pida su baja del curso. Pero Rigoberto sigue sin doblarse aunque las palabras ya le taladran los oídos.
Durante cinco largos años, motivado por dos de sus oficiales, anheló ingresar al curso, y casi no lo creía cuando de entre 65 militares de la Armada de México fue electo para viajar al infierno, así que, piensa, su voluntad puede más que ese tormento.
En la oscuridad de la noche, cuando el camino en la selva es alumbrado con alguna antorcha encendida o con la lámpara de mano que portan los hostigadores para sorprender a alguno infraganti, el traje de camuflaje de Rigoberto delata su estrés y el esfuerzo, porque de tanto sudor la holgada tela que se le pega al cuerpo resalta más sus rígidos huesos.
“¡Si avanzo sígueme, si me detengo aprémiame, si retrocedo mátame!”, grita cuando de nuevo escucha a su lado el ligero ruido de la “pick up” azul marino que a cinco kilómetros por hora se desliza dando tumbos entre la espesa vegetación.
“¡Esta noche usted se muere Mexicano!”
“¡Kaibil!”, grita Rigoberto, el orgullo de su familia, mofándose ante el entrenador guatemalteco que goza al atormentarlo frente a la incómoda visita de la reportera que provocó que “el Mexicano” fuera escogido como blanco de burlas y presiones durante varios días.
A orillas del río Mopan las botas del soldado se hunden en el lodo hasta que su cuerpo queda hasta la cintura sumida en el fango. Esta noche su mente está en el grado máximo de alerta. Aunque la firmeza de su rostro no lo delata, las palpitaciones de su acelerado corazón rompen la aparente quietud de la selva.
A medida que avanza la madrugada en esta tierra hostil, la temperatura desciende súbitamente. El ambiente se torna helado y en las hojas de los árboles pequeñas escarchas casi transparentes comienzan a aparecer. La pesadilla del “Catorce” acaba de empezar. Cuando se hunde en el Mopan el moreno rostro se torna blancuzco, las mejillas se contraen y se le entornan los ojos. Con la mochila a la espalda, encima el fusil y en la cintura el equipo que a estas alturas le pesa como si cargara una tonelada, Rigoberto avanza entre el agua podrida, rocas, troncos muertos, helechos, lirios, cayucos y algunas fieras que camuflageadas pasan muy cerca de él.
Es buen nadador, su familia es porteña, pero aun con un cuarto de vida en la milicia no ha podido vencer a su peor enemigo: padece hipotermia, así que los entrenamientos en estos humedales de inframundo lo matan poco a poco.
“¡Hoy hay bajas, hay bajas!… ¡usted Mexicano se va a morir, ya le tenemos la tumba!” El mayor Marvin Ochoa y el capitán Marco Antonio Castillo, los hostigadores en turno, se ensañan con el “Catorce”, conocen sus debilidades, se aprovechan y quieren conducirlo al fracaso.
“¡Kaibil!”, se defiende.
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