¿Por qué para los lideres norteamericanos y europeos de repente, y con tanta pasión, afloró ese odio visceral hacia Muammar el Kaddafi? ¿Por qué precisamente ahora, cuando el «carismático» coronel reducía una de las habituales revueltas tribales en su país con un mínimo de víctimas, Estados Unidos, la ONU y la Unión Europea se han propuesto deponer su régimen?

Respuestas para estas preguntas no tiene ningún analista occidental.
Tampoco encaja en ninguno de los patrones habituales el comportamiento de la Casa Blanca ni de los políticos europeos, a no ser en el esquema de una demente conspiración.
Las posiciones de Obama e Hilary Clinton, e incluso, su repentino apoyo a las posiciones de Nicolás Sarkozy, demuestran sólo una cosa: que Kaddafi, en el escenario futuro de ellos, está considerado un hombre muerto, pero por alguna razón el libio se niega a aceptar su papel.

Todas las extrañas e ilógicas declaraciones anteriores de los líderes occidentales, muy dispuestos a defender a una «población civil libia», que a su vez, no ha tenido que sufrir en lo absoluto ni por culpa de la revolución, ni por las incursiones aéreas del gobierno, no las acepta prácticamente nadie.
En los mismos Estados Unidos, la población se opone de manera categórica a cualquier tipo de injerencia en los asuntos internos de Libia y el número de los que abogan por acciones militares es realmente ínfimo.

En relación a ello, el Profesor Peter Fiver, un ex asesor de seguridad nacional de George Bush, ha señalado que: «…la nación en lo absoluto está dispuesta para esta nueva guerra, al pueblo norteamericano nadie le ha explicado nada ni se ha promovido ningún tipo de acciones movilizativas en dicha dirección…».
De la misma opinión es incluso, Donald Rumsfeld, el ex Secretario de Defensa, una figura que nunca se ha caracterizado ni por excesos de suavidad o de tendencias pacifistas. Según su criterio, el inicio de operaciones militares contra Libia constituye una suerte de quiebra de la política exterior de los Estados Unidos.

Sería pues muy bueno conocer, que tipo de política exterior propugna el actual inquilino de la Casa Blanca, que ha empujado a los líderes europeos a comprometerse en un complejísimo juego en el norte de África. Y he aquí otra ficha que no encaja, de ninguna manera, pero que le conceden credibilidad a lo dicho por el coronel Kaddafi, es algo que anteriormente no siempre era considerado como cierto en este mundo tan dudoso. Lo cierto que el líder libio en cada una de sus declaraciones repite sistemáticamente, que su enemigo fundamental es Al-Qaeda, sin embargo, paralelo a esto era considerado el sustituto número 1 de Osama Bin Laden tanto por el egipcio Aiman al Zavajiri como por el líder espiritual de dicha agrupación en Afganistán, el libio Abu Yahey al Libi.

Y esto ¿por qué?, es un hecho que el coronel Kaddafi le asestó en varias ocasiones importantes golpes morales y reales a la agrupación Al-Qaeda y hasta prometió convertir a Libia en el lugar más inhóspito para sus combatientes donde sólo podrían encontrar su lecho de muerte, ayudando con esta posición, como ningún otro, a los norteamericanos que combaten en Irak.

Por otra parte resulta, que según un informe del Centro de Investigaciones sobre el Terrorismo, anexo a la Academia Militar de West Point, de cuya existencia estaban muy al tanto desde antes del 2007 en la Casa Blanca, que la abrumadora mayoría de los combatientes extranjeros de la yihad, llegados al territorio de Irak, resultaron originarios de la «patria» de Al-Qaeda, es decir, Arabia Saudita; pero en segundo lugar se encuentran los llegados desde…Libia.

Es decir, que la principal fuente de reclutamiento de muyahidines, los mismos que asesinan a soldados norteamericanos en Irak, se encuentra en Libia, pero no entre los partidarios de Kaddafi, proceden más bien de las regiones orientales de ese país que circundan la ciudad de Bengasi, de donde son las tribus que se oponen al régimen de Kaddafi y con las cuales él se ha enfrentado, tanto por la vía de las armas, que mediante sus políticas sociales de beneficio popular, arrebatándole los recursos financieros a los extremistas islámicos, los mismos que abogaban por recortar el suministro de petróleo a Europa y convertir el país en un Califato ortodoxo.

De esa manera, desde el pequeño poblado de Darna, ubicado al este de Libia, ingresaban en Irak a través de la frontera con Siria más combatientes yidahistas que desde una urbe como Riad [capital de Arabia Saudí]. En sólo un año, desde agosto de 2006 hasta el mismo mes del año siguiente, solamente en uno de los destacamentos de Al-Qaeda, que estaba integrado por 700 combatientes y cuyos documentos cayeron en manos de los norteamericanos, se constató que 112 de ellos, uno de cada cinco de los que declararon su origen nacional, procedía del este de Libia.

«…tengo la esperanza de que estos datos, recopilados como parte de la documentación ocupada a este grupo de combatientes en Irak en la frontera con Siria, expliquen porque no se puede ayudar, y mucho menos entregar armas, a los oponentes de Kaddafi…» declaraba en días pasados el experto de West Point y ex Ranger Andrew Exum, quien además subrayó, que una invasión a Libia tendrá muy graves consecuencias. Exum recordó, que a principios de la década del 90, Kaddafi se vio obligado a aplastar un levantamiento similar en la región del este, sólo que entonces fue considerada una «revolución de islamistas» y ahora han decidido proclamarla como «revolución de demócratas»

Y ¿Quiénes eran los que enviaban combatientes a Irak desde los alrededores de Bengasi?, pues nada menos que una célula local de Al-Qaeda, la «Libyan Islamic Fighting Group» ((LIFG)), la misma que en el año 2009 Kaddafi consiguió literalmente arrancarle al islam carismático y volverla en su contra, al punto de que el líder del LIFG llamó apostatas a Bin Laden y sus seguidores y a Ayman al-Zawahiri lo tildó de tergiversador de las sagradas escrituras, acción con la que Kaddafi redujo literalmente, en un 20%, la fuente de reclutamiento de muyahidines para Irak.

Pero al parecer esto es historia pasada y de muy poca relevancia para Hillary Clinton, la que se reunió en París el 14 de febrero con el líder islamista libio Mahmoud Yibril, un prófugo de la justicia en su país que reside en la capital gala, y quien es uno de los más enconados enemigos del «Coronel». Este encuentro se celebró inmediatamente después de la reunión de representantes del G-8, donde se había decidido la suerte del «antidemocrático» Muammar Kaddafi.

El presidente Nikolás Sarkozy había organizado este encuentro a petición de la Secretaria de Estado, luego de lo cual, el mismo se reunió el 10 de marzo con una representación de la oposición islamista del «Consejo Nacional Libio», residentes igualmente en París, a los que prometió, entre otras cosas, el reconocimiento de París al «gobierno revolucionario» de Bengasi y todo el apoyo político posible. Con promesas del mismo tipo, las autoridades de Gran Bretaña se dirigieron a los opositores de Kaddafi. El 19 de marzo se hizo muy evidente a que tipo de «apoyos» se referían estos gobiernos.

Mientras tanto, ¿qué podría ocurrir en Trípoli? Sin la presencia allí, como ocurrió en Irak, de las tropas norteamericanas o de otros países europeos. Los «demócratas» de seguro se van a dedicar a saquear los bancos y a cometer cualquier tipo de fechoría, sobre todo, contra los fondos personales de Kaddafi, y si estamos hablando, como mínimo, de cientos de millones de dólares en diferentes divisas, metales preciosos y otros tipos de valores, entonces es un peligro.

¿Hacia qué «actividad» se dirigirá este botín «revolucionario»?
¿Al enfrentamiento contra los enemigos del «Califato Mundial» o a la construcción de una sociedad democrática en Libia?
La respuesta es clara, ¿no es así?
Me gustaría recordar, sin embargo, que los ataques terroristas del 11 de septiembre 2001 le costaron a sus organizadores no menos de 400,000 dólares, por lo que con el empleo de los fondos de Kaddafi los norteamericanos podrían recibir de parte de sus «amigos libios» no pocas sorpresas desagradables, sin hablar ya de la cantidad de «regalos» que le esperan a los europeos, quienes todavía se encuentran mucho más cerca del epicentro de la democratización libia.

¿Por qué ocurren estas cosas? La respuesta parece ser evidente y tiene que ver con el papel que se propuso jugar desde la presidencia Barack Obama a partir del mismo momento de su llegada a la Casa Blanca.
Obama se planteó, al parecer, entrar en la historia como el presidente que estableció la paz en el Medio Oriente. Ese rol le gusta y es evidente que avanza impetuoso hacia su objetivo, aunque perdiendo en la misma medida todo contacto con la realidad. La aparición de una súbita cadena de revoluciones en la región, no son meros acontecimientos, de catalizador de sus estallidos han servido situaciones internas muy particulares de cada país. Sin embargo, todos estos estallidos han sido inmediatamente saludados por el gobierno norteamericano, que no bastándole esto hasta ha elogiado la victoria de las fuerzas democráticas encada uno de esos países.

Pero sólo ahora, cuando se comienza a «asentar el polvo» que levantaron estas explosiones, se pueden observar los resultados de esas revoluciones y el espectador sobrio difícilmente pueda considerar que lo que ha ocurrido es una victoria de fuerzas democráticas; y tanto en Egipto como en Túnez, los resultados de la revolución no se inclinan hacia la democracia, lo hacen hacia el Islam radical.

Pero esa información no está al alcance ni de Obama ni de la señora Clinton, la cual anda más preocupada y considera más conveniente dedicarse a que se le recuerde como una «estadista» y no como la esposa de un tal Bill Clinton, cosa que no desea ni considerar, aunque otros lo ignoren.

Por eso la Secretaria de Estado estrecha tranquilamente la mano del representante libio de Al-Qaeda, la misma organización que es responsable de la muerte violenta de más de 3000 ciudadanos estadounidenses, sólo el 11 de septiembre 2001.

Fuente: 20 de marzo de 2011.
http://www.utro.ru/mega/
Traducción de OVB para la Red Voltaire.