Los presidentes de Rusia, Dimitri Medvédev y de Venezuela, Hugo Chávez, durante una reunión de trabajo sobre cooperación entre los dos países.

En el curso de los últimos dos decenios en Rusia se han manifestado dos hechos geopolíticos tan importantes que condicionan muy profundamente tanto la política internacional planetaria, como –teniendo en cuenta un planteo teórico especulativo– los habituales paradigmas interpretativos utilizados por los analistas de cuestiones geopolíticas y geoestratégicas.

Nos referimos, claro está, a la caída de la Unión Soviética y a la reconfiguración geopolítica del área rusa como elemento que constituye el nuevo asentamiento mundial luego de una condición unipolar.

Es necesario señalar de inmediato que la reconfiguración-reconstrucción del espacio geopolítico ruso, iniciado por Putin y ahora continuado por Medvedev, tiene la peculiaridad de iniciarse en un lapso breve –no habían trascurrido diez años de la disolución oficial de la potencia soviética–, si se tienen en cuenta los largos arcos temporales típicos de los ciclos geopolíticos y del contexto económico, político y social, además el psicológico, dentro de cuyo periodo la reconstrucción se ha manifestado.

Todos podemos recordar el profundo estado de postración que sumergió a Moscú a los inicios de los noventas y su consecuencia a nivel mundial por el temor extremo que provocó en los observadores, en los políticos y en los exponentes del mundo de las financias, del comercio y las industrias el vacío producido por la caída vertical del sistema soviético.

El desplome de la URSS, como es notorio, permitió la expansión de la potencia americana en el espacio centro europeo, y centroasiático a lo largo de los años noventas.

Entre las etapas más significativas de la marcha de EEUU hacía oriente podemos recordar: la primera guerra de Golfo (1990-1991), la agresión a Serbia (1999) en el cuadro del la programada desintegración de la confederación yugoslava, la ocupación de Afganistán (2002) la devastación de Iraq (2003).

En paralelo a las acciones bélicas, Wáshington intensificado su esfera de influencias sobre el Viejo Continente por medio de la inclusión en la OTAN de los Países de Europa central, miembros del ex Pacto de Varsovia. La ampliación de la OTAN da inicio, como es sabido, a la inclusión de la Alemania del Este el dia 3 de octubre de 1990; luego de la reunificación de las dos entidades alemanas sigue, el 12 de marzo de 1999, con Polonia, Hungría, la Republica Checa y, el 29 de marzo de 2004, con la inclusión de Eslovaquia, de Rumania, Bulgaria y Eslovenia.

Al ex enemigo soviético no se le ahorra tampoco, aún fuere simbólico, pero geoestratégico y relevante golpe: el 29 de marzo de 2004 hacen parte de la OTAN tres ex Republicas Soviéticas,Estonia, Letonia y Lituania. Recién, el 1º de abril de 2009 entraron Croacia y Albania.

Por primera vez en su historia Europa es rehén por completo de una alianza hegemónica extracontinental. La vuelta al Comando integrado de la OTAN (abril de 2009) de la Francia de Sarkozy constituye, en el orden temporal, el último acto de subordinación europeo a los intereses de Wáshington.

La erosión continua en lo que se comprende como el “exterior cercano” ex soviético por parte de los EEUU, que a continuación, a partir del 2000, inicia la conquista de lo que se entiende como “sociedades civiles” de los países que lo componen. A tal fin, asistimos a la puesta en escena de la estrategia de las “revoluciones coloradas”, cuya finalidad es ubicar un gobierno filo occidental en Serbia (5 de octubre 2000), en Georgia (“Revolución de las Rosas”, 2003-2004), en Ucrania (“Revolución Color Naranja”, 2004), en Kirguizistán (“Revolución de los Tulipanes”, 2005).

La conquista de las sociedades civiles de algunos países, como Georgia y Ucrania, teorizadas por "think tanks" como el Albert Einstein Institute, sobre la base de las indicaciones propuestas por su fundador, el estadounidense Gene Sharp –que parecer financio por el conocidofilántropo y especulador Georges Soros, consejero del actual presidente Obama.

Por un largo decenio parece que el dictado de las reglas de la política y la economía mundial ha sido guiado por los EEUU el sólo sistema occidental. En el trascurso de los años noventas, de hecho, los Estados Unidos, (la hyperpuissance, como los definió con motivada preocupación, un canciller francés, Hubert Vèdrine,, o la “nación necesaria” según una renombraba expresión, mesiánica y arrogante de la secretaria de Estado Madeleine Albright y de su presidente Clinton), impusieron el su criterio unilateral en casi todas las iniciativas políticas, económicas y militares del planeta.

Pero tras la llegada de Putin a la presidencia de la Federación Rusa el cuadro internacional comienza a cambiar.

El primer episodio que se puede valuar como el inicio de la reafirmación de la nueva Rusia en el certamen internacional es tal vez el conectado a las tensiones que emergen en el seno del sistema occidental, por marginarse de la agresiva intervención militar en el Iraq de Saddam Hussein.

En el 2003 París y Berlín se oponen a la voluntad de Wáshington: Moscú se opone y, por momentos, el eje París-Berlín-Moscú parece una alternativa realista al juego unipolar estadounidense. Rusia obtiene un primer gran éxito a causa de la tensión provocada en el campo occidental por la política exterior implementada por el ex agente del KGB.

Rusia, luego del embate soportado en Serbia, comienza a reaccionar. Y en menos de un decenio, reconfirma su rol de Estado "pivot" del espacio euroasiático. Eso fue posible, por cierto, gracias a dos relevantes factores geo- económicos: los concomitantes crecimientos económicos de China y de India.

Los peculiares desarrollos socio-económicos de estos países asiáticos se han integrado coherentemente en las estrategias de sus respetivos gobiernos, deseosos de expandir la esfera de influencia sino-india en Eurasia. Beijing y Nueva Dehli, concientes de poder contribuir a la concreción de un futuro sistema multipolar, y de contar en lo sucesivo con una Rusia fuerte como pilar fundamental de todo entendimiento euroasiático, prudentes, jamás la humillaron, ni siquiera en el periodo más oscuro de su historia.

La plena y veloz reafirmación de Rusia en el tablero mundial, se debe, sin embargo, a las muchas iniciativas puestas en juego por Vladimir Putin. El ex primer ministro del Kremlin consigue en el curso de dos mandatos presidenciales, en el frente interno, reconducir bajo el control del Estado las industrias estratégicas del país, erradicar la criminalidad organizada, contener con firmaza el secesionismo chechenio y daguestano e infundir confianza a la población.

Mientras, en el frente externo, inicia el tejido de una red de relaciones con las repúblicas centroasiáticas, decididas a seguir la sirena estadounidense, y, como prioridad, se ocupa de reanudar sus lazos con China popular. Moscú no descuida tampoco las muchas identidades culturales y religiosas de las poblaciones de las naciones euroasiáticas.

De hecho, en el ámbito de una lógica euroasiática, sensible al encuentro entre las varias civilizaciones del continente en franca oposición a la estrategia Islam-fóbica de los anglos estadounidenses, Putin presenta en la conferencia islámica de Kuala Lumpur en 2003 a Rusia como “defensor histórico del Islam”.

Tal significativa declaración, por cierto, tiene en cuenta que el Islam es la segunda religión de la Federación Rusa (también es la única en expansión en el área rusa) y es el primer paso oficial que llevará a la Rusia a ser miembro observador de la Organización de la Conferencia Islámica (OIC). La tentativa estadounidense de provocar tensiones a partir de identidades locales como “arcos de crisis” a lo largo de las fronteras étnico-religiosas, se controlan con esta mirada a la vez longeva y preventiva de Moscú.

Sobre el plano geoestratégico el Kremlin, conciente de la mira estadounidense en el Asia Central, refuerza la Organización de la Cooperación de Shangai (SCO) de la cual es parte también China popular. La finalidad es volver estable un área considerada insegura por los estrategas de Wáshington, que la definen como la "barriga floja" de Eurasia.

La dirigencia rusa además contribuye, en 2002, a la creación de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva de los países de la Confederación de los Estados independientes (CSTO).

Las dos organizaciones demuestran al mundo – y principalmente a Estados Unidos– que los problemas en materia de seguridad y de defensa de toda el área están bien instalados y que, por eso, no se precisan supervisores o ayudas provenientes de occidente, y, mucho menos, provenientes de la OTAN.

Gracias al despertar del “Oso” ruso, la marcha de los EEUU en Asia Central, parece, por ahora acabada.

Un nuevo ciclo geopolítico se perfila en el horizonte.

Traducción del italiano del periodista Luigi Lovecchio (Suryur).