Los soldados estadounidenses garabatean sobre sus misiles y bombas «Recuerda el 11 de septiembre», antes de enviarlos a abrasar niños iraquíes, algunos de los cuales ni siquiera habían nacido en esa fecha. Donald Rumsfeld habla de nuevas guerras contra Siria, Irán y los terroristas de todo el mundo. Los funcionarios del Pentágono prometen «meter mano» a Corea del Norte, una vez liquidado Irak. Hasta Venezuela se ha convertido en un santuario de «narcoterroristas», según mandos militares de EE UU.
Lo que no aparece en estas belicosas declaraciones de Washington es Al Qaeda, Bin Laden y su red terrorista, los «terroristas originales» que nos vendieron como «la mayor amenaza a la seguridad norteamericana en el nuevo milenio». Han desaparecido de los medios de comunicación de masas tan rápidamente como aparecieron: no hay nuevas conspiraciones, ni ataques inminentes, ni imágenes.
Los soldados estadounidenses garabatean sobre sus misiles y bombas «Recuerda el 11 de septiembre», antes de enviarlos a abrasar niños iraquíes, algunos de los cuales ni siquiera habían nacido en esa fecha. Donald Rumsfeld habla de nuevas guerras contra Siria, Irán y los terroristas de todo el mundo. Los funcionarios del Pentágono prometen «meter mano» a Corea del Norte, una vez liquidado Irak. Hasta Venezuela se ha convertido en un santuario de «narcoterroristas», según mandos militares de EE UU.
Washington prepara nuevas invasiones y bombardeos en todas partes, en una Fase 3 de la lucha contra el terrorismo (la Fase 1 fue Afganistán; la Fase 2, Irak; la Fase 3 promete muchas más guerras).
Lo que no aparece en estas belicosas declaraciones de Washington es Al Qaeda, Bin Laden y su red terrorista, los «terroristas originales» que nos vendieron como «la mayor amenaza a la seguridad norteamericana en el nuevo milenio». Han desaparecido de los medios de comunicación de masas tan rápidamente como aparecieron: no hay nuevas conspiraciones, ni ataques inminentes, ni imágenes.
Algunos críticos de la guerra han señalado que la invasión estadounidense de Irak provocaría el surgimiento de más terroristas y la realización de nuevos ataques terroristas. Pero el Gobierno de Washington ha descartado las nuevas amenazas terroristas potenciales. En determinados casos, simplemente utilizaron idéntico argumento para respaldar sus intenciones de atacar... Siria, Irán o Líbano.
Hay una buena razón que explica la desaparición de Bin Laden y de Al Qaeda del estridente palabrerío de Washington (y, por consiguiente, de los obedientes medios de comunicación de masas): esos infames, omnipresentes y omnipotentes terroristas han sido de utilidad a los fines del gobierno de Bush, a sus objetivos propagandísticos; sirvieron de acicate a la fea mentalidad militarista y racista latente en muchos estadounidenses; y sirvieron para acorralar al Congreso y hacer que suspendiera las garantías constitucionales y diera carta blanca al gobierno Bush. Las imágenes de una poderosa conspiración terrorista árabe-musulmana abonó el terreno para la multiplicación del presupuesto militar, la creación de un aparato interior de seguridad y la movilización del público estadounidense a favor de las conquistas imperiales por las armas.
La conspiración terrorista mundial de los Bin Laden y Al Qaeda preparó a la opinión pública para aceptar el plan Bush de dominación mundial. Luego, fue sustituida por la propaganda masiva contra Irak, sus armas de destrucción masiva y el dictador Sadam Husein, en preparación de la invasión militar de ese país. Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz siguieron las instrucciones del propagandista nazi Joseph Goebbels, quien afirmó que vender una guerra imperialista era fácil: «Todo lo que hay que hacer es hacer creer a la gente que estamos siendo atacados y denunciar a la vez a los pacifistas por su falta de patriotismo y por exponer al país al peligro». Retomando el argumento de Goebbels, Rumsfeld y Wolfowitz proponen conquistar todo el Oriente Próximo con el fin de asegurar los intereses de Washington y Tel Aviv.
Hay muchos problemas políticos graves relacionados con la pretensión de crear regímenes satélites en Oriente Próximo, y uno de ellos, y no el menor, es la justificación original o inicial de la «guerra contra el terrorismo», es decir, la no existencia de un enemigo principal: Al Qaeda . Desde el 11 de septiembre de 2001 no ha habido ningún ataque terrorista de importancia en América del Norte o Europa que haya logrado su objetivo. Han sido invadidos por EE UU dos grandes países musulmanes (Afganistán e Irak), en los que las fuerzas militares han hecho estragos; sus mezquitas han sido destruidas, han sufrido la mutilación y muerte de muchos niños, a la vez que Al Qaeda ha estado totalmente inactiva, no operativa. A pesar de algunas llamadas de Bin Laden a favor de la «yihad» no ha habido acciones violentas contra los intereses estadounidenses ni en los territorios ocupados por Estados Unidos ni en su propio territorio. En otras palabras, no hay signo alguno de actividad de nada que pueda parecerse a un grupo conspirador terrorista organizado y disciplinado.
Casi toda la oposición activa ha tenido su origen en la movilización masiva de ciudadanos unidos en una protesta pacífica, sin la más remota conexión con Bin Laden. A medida que continúa la resistencia iraquí, miles de árabes e iraquíes desean regresar voluntariamente a Irak. No hay un incremento en el número de reclutas de los conspiradores terroristas. Mientras Bagdad se halla en estado de sitio, bombardeada hasta los escombros, los tanques, buques y aviones estadounidenses funcionan con petróleo saudí, argelino y kuwaití. Estos colaboradores árabes y sus pozos petrolíferos no han sufrido ni un solo ataque terrorista atribuible a Al Qaeda.
Una situación como la actual, en la que una supuesta organización terrorista internacional dirigida por un líder implacable no reacciona en el momento de la batalla decisiva y profiere amenazas tremebundas que luego no cumple, nos lleva a la conclusión que dicha organización no existe, que ha sido un invento de los servicios secretos euro-estadounidenses. Como mínimo, podemos llegar a la conclusión de que sea lo que sea lo que se escondía en las cuevas de Afganistán es hoy algo no operativo, incapaz de organizar ninguna actividad de importancia, no digamos ya de llevar a cabo una «guerra santa» generalizada, aun cuando millones de vidas de musulmanes iraquíes se hallen en peligro. Las órdenes de Bin Laden caen en un terreno estéril: entre su mensaje y sus acciones hay una enorme nada. Sin duda, la provocación es bien visible en las televisiones árabes, y la rabia y la indignación son tan notables y universales en los países árabes que es de esperar algún incidente grave. La hipótesis más lógica sería que si no hay organización no puede haber acción. Más concretamente, no hay acción porque Al Qaeda nunca existió como organización terrorista internacional efectiva, ni tampoco ha cobrado vida en unas condiciones de máximo ataque a una población musulmana.
La idea de una «conspiración terrorista internacional» fue un montaje elaborado en Washington, adornado por la belicosa retórica de Bin Laden, líder sin seguidores, creado por los medios de comunicación, incapaz de dirigir un solo ataque terrorista operativo.
Si no hay pruebas de la existencia operativa de Al Qaeda, y si Bin Laden no cuenta con seguidores reales, es evidente que nunca hubo una conspiración terrorista. Esta idea fue todo un montaje de Washington destinado a justificar los planes previamente elaborados por Paul Wolfowitz y Richard Perle (1992, 1998) para conquistar Oriente Próximo.
El hecho de que la «conspiración terrorista internacional» sea un montaje evidente plantea preguntas fundamentales sobre el acontecimiento que dió el pistoletazo de salida de la conquista militar por parte de los Estados Unidos: los atentados del 11 de septiembre.
Es un hecho ya sabido que nunca ha existido una conexión entre Irak y Bin Laden/Al Qaeda, a pesar de los denodados esfuerzos de Colin Powell por convencer al Consejo de Seguridad de la ONU con sus pruebas preparadas.
Y lo que resulta igualmente significativo es que ni los EE UU, ni la ONU, ni Tony Blair, ni los señores de la guerra y el narcotráfico afganos, ni otros aliados de EE UU hayan conseguido presentar pruebas tangibles que relacionen a Bin Laden/Al Qaeda con los ataques terroristas del 11 de septiembre. Ni un mensaje cifrado, correo electrónico, grabación telefónica, video, memorando; nada, a pesar de la montaña de papel de este dossier. La única «prueba» es la ampulosa celebración y el elogio de los atentados del 11 de septiembre por Bin Laden, quien por otra parte ha sido incapaz de organizar ningún tipo de ataque en Estados Unidos o Europa desde entonces. La conclusión lógica es que Bin Laden/Al Qaeda han tenido, como mucho, un papel marginal en el asunto. Lo que sí sabemos es que varios de los terroristas obtuvieron con facilidad en Arabia Saudí visados de entrada múltiple en la embajada de los Estados Unidos en ese país. Y también que al menos dos de los secuestradores de los aviones recibieron formación en bases militares norteamericanas. Y que el FBI y la CIA tuvieron conocimiento previo de los secuestros y que permitieron que los preparativos continuasen. Y que Condoleeza Rice admitió tener noticias de antemano de un «secuestro tradicional» poco antes de que sucediese. Y que las fuerzas aéreas de los EE UU no entraron en acción hasta después de la realización de los atentados. Ahora sabemos que Al Qaeda no tiene capacidad operativa fuera de Afganistán, que Bin Laden es incapaz de llevar a cabo cualquier tipo de ataque efectivo en algún lugar del mundo, y que ningún país del Oriente Próximo ha estado asociado a Bin Laden y Al Qaeda.
Por eliminación, todo ello deja solo tres posibilidades: o bien los secuestradores formaban parte de una célula autónoma que operaba siguiendo sus propias directrices; o bien el ataque terrorista fue organizado por Washington con el fin de poner en marcha sus planes previos de conquista militar de Oriente Próximo; o bien el ataque fue una combinación de ambos supuestos: terroristas autónomos y agentes infiltrados operando según planes propios a cada uno de ellos y con una idea diferente del objetivo de los ataques.
Personalmente, tiendo a aceptar el primer supuesto, si bien no excluyo el tercero. No obstante, lo importante en sentido general no es quién cometió los atentados del 11 de septiembre sino quién los utilizó y cómo lo hizo, y cómo luego condujeron a una serie de montajes políticos concebidos para ampliar los objetivos imperiales de los EE UU. Y al menos podemos decir que los que fabricaron las historias de las armas de destrucción masiva, de que los iraquíes acogerían a los invasores estadounidenses alborozados, de todas esas organizaciones terroristas internacionales, etc., son como mínimo capaces de fabricar la historia del 11 de septiembre. Sin duda, no es accidental que, a pesar de la abundancia de sospechosas «pifias» de los servicios de inteligencia, la comisión de investigación de los hechos del 11 de septiembre, creada por el gobierno de los EE UU, haya desaparecido de las cabeceras de la prensa, no haya celebrado ninguna reunión y probablemente no lo haga nunca. Está de más en esta búsqueda del imperio.
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