Los efectos de las sustancias opiáceas (por ejemplo la morfina, heroína, metadona, etc.) se conocen desde hace muchos años. Su utilización humana con fines muy distintos ha sido tema de debate durante muchos años. Por un lado son considerados como "drogas" de abuso que producen importantes daños personales y sociales de elevado coste en todos los sentidos.

Por otra parte son "medicamentos" casi insustituibles en el tratamiento del dolor. Por ello, el conocimiento de las bases moleculares de la adicción, la tolerancia y el síndrome de abstinencia a opiáceos constituyen un importante campo de trabajo en la investigación biomédica.

El estudio de la tolerancia a opiáceos es de especial relevancia en la aplicación clínica de estos compuestos. Determinados estados de dolor, por ejemplo pacientes con cáncer terminal, requieren de un tratamiento adecuado con morfina. Durante los primeros días de tratamiento la morfina produce los efectos deseados, aliviando un dolor físico difícilmente descriptible con palabras.

Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, el paciente necesita de dosis más altas y administradas cada menos tiempo. El organismo se ha hecho "tolerante" al opiáceo. Su efecto se va haciendo cada vez menor en el cuerpo humano y el fantasma del dolor vuelve a aparecer. Hoy se ha publicado un artículo en la revista Nature (Bohn y cols.; Nature 408, 720-723) en el que se identifica la proteína (o al menos una de ellas) relacionada con la tolerancia a opiáceos. Se trata de la beta-arrestina-2.

Esta proteína constituye una parte del sistema de señales asociado a los receptores a opiáceos y de otros muchos receptores que controlan un buen número de funciones fisiológicas, los receptores acoplados a proteínas G. Su papel es el de "interrumpir" la actividad de dichos receptores cuando han estado funcionando durante un determinado tiempo. Es, por lo tanto, una especie de interruptor biológico que evita que una señal llevada por una hormona tenga efecto más allá de lo que una célula necesita para "darse por enterada" de un determinado mensaje celular.

Este hallazgo tendrá importantes repercusiones en el campo de la terapia del dolor, abriendo una nueva puerta a tratamientos que eviten o reduzcan el fenómeno de tolerancia a opiáceos.