El legado mortal del ganado

No podríamos hablar de civilización humana de no ser por el desarrollo, diversificación y expansión de la producción de alimentos, primero al lograr domesticar cultivos, un proceso que comenzó en el Medio Oriente (Siria, Palestina, Irak, Turquía) hace unos trece mil años y más tarde al lograr domesticar ganado, en esa misma región hace unos diez mil quinientos años. La estabilidad que ofrecía la agricultura y el alto nivel de proteínas que daba el ganado permitieron que las sociedades se volvieran más complejas, que las labores se dividieran y que apareciera una clase burocrática dedicada a administrar bienes y servicios. No obstante, la vida sedentaria trajo de inmediato nuevos peligros. Las enfermedades infecciosas del ganado (sarampión, influenza, tuberculosis, malaria, plaga, cólera y viruela, entre otras) mutaron para atacar al hombre. Las primeras víctimas de las epidemias de origen animal fueron los propios ganaderos; muchos murieron pero los supervivientes lograron volverse inmunes a algunos de estos males, los cuales han sido los peores azotes de la humanidad en la historia hasta antes de la aparición de la medicina moderna.

Encuentro bacteriológico entre dos mundos

La increíble potencia devastadora de los gérmenes vino a ponerse en evidencia con epidemias como la muerte negra, en que la peste bubónica aniquiló a una cuarta parte de la población de Europa entre 1346 y 1352. La peor epidemia de la historia tuvo lugar al término de 1918, cuando la influenza (o gripe española) mató a más de veintiún millones de personas. Las epidemias jugaron un papel fundamental cuando los pueblos que tenían ganado vacuno (por lo que portaban los gérmenes propios de esos animales) chocaron contra pueblos que carecían de éste (y que estaban desprotegidos inmunológicamente). Así, la conquista de América tuvo lugar después de que millones de nativos murieron por los gérmenes (se estima que en uno o dos siglos las epidemias aniquilaron al 95 por ciento de una población cercana a los veinte millones) y no por las armas de los invasores. Tribus enteras en el nuevo mundo, las islas del Pacífico y Oceanía desaparecieron en pocos años tras su primer contacto con los europeos.

Basta considerar que la población nativa de la isla de La española (hoy Haití y la República Dominicana) disminuyó de ocho millones en 1492 a cero en 1535, de acuerdo con Jared Diamond.

Comienzo de la era del bioterror

No pasó demasiado tiempo para que alguien tuviera la idea de usar gérmenes infecciosos como armas. De esa manera se ha documentado que los asirios envenenaban pozos con un hongo del centeno en el siglo VI a.c., que los tártaros lanzaron cuerpos infestados de la plaga dentro de la ciudad crimea de Kaffa en 1346, y se sabe que durante la guerra de 1754 a 1767, colonos blancos de Norteamérica repartieron cobijas que habían sido usadas por pacientes enfermos de viruela a los "indios beligerantes" que deseaban exterminar. Más tarde los japoneses experimentaron ampliamente con agentes patógenos en la región de Manchuria. Desde 1932 hasta el fin de la segunda guerra mundial, Japón se embarcó en un ambicioso proyecto bacteriológico al mando de Shiri Ishii, quien dirigía un centro de investigación en Harbin, China, así como varias zonas rurales donde hacían pruebas en humanos y tres institutos científicos especializados. Los japoneses fueron pioneros en el uso de armas bacteriológicas a gran escala. Su programa contaba con ciento cincuenta edificios, tres mil científicos y técnicos quienes contaminaron a miles de prisioneros con shigela, peste, meningitis y ántrax, entre otras cosas, además de que bombardearon media docena de pueblos con hasta quince millones de pulgas contaminadas de peste bubónica. Sin duda los gérmenes son relativamente más baratos que los explosivos de alto poder y son fáciles de cultivar. No obstante, aun con la tecnología actual las armas bacteriológicas son extraordinariamente difíciles de controlar, son inestables y presentan una variedad de problemas para ser proyectadas, diseminadas y almacenadas.

Violadores de pactos

Tanto los rusos como los estadounidenses se comprometieron a eliminar sus programas ofensivos de armas bacteriológicas al suscribir la convención de 1972 (al cual se adhieren casi todas las naciones). No obstante, ambos han violado el tratado prácticamente desde que lo firmaron, argumentando que su trabajo en el campo tiene fines defensivos. Los soviéticos comenzaron a expandir sus programas de armas bacteriológicas en 1973 hasta que, en 1979, tuvieron el equivalente a un Chernobyl biológico, cuando contaminaron la ciudad de Sverdlosk con ántrax, causando un número indeterminado de muertes (el cual quizá llegó a varios centenares). Ningún otro programa superó las ambiciones niponas hasta que la Unión Soviética desarrolló la red de centros de investigación Biopreparat, que consistía en dieciocho institutos, seis plantas de producción de bacterias, complejos de almacenamiento de patógenos en Siberia y la isla de pruebas Vozrozhdeniye. Los rusos tuvieron éxito con numerosos agentes "convencionales", como ántrax, tularemia y fiebre Q, las cuales son efectivas pero no se contagian de una persona a otra; además hicieron armas con viruela, la cual es extremadamente contagiosa y altamente mortal.

También exploraron otras enfermedades más exóticas como el virus de Marburg, ébola y otras fiebres hemorrágicas. A partir de 1983 comenzaron a manipular genéticamente diversas bacterias y virus para hacerlos más resistentes, más mortíferos y para producir quimeras aterradoras como el ébola-viruela.

Amenaza real e imaginaria

Meses antes de los ataques del 11 de septiembre, los medios estadunidenses estaban obsesionados con el bioterrorismo. Se repetía constantemente que cualquier terrorista medianamente competente armado con unas cucharaditas de ciertos agentes patógenos podía eliminar a media humanidad.

Aparentemente, esta epidemia histérica fue desatada por el libro de 1987, America the Vulnerable, de Neil C. Livingstone, quien afirmaba que fabricar armas biológicas era tan fácil como preparar cerveza y menos peligroso que hacer heroína. A pesar de ser una tremenda exageración -ya que obtener grandes cantidades de un patógeno puro de alta calidad, almacenarlo, estabilizarlo y especialmente lanzarlo, son tareas extremadamente complejas-, esta idea fue adoptada por el ex secretario de defensa William Cohen, quien la popularizó y volvió dogma oficial. De acuerdo con las especulaciones del gobierno de Clinton, un ataque con ántrax en Washington provocaría alrededor de tres millones de muertes. Esto es muy poco probable considerando que en Sverdlovsk, en 1979, hubo una fuga de ántrax de calidad militar que duró varias horas y afectó a la población vecina. De ser acertada la estimación estadunidense, el pueblo hubiera sido arrasado; en cambio, fallecieron sesenta y ocho personas, de acuerdo con fuentes relativamente fidedignas. Desde la segunda guerra mundial se sabe que las armas biológicas pueden funcionar, pero fue hasta los noventa que el bioterror se volvió la pesadilla de moda. Así, cuando las esporas del bacilo del ántrax que venían en un sobre mataron a un fotógrafo de un tabloide en Palm Beach, Florida, parecía que finalmente se cumplía la muy anunciada profecía apocalíptica de los medios.

Terror de cosecha local

"La segunda oleada de terror", como la denominó George W. Bush, fue un aparente diluvio de envoltorios y paquetes enviados por correo y mensajería, a partir del 11de septiembre, que venían cargados con polvos blancos. La mayoría de los polvos eran inofensivos pero algunos sí eran ántrax y hasta el momento cuatro personas han perdido la vida. Este ataque difícilmente podría rastrearse hasta Kabul y, de hecho, todo parece señalar que el ántrax es de producción local y es distribuido por militantes de la extrema derecha, entre los que se cuentan numerosos elementos que han trabajado, por su cuenta y en el gobierno, con armas biológicas. Una evidencia sería que más de doscientos paquetes de FedEx llenos de polvo blanco han llegado a clínicas de planeación familiar y grupos de defensa del aborto en todo el país, los cuales llevan años recibiendo este tipo de regalos. Otra prueba es que el ántrax usado contra del senador demócrata, Tom Daschle ,y el periodista de nbc, Tom Brokaw, era de manufactura militar y de la más alta calidad, lo que significa que las esporas eran muy letales, homogéneas, tenían el tamaño perfecto para penetrar muy profundo en los pulmones, eran extremadamente volátiles y no tenían cargas electrostáticas (de manera que no se "pegan" a ninguna superficie).

Tratados virtuales

El 4 de septiembre pasado, una semana exactamente antes de los trágicos atentados en contra del World Trade Center y el Pentágono, apareció en la primera plana de The New York Times un artículo en el que se revelaba que Estados Unidos había "estirado los límites" del tratado de 1972 que limita la posesión, desarrollo, producción y uso de armas biológicas (suscrito por 143 naciones), ya que habían fabricado una bomba bacteriológica soviética. La necesidad de mantener en secreto este proyecto supuestamente defensivo, denominado Clear Vision, era la razón por la que el gobierno de George W. Bush se había negado a firmar meses antes una propuesta para dar al tratado de 1972 los mecanismos necesarios para poder verificar que los signatarios cumplan con la ley. La negativa de Bush, junto con su decisión de renunciar al tratado de no proliferación de armas atómicas y de no firmar el acuerdo de Kyoto para limitar los gases de efecto invernadero, creó una atmósfera de aislamiento en Washington que súbitamente se evaporó con los llamados a la unidad internacional que hizo Bush tras los ataques ("quien no está con nosotros, está con los terroristas"). La firma de este tratado no es un antídoto milagroso contra el bioterror, así como tampoco lo son los equipos que verifican el cumplimiento de los acuerdos internacionales, ya que, como se demostró hace poco, los especialistas de las Naciones Unidas que cumplían esas funciones en Irak eran en realidad espías. Pero ante la ausencia de un tratado internacional efectivo veremos a Estados Unidos utilizar el pretexto de las armas biológicas para amenazar, hostigar y en un momento dado bombardear a sus enemigos. Esto fue evidente el 19 de noviembre, cuando Bush acusó a Irán, Irak, Siria, Libia, Sudán y Corea del Norte de desarrollar este tipo de armas.

Gérmenes industriales

En 1934, el periodista británico Wickham Steed publicó que los alemanes habían experimentado disparando miles de millones de bacterias (micrococcus prodigiosus, un germen inofensivo que tiene un tinte rojo característico que la hace fácil de rastrear) con aerosoles en el metro parisino.

El artículo causó conmoción y, aunque nunca se comprobó si tales experimentos tuvieron lugar, los reportes motivaron al gobierno del Reino Unido a lanzar su propio programa de armas bacteriológicas (ab). Lo cierto es que, entre todas sus infamias, la Alemania nazi nunca tuvo un programa de armas biológicas serio, de acuerdo con algunos historiadores, debido a que el propio Hitler se opuso. No obstante, Inglaterra se valió de esa supuesta amenaza para convertirse en el primer país europeo en experimentar a gran escala con ab, para lo que el ministerio de la defensa designó la isla de Gruinard como área prohibida, pagaron quinientas libras a sus propietarios y establecieron una modesta base en 1942.

El 15 de julio de ese año tuvo lugar el primer experimento exitoso de Occidente con ab. Quince borregos encerrados en cajas fueron expuestos a la explosión de una bomba que contenía esporas de ántrax; tres días después sólo sobrevivían dos. En esa isla, científicos británicos desarrollaron y probaron varios patógenos y estudiaron diferentes tipos de bombas y la manera de evitar que el agente se destruyera en la explosión. En ese tiempo, los agentes biológicos se cultivaban en pequeñas muestras en vasos de Petri (como lo hacían los canadienses en su propia isla biotóxica: Grosse); en Gruinard comenzaron a cultivar gérmenes en latones de leche.

Poco después serían los estadounidenses quienes producirían agentes por toneladas en un aeropuerto militar abandonado en Maryland: el ahora tristemente célebre Detrick Field. Poco después, la División de Proyectos Especiales del Ejército estadounidense decidió convertir una fábrica de municiones convencionales en Vigo, Indiana, para manufacturar bombas con ántrax. Estas instalaciones fueron adaptadas para producir 240 mil galones de ántrax. Ed Regis señala en su libro The Biology of Doom, que esta fue la línea de producción de bacterias más grande de la historia. Las obras en Vigo comenzaron en mayo de 1944; lamentablemente para los bioguerreros, la línea de producción aún no estaba lista en junio de 1945 y la guerra terminó en septiembre, por lo que no tuvieron tiempo de usar sus miles de galones de patógenos.

Efecto bumerang

En 1946, los directores científicos y de operaciones de Detrick elaboraron el documento "Implicaciones de la guerra biológica", en el cual planteaban que hacer ab era fácil, barato y extremadamente mortal, por lo que cualquier nación enemiga de Estados Unidos podía lanzar ataques devastadores con una inversión muy modesta. Pero elaborar agentes patógenos es todo menos fácil: con una simplicidad extraordinaria un cultivo se puede contaminar y, en vez de bacterias asesinas, uno puede terminar con tanques llenos de bacilos inofensivos; asimismo, es una tarea muy delicada esterilizar y controlar los desechos (desde los cuerpos de los animales usados hasta el mismo aire que sale de la fábrica) para no contaminar los alrededores de la zona. Pero si la línea de producción implica una infinidad de problemas, las pruebas en cámaras especiales o al aire libre pueden dar lugar a desastrosas epidemias boomerang. La evidencia de que no es nada simple usar ab es que ningún ejército las ha utilizado fuera de ataques secretos y limitados, y grupos terroristas extremadamente sofisticados en el terreno tecnológico como el japonés Aum Shinrikyo (quienes en 1995 llevaron a cabo el ataque con gas sarin en el metro de Tokio) trataron inútilmente de usar patógenos para matar a miles o de ser posible a millones. Lo cierto es que alguien puede obtener agentes patógenos producidos por las grandes potencias para usarlos para sus propios fines, como parece ser el caso del ántrax que ha circulado por correo recientemente.

Experimentos afganos

Entre las evidencias ofrecidas para demostrar que las huestes de Osama bin Laden estaban desarrollando armas bacteriológicas, oficiales del Pentágono declararon que afuera de ciertas cuevas afganas había animales muertos amarrados a postes y se infería que habían sido víctimas de patógenos. Cualquiera que tenga una vaga noción de cómo se conducen hasta las más rudimentarias pruebas de armas bacteriológica, se dará cuenta de que o bien esta información es falsa o es una estupidez. Y de ser cierta, lo mejor que hubiera podido hacer el Tío Sam era dejar que los guerreros de Al Qaeda se dieran vuelo experimentado. Ni siquiera a un terrorista sacado de una película de serie B se le ocurriría probar agentes biológicos en un animal amarrado a la entrada de su cueva, a menos que tuviera ganas de compartir la suerte de su conejillo de indias.