Así califica un corresponsal acreditado en La Habana la recepción que ofreció por la fecha del 4 de Julio la señora Vicky Huddleston. Encargada de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en Cuba.

El periodista, que trabaja para una importante agencia extranjera- y que prefiere el anonimato -nos envió a Radio-Miami una extensa información, al estilo de las crónicas sociales de otras épocas, en la que describe con lujo de detalles el inusual acontecimiento.

Comienza señalando que la fastuosa residencia en la vive la anfitriona esta situada en el que fuera el aristocrático Country Club de Miramar, construida en el año 1941, para que sirviera de casa de descanso al el entonces Presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt, quien nunca la utilizó con motivo del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Globos rojos blancos y azules adornaban la entrada de la mansión, flanqueada por dos Infantes de Marina que con aire de "pundonorosos" militares - todos los militares son pundonorosos en las crónicas sociales- colocaban diligentemente una banderita americana en la solapa del saco de cada uno de los 500 invitados que eran recibidos en los amplios jardines de la residencia por la propia señora Embajadora.

Diplomáticos, periodistas, representantes religiosos y los llamados "dirigentes" de la oposición cubana - estos en un primer plano - comieron y bebieron por todo lo alto, cada uno con su insignia de las barras y las estrellas en las solapas de sus sacos.

A cada invitado se le obsequiaba una bolsa de regalo, envuelta en los colores de la enseña norteamericana, que contenía un pequeño radio sintonizado en la frecuencia de la emisora Radio-Martí. Nuestro corresponsal clandestino - a manera de Duende travieso - pudo escuchar cuando uno de los más conocidos "disidentes" le soplaba al odio a otro opositor. Le decía: "Abrí el cartucho y aparte de la jiña del radiecito, no hay más ná" .Parece que el hombre esperaba encontrar en la bolsa otro regalo más generoso de tan poderoso y rico país anfitrión.

Para animar la recepción estaba programada la actuación del trompetista cubano "El Greco" cuyos nombres es José Miguel Crego Castro, cuyo segundo apellido no era nada querido por la concurrencia. Pero en fin, a falta de Fidel no podía fallar un Castro en la fiesta, nos dice con ironía nuestro colaborador anónimo. Y para interpretar el himno nacional de los Estados Unidos, de Washington voló directamente a La Habana el pianista norteamericano John Eaton.

El suculento banquete preparado por el Chef de la Embajadora era más que abundante: Pizza a la americana, lechón asado a la cubana, camarones a la parrilla y pollos al pincho, con exquisitos postres al final. La bebida fue importada de Los Estados Unidos: Cerveza de la marca Budweiser y ron Bacardí, como para molestar a los cubanos por ser esa empresa la madre de la Ley Helms-Burton.

A la hora de los discursos habló la señora Embajadora. Fue breve y en español.
A las nueve y media de la noche se encendió un televisor de pantalla gigante que presentó a la concurrencia - vía satélite- los fuegos artificiosos que se estaban desarrollando en Washington para indicar que "se acabó lo que se daba."

En la terraza - observa nuestro corresponsal para terminar sus crónicas - aullaba como un lobo rebelde en protesta, el perro de la señora Embajadora al que ella puso por nombre José Martí. ¿Ignorancia o qué? ¡La última ofensa!

Así terminó esta fiesta con Bacardí.