La afición por la cocina popular seguramente fue en mí una vocación temprana. Recuerdo que en junio de 1980, para celebrar el día del maestro, organicé un festival de cultura en El Prado de Cochabamba, que incluyó una novedad: enganchamos a todos los boliches circundantes para que rescaten una tradición cochabambina: el guiador.

El guiador es heredero de las tapas españolas y hermano de la botana mexicana: es una muestra gratis de la cocina popular que las antiguas chicheras invitaban a sus clientes. De modo que, por primera vez en El Prado, se hicieron presentes el habas pejtu y el fidius uchu, la sajta de papalisa y el chajchu, el lluspichi y el mondongo, como cortesía de la casa. Pero la hazaña me valió una crítica precursora de otras que me confinan al tema culinario, como si no pudiera escribir sobre mil otros pinches temas.

Resulta que, muy temprano, apareció mi invitado de honor, Jesús Lara, con su figura silente y adusta, y se sentó en uno de los bancos para esperar la ceremonia. Me acerqué a saludarlo y le dije que a las diez podría servirse lo que quisiera, y completamente gratis. Me miró desde su hestatura hespiritual (como diría Cortázar) y agarra ¿no? Y me dice: «Usted en comer nomás piensa». Dulce destino que arrastro hasta hoy. Justamente por eso, a más de veinte años de la anécdota, mi carnal Jaime Paz me pidió consejos para su programa de gobierno y allí surgió en mi memoria la figura lanuda y corpulenta del yak. Corrí a un café internet, pinché en Google y escribí esa palabra breve y bonita como un saludo de pandilla. Y entonces todo en la pantalla fue yak. Yak, yak, yak, una muletilla. ¿Me acompañas a almorzar? Yak, yak. ¿Nos tomamos un trago? Yak, yak. ¿Hacemos el amor? Yak, yak. ¿Te gustó? ¡Yak! Yak me sonó a eureka cuando escribí en el buscador yak milk, yak meat, yak wool y hasta yak yogurt.

En buenas cuentas, el yak es un tremendo bovino, un toro con abrigo y adúlteros cuernos que vive en las heladas montañas del Tibet. Hay 14 millones de yaks, distribuidos en la cordillera del Himalaya. El yak es una bestia que pesa mil kilos, una tonelada de la mejor carne que los chinos exportan, como diría un candidato, con valor agregado, molida y en latita. La leche de yak tiene una potencia alimenticia que mataría, es cierto, a un pinche hígado subdesarrollado. Con esa leche se prepara el yogurt de yak, manjar de finos paladares. Y, por si fuera poco, la lana de yak es no sólo abundante sino extraordinariamente fina. Las mejores casas de moda ofrecen modelos exclusivos de pullovers tejidos con lana de yak.

No termina allí la lista de virtudes de este ilustre cornudo. Es un animal tan frugal que, durante el duro invierno himalayo, prácticamente no come nada y baja de peso hasta 200 kilos ¡que en primavera los recupera en veinte días! Es un quadra trak, un trak yak todo terreno, full equipo, capaz de llevar carga a 6.000 metros de altura. Con estos datos, la pregunta del millón es: ¿Para qué nos serviría el yak? ¿Adivinaron la respuesta? ¡Correcto! Para mejorar nuestra ganadería de altura.

Imagínense el altiplano lleno de yaks. Imaginen al Mallku vestido de Buen Pastor y estrenando un nuevo apodo: Yak. Imaginen los ríos de leche, los kilolitros de yogurt, los miles de kilómetros de lana hilada pero, sobre todo, las tremendas parrilladas de carne de yak que hay en nuestro futuro. Imaginemos, por último, la recua de yaks que aliviaría el ascenso al Illimani. ¿Cacharon? Los yaks se aclimatarían de inmediato en el altiplano y hasta en la punta del Huayna Potosí. Se acostumbrarían a sus pastores porque es fama que el aymara se parece extraordinariamente al tibetano. Así lo contó alguna vez Víctor Hugo Cárdenas: subía a un monasterio budista cuando se dio de narices con un arriero que tenía el mismo rostro que uno de sus paisanos de Huatajata.

¿Se imaginan Achacachi lleno de yaks? Entre el Mallku y el primer yak todo sería amor a primera vista, y hasta podría ser mascota electoral. Sería espectacular entrar a una concentración montado no en un fáquin tractor sino en un tremendo yak. Tal cual, días después le trasmití la idea a mi amigo Gallo. Le dije que tenía la fórmula de la victoria, la consigna de este país de ganadores, un monosílabo de tres letras que repetiría a gritos cada multitud entusiasta que asistiera a sus proclamaciones: ¡Yak, yak, yak! Hoy el proyecto está implícito en su programa de gobierno. Bueno, tan implícito que casi, casi no se nota: crueldad de la síntesis, esa bruja engendrada por los expertos en marketing que reducen las ideas a consignas de supermercado. Pero está y es perfectamente realizable. Basta pedir a la Embajada de China un Hércules lleno de chicas yak con un par de sementales yak y establecer un hato digamos en Yaurichambi, en homenaje a ese tremendo yak de nuestras letras, Franz Tamayo, antiguo dueño de esa hacienda. Y, por supuesto, es una idea útil para cualquier candidato, del Bombón a Yoni, de Ronny a Goni, del Evo al Mallku, y de Tuto a Pichus Imachus para el 2007. Digo, si el colesterol y los triglicéridos lo permiten.