Emma Bonino es Comisaria de Ayuda Humanitaria, Pesca y Política de los Consumidores en la Unión Europea y Miembro del Partido Radical Transnacional
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Al pobre Nembo Kid –que más tarde se convirtió en Superman, también para nosotros, los italianos –le tocaba de todos modos acabar en una especie de mundo al revés. Era un planeta con forma de cubo, donde la gente tenía la cara llena de ángulos y puntas y hacía todo lo contrario que la sensatez terrestre incitaba a hacer. No hace falta añadir que, una vez allí, el extraordinario muchacho perdió todos sus poderes sobrenaturales.

La prohibición de la droga es un poco como ese extravagante planeta, en el que ciertamente se utiliza la sensatez, pero al revés. Y los muchos Nembo Kid que existen, o "zares antidroga", que en él se aventuran pierden de golpe sus poderes. De discernimiento. El último de una larga serie de tales desdichados fue Pino Arlacchi –el anterior director ejecutivo del Programa Internacional de Naciones Unidas para el Control de la Droga, UNDCP, el organismo mundial de la prohibición-, que no sólo quiere reactivar una política notoriamente fallida como es la sustitución de los cultivos, sino que, como veremos más adelante, decidió hacerlo el país más inadecuado que pueda uno imaginarse.

Antonio Maria Costa nuevo director ejecutivo del UNDCP (Programa de Naciones Unidas para el Control de la Droga) en Viena- Austria, desde el 7 marzo 2002. Remplaza a su compatriota Pino Arlacchi. De nacionalidad italiana, Costa nació en 1941, se doctoró en economía en la Universidad de Berkeley California- EEUU. Trabajó en la liberalización de los flujos de capital y para el control de las transacciones financieras. Miembro alternativo del Banco Mundial (BM) y del Fondo Monetario Internacional (FMI)

Por el contrario, el predecesor de Arlacchi, Giorgio Giacomelli, recae el mérito de haber expuesto con gran claridad y abundancia de datos lo absurdo de la política de prohibición. Y, de hecho, la UNDCP elaboró un espléndido "Informe mundial sobre la droga" bajo la responsabilidad de Giacomelli, publicado en 1998 en inglés por Oxford University Press, donde todos los datos fundamentales del problema están presentados con gran claridad y mucha objetividad.

De este modo, nos enteramos de que, en los últimos diez años, la producción de hoja de coca en el mundo se duplicó y la de opio de triplicó. La de hachís tuvo una ligera disminución, de cerca de 10% pero, sólo se contabiliza desde el comienzo de la década del noventa. Este mismo informe señala sin ambigüedades que, "el consumo de drogas ilegales aumentó en todo el mundo".

Y todo esto ocurrió mientras los esfuerzos a favor de la prohibición, tanto nacionales como internacionales, experimentaron un aumento sin precedentes. Por ejemplo, entre 1983 y 1996, el presupuesto anual de los Estados Unidos para la lucha contra la droga se multiplicó por siete, llegando en 1997 a alcanzar por poco la increíble cifra de 14,000 mil millones de dólares.
Para quien todavía no lo hubiera comprendido, el motivo de este aumento de la producción y el comercio de la droga queda resumido en el informe con una palabra: beneficio.

Revendido al por menor en EEUU, un kilo de heroína cuesta 100 veces más que el precio al por mayor en Pakistán. Se observa más o menos el mismo incremento de valor en un kilo de cocaína producido en Bolivia. Se trata de una margen de beneficio desconocido en cualquier otra actividad de intercambio comercial. A continuación me tomo la libertad de incluir una larga cita del informe de la UNDCP, porque considero que es el mejor epitafio imaginable para inscribir en la tumba de la prohibición.

"Los beneficios registrados por la industria de las drogas ilegales", puede leerse en el informe, "son tales que apenas se ven afectados por las aprehensiones. Se calcula que, en los años noventa, cerca de un tercio de todo el tráfico de cocaína ha sido interceptado; sin embargo, la industria ha proseguido su expansión. Los traficantes cuentan con amplios incentivos para soportar el coste de las confiscaciones, ya que los beneficios que consiguen de una mera fracción de las drogas que se arriesgan a traficar pueden cubrir los costes de la parte perdida. Un cálculo prudente de la UNDCP indica que habría que requisar al menos tres cuartas partes de los cargamentos de droga para reducir de forma sustancial los márgenes de beneficio de los traficantes".

Si éstos son los resultados, la sensatez impone abandonar el camino de la prohibición y empezar a probar otro planteamiento, es decir, la legalización.
Pero, como sabemos, en el planeta de los zares antidroga, la sensatez se aplica al revés. Por lo que el informe de la UNDCP no sólo acaba por reproducir las mismas políticas fallidas, sino que se lanza sin rodeos a una critica de las tesis contrarias a la prohibición. Entendámonos: que este organismo informe al ciudadano (y contribuyente) de la existencia de un planteamiento alternativo al problema es ya un enorme paso adelante en comparación con el pasado, cuando la sola palabra "legalización" era tabú. No obstante, seguimos dentro de la lógica de la sensatez al revés: el peso de la prueba debería estar obviamente a cargo de los partidarios de la prohibición; son ellos los que deben demostrar la eficacia de las políticas en vigor desde hace varias décadas, en vez de pontificar sobre los posibles fracasos de planteamientos alternativos que ni siquiera quieren probar.

Entre las políticas prohibicionistas más fallidas figura ciertamente la erradicación y/o sustitución de los cultivos de droga. También aquí el motivo es sencillo: en los países, todos pobrísimos, donde se cultiva la coca y el opio a gran escala, ningún otro tipo de actividad agrícola es rentable. El informe de la UNDCP reconoce estas limitaciones y añade que, "más que en el pasado, se acepta que el crecimiento económico de todo un país es un factor fundamental para el éxito de los cultivos alternativos...(y) reforzar la Administración pública local es otro factor importante". Con todo, la tendencia a sacar las conclusiones exactamente opuestas sigue llevándose el gato al agua.

Así que ¿dónde eligió Pino Arlacchi, antiguo director de la UNDCP, en medio de una gran pompa, para lanzar un gran programa de sustitución de los cultivos de opio? En Afganistán. O sea, en un país devastado por casi veinte años de guerra civil ininterrumpida, que estaba controlado en casi su totalidad en esa época por los talibanes –que sólo tres países en el mundo reconocían-, y el territorio restante por el ex gobierno legítimo, con un crecimiento económico negativo y con una Administración pública inexistente. Infringiendo, pues, sus propios preceptos y reconocía de forma implícita a un "Gobierno", el taliban, que fue responsable entre otras cosas de apartheid contra las mujeres, en un pasado reciente. La UNDCP invierte desde esa época y en sus próximos diez años venideros, la suma de 250 millones de dólares en Afganistán. Y todo sobre la promesa que le hicieron los talibanes de comprometerse – con los métodos democráticos que los hicieron famosos- a sustituir aquellos cultivos de opio que promovieron hasta hace poco para financiar sus propias acciones bélicas. He aquí, pues, otro ejemplo de la sensatez al revés que caracteriza al planeta antidroga y sus zares.

Si, por el contrario, empezásemos a obrar con sensatez, podríamos extender lo más posible una serie de políticas de reducción de los daños, empezando por despenalizar el hachís y sus derivados y generalizando la distribución de la heroína a los toxicómanos bajo control médico. Para posteriormente tomar el sendero de la legalización, que es la única medida capaz de suprimir la razón esencial del tráfico de drogas: el beneficio de quien comercia con ellas ilegalmente. Un beneficio que, a su vez, contamina la economía, la sociedad y la política de regiones enteras del mundo.

En cuanto a los toxicómanos, lo sensato de nuevo es decirse que, más que las sustancias, son víctimas del régimen que las prohíbe. Al debatir un problema aparentemente sólo económico –la elasticidad de la demanda de droga-, el informe de la UNDCP deja escapar que "la drogodependencia no es tan constrictiva como comúnmente se cree: los consumidores de droga pueden –y, de hecho, consiguen- interrumpir el uso de las sustancias". Por ello, si se intentase convencerles de que abandonasen o redujesen el consumo –como se hace con resultados óptimos con el tabaco, por ejemplo-, muy probablemente se obtendrían mejores resultados que los que se consiguen haciendo que consuman en un régimen de ilegalidad. O sea, matándose con sustancias cortadas a voluntad.

Es hora de darse cuenta de que las políticas prohibicionistas son perjudiciales, además de un fracaso. Por ello, señores zares de la prohibición, por favor, abandonen su planeta. Obren con sensatez. Vuelvan a poner los pies sobre la tierra.

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