Ya no es posible albergar dudas. Las últimas esperanzas de supervivencia de un régimen ahogado en sus propias maquinaciones han empezado a desaparecer. Como el techo luego de una violenta granizada, los huecos aparecen gigantescos, interminables, apocalípticos. Los únicos que no se dan cuenta son el presidente Toledo y la taifa de incapaces que le rodea.

¿Qué le costaba a Toledo licenciar a Olivera de su puesto en España? Así no daba pábulo al comentario público mordaz que atribuye este claro sometimiento a chantajes y suciedades de la peor catadura. El presidente se equivocó una vez más.

¿Por causa de qué Olivera no se va por mínimo decoro? ¿Será como dice el parlamentario del Castillo, porque no quiere perder el sueldo? Mi impresión es que un emolumento de US$ 12 mil como el que se le paga a Olivera, no es gran cosa para su perspectiva megalómana, egoísta y enfermiza. Su apego al gobierno, el poder es otra cosa, es materia de un estudio que revela que el fetichismo de la cosa pública idiotiza a sus protagonistas.

Hay que prepararse no para una cacería de ratas como ocurrió cuando el derrumbe del régimen fujimorista, sino para una transición rápida pero meditada. Es más fácil sostener que hay que buscar a nuestros mejores hombres, pero éstos casi no existen porque en su mayoría absoluta están, de una manera u otra, ligados al gran fracaso actual.

La política, entendiéndola como un hábito de diálogo y propósitos patrióticos, muy por encima de las cúpulas partidarias o de las pandillas empresariales, tiene que gobernar la reorganización del país. Y aquí la opinión pública tiene mucho que ver pero no a través de sus intermediarios, esas ONGs que se llaman sociedad civil, que se han inventado la excusa que ellos son los únicos portavoces sin autorización ni delegación de especie alguna.

Hay que aplicar la ley, aunque eso nos lleve a construir decenas de cárceles en todo el Perú porque las que hay son insuficientes y en grado sumo. Se sabe que muchos ya están renovando los pasaportes y buscando pretextos para largarse lo antes posible.

No hay razones de Estado o pretexto válido para mantener un edificio gubernamental que se sostiene con babas. Lo honesto es irse y contribuir a que la violencia o cólera popular no inunden el precario sistema en que vivimos.

Las próximas horas, días o semanas, son de prueba y fragua. Probemos que sí somos más grandes que nuestros problemas y que no queremos practicar el ajedrez de los caníbales que se comen entre sí.

Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera.

Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.