Capítulos:

1- El Estado de bienestar
2- La derrota cultural
3- Del consenso de Washington a la democracia limitada
4- La recuperación del pensamiento crítico
5- De la Argentina solidaria al modelo actual
6- La intolerancia social: el triunfo del neoliberalismo
7- El modelo social solidario es el desafío
8- El discurso único, fundamento de la apropiación
9- Es la seguridad social ¡¡¡...estúpido...!!!
10- La destrucción del hombre argentino

El Estado de bienestar

Cuando se logró instalar en el inconciente colectivo el discurso único, y eso sucedió desde el mismo inicio de la dictadura militar de marzo del 76, nuestro país comenzó un proceso inédito en el mundo de deconstrucción económica y cultural sin precedentes.

El modelo social argentino edificado, desde la amalgama misma de la Nación, con marchas y contramarchas, siempre en el sentido del mejoramiento de la calidad de vida, primero de las masas inmigratorias, luego de los sectores rurales volcados al desarrollo industrial y luego en el sostenimiento de una movilidad social que era en el mundo ejemplo de desarrollo.

Sin dudas que semejante construcción fue gestando al calor de la misma, una cultura que dio lugar al modelo social solidario de los últimos 50 años en la Argentina, que se verificaba desde las formas de relacionamiento de las familias hasta el marco comunitario, desde las relaciones laborales hasta la escuela pública y la salud, en definitiva el fortalecimiento de la identidad nacional y el vertebrar nuestra historia.

El Estado argentino tuvo en ese marco un papel fundamental de equilibrio de los diferentes intereses que intentó resolver en el marco de la Comunidad Organizada y en un Proyecto de país que los argentinos discutíamos, a favor o en contra, pero no clausuramos el debate ni dictamos el fin de la historia, en especial cuando el crecimiento tenía relación central con la redistribución de la riqueza y los nuevos actores políticos se componían de todos los sectores sociales sin distinción, sumado a la incorporación de la mujer como protagonista de la historia.

Esa cultura, peligrosa para los dueños del poder internacional, comenzó a ser cuestionada en sus aspectos formales, luego penetrada ideológicamente y por último presentada como lo antiguo e inviable a la hora de los nuevos tiempos.

Ese proceso, que se concretó desde la segunda mitad del siglo anterior y se consolidó en el trayecto democrático más largo de la historia nacional, sirvió para que el choque cultural se asentara sobre la base de la muerte y la desaparición de miles de compatriotas, además de los exiliados por millones y los derrotados, culminando con la más importante exclusión social en tan escaso tiempo de todo Occidente.

Debemos preguntarnos ¿si la permanencia democrática no tiene relación directa con los factores que la sustentan?, es decir la concentración de la riqueza, la destrucción del perfil industrial, el sometimiento a los organismos de créditos multilaterales y lo que resulta llamativamente más importante: la apropiación de ahorro interno genuino por parte de los sectores financieros, destruyendo el sistema solidario de la Seguridad Social, provocando la más impresionante transferencia de recursos, en la década del 90 que desfinanció al país en 75 mil millones de dólares.

Así se fueron poniendo en riesgos desde jubilaciones a sistemas de salud, desde fondos de desempleo a políticas sociales, concurriendo a la emergencia con criterios paternalistas, benefactor, clientelístico o directamente corrupto, desmontando la posibilidad de la inversión social y del seguimiento con políticas de ponderación y seguimiento comunitario.

No es casual entonces que, en un abrir y cerrar de ojos, la Argentina, ejemplo de sistema sanitario en Latinoamérica, se vio africanizar sus índices de vida, de un pueblo educado y trabajador, pasamos a la exclusión con todos los componentes de la degradación social y la humillación del hombre argentino, con una masa de desocupación que alcanza a los 5 millones de personas y una pobreza que llega a los 14 millones de los cuales 3, son indigentes absolutos.

Necesitaba el sistema neoliberal la masa de desocupados para lograr, con el auxilio de los organismos internacionales, la flexibilización laboral que, con la excusa de bajar los costos patronales, presionó, con la mentira del aumento del trabajo, convirtió al obrero argentino en rehén de los nuevos tiempos, luego de haber alcanzado uno de los grados más importantes de derechos laborales, llamados por los nuevos dueños del poder, “privilegios”.

Así, conservar el trabajo, fue más importante que defender los derechos, salvarse del despido fue aceptar las horas extras sin remuneración, de la lucha por las 8 horas, pasamos a la lucha por conseguir hacer méritos con prolongadas jornadas laborales, se alteró la rutina familiar cuando los domingos, lejos de ser de la familia, pasaron al supermercado.

En una década, la culminación del largo proceso, de desguace del Estado, supuesto ineficiente, al Estado ausente, se llevó a nuestro país a la cultura del mercado como estabilizador de los conflictos, logrando, con la seducción de las capas medias, ignorar el cuadro social que se estaba generando, llegando a la más injusta distribución del ingreso, la destrucción del hombre argentino, el avasallamiento de la industria nacional y la pérdida de la identidad como valor cultural de la solidaridad social, creando un nuevo modelo triunfante en lo cultural mas allá de los avatares políticos y económicos, que el pueblo argentino ya eligió derrotar, abandonando el instrumento de la convertibilidad de la moneda, último tótem de las culturas paganas dedicadas al Dios dinero.

La derrota cultural

Si alguien pregunta a cualquier compatriota, si desea un modelo solidario aunque humilde, con trabajo, educación pública y salud para todos, o uno que sea individualista, elija los que quedan dentro y fuera y del mismo, donde sólo triunfen los más fuertes, los más hábiles o los más corruptos, seguramente la mayoría se inclinará por lo primero.

Si los que fogonean por ser parte del primer mundo, con relaciones vergonzantes, tuvieran que mandar sus hijos a Irak, Afganistán o cualquier otro escenario bélico, seguramente empezarían a dudar.

De la misma manera, aquellos que pregonan la importancia de la ingeniería social de los últimos 15 años en la Argentina, fuesen ellos o sus hijos los que quedasen excluidos del mercado laboral, no estarían hablando del eficientismo empresarial ni de las nuevas tecnologías.

Por lo tanto, la hipocresía cultural que se ha apoderado de los nuevos gurúes de los tiempos modernos, tanto comunicadores como explicadores económicos de sucesivas derrotas, permanentes testigos calificados, nunca contradichos, amparados en el discurso único, de que fuera de esto, el abismo, practicando el terrorismo ideológico, son los eternos propagadores de las malas nuevas, cuando se vuelca la tabla para el lado de los humildes.

El modelo industrial era ineficiente, el Estado incompetente y corrupto, la educación pública permisiva, la salud pública escasa, la obra pública, si pretendía ser transparente era direccionada, si se avenía a la cartelización de las principales empresas entonces pasaba a la categoría de seria.

Los servicios públicos denostados por los comunicadores, las obras sociales emparentadas al delito, las jubilaciones permanentes centro del conflicto con la tercera edad junto al Pami, constituían un cuadro propicio para el avance privatizador, supuesta panacea del éxito neoliberal.

Los bancos nacionales y provinciales debían ser desguazados, los servicios privatizados, la vida prestada y decidida en oficinas suntuosas por seres desconocidos, muchos de los cuales extranjeros, ignoraban el estilo de vida nuestro.

Así, peldaño a peldaño, se fue instalando una nueva concepción del mundo, los hombres, la vida y las cosas.

Los jóvenes comenzaron a ser criados en la cultura del shopping antes que la del barrio, la comida chatarra compitió con la mamá o la abuela y los tallarines del domingo ya inexistentes, la computadora los hizo individualistas y gregarios a la vez, identidad: multitud, actitud: competir virtualmente donde todo vale.

Pese a esta ofensiva, los jóvenes son el mejor testimonio que la cultura de los pueblos es algo más que una moda, que aún incorporando componentes de los nuevos tiempos, anidan elementos valiosos de la solidaridad y el amor comunitario, aunque con sus propios códigos y sus nuevos instrumentos de compromiso social.

Si el diagnóstico hubiese sido cierto, hoy la Argentina sería uno de los países del mundo con mayor crecimiento humano y económico de la década, pero la realidad incontrastable es que hemos retrocedido en términos humanos siglos y económicos décadas, hasta la sociedad extramuros feudal en lo social y la era preindustrial en el desarrollo.

Nuestro país, inmenso y rico geográficamente, con una capacidad de generación de recursos científicos y tecnológicos ya demostrada, punta de desarrollo industrial en el continente en el siglo pasado, con un pueblo educado y con conciencia nacional, era un desafío a vencer por cualquier Estado con ambiciones hegemónicas.

La herramienta cultural, la más poderosa arma de los tiempos de la comunicación globalizada, diseñó y ejecutó uno de los desafíos más importantes en el campo de la experimentación social, ejecutar una ingeniería social, que cambie la etapa, modifique los objetivos nacionales, subordine las decisiones soberanas, estimule el crecimiento, centralice la riqueza, coopte el ahorro interno, inserte el mercado como estabilizador social, estimule el consumismo, abra la economía, flexibilice las condiciones laborales y tenga el colchón de desocupación necesario para que las políticas clientelísticas y corruptas funcionales al esquema, permitan la perpetuación del poder político.

Esto se cumplió, la Argentina que supo ser, es esto que hemos descrito.

La economía la recuperaremos rápidamente, derrotaremos en lo formal los instrumentos económicos del neoliberalismo, pero reedificar el modelo solidario llevará años junto a la reconstrucción de la cultura nacional, pilares imprescindibles de un nuevo desafío de redistribución de la riqueza en un marco de justicia social con crecimiento.

Del Consenso de Washington a la democracia limitada

Cada vez que se describe el marco internacional que contiene en el tiempo, el proceso de degradación argentina, aparecen los descalificadores de las teorías conspirativas, los que atribuyen todos los males a los argentinos poco patriotas, que también los hay y son los socios necesarios de cualquier proceso de ocupación, colonial, cultural o económico, prepotente o democrático, siempre la “conexión“ local del poder es necesaria a los fines diseñados.

Cuando la guerra fría marcaba la confrontación a nivel internacional, aparecieron los procesos militares en Latinoamérica; cuando el hegemonismo post muro de Berlín, marcó la nueva etapa, la globalización financiera internacional, a través de los organismos multilaterales de crédito, fijaron las políticas estructurales a los gobiernos latinoamericanos.

A partir de esos acontecimientos fueron los economistas los nuevos pensadores pos modernos, los filósofos en tiempos de monetarismo y posibilismo, nuevas teorías elaboradas de la felicidad del hombre.

De la mano del discurso único, los gobiernos podían provenir de la socialdemocracia tipo Cardozo en Brasil, del socialismo puro tipo Lagos en Chile, del peronismo más autóctono con Menem, del liberalismo tipo Fox en Méjico, del supuesto apoliticismo de Fujimori o del indigenismo de Toledo, ambos de Perú, de las dictaduras militares de Mott en Guatemala o del anticomunismo de Chamorro en Nicaragua, pero todos los gobiernos tenían las mismas recetas, los mismos condicionamientos y aceptaron ver limitados absolutamente sus espacios de decisión soberanos, destacándose la Argentina de la década menemista en su “pole posición” vergonzante, claudicante y humillante a la historia nacional.

No necesitaron la presencia militar invasora, ni los militares cómplices, sí de los nuevos dueños del poder financiero que establecían a los gobiernos, las pautas del endeudamiento, la apertura económica, el nivel de la moneda y las reservas, las transferencias al exterior de los excedentes económicos, mientras los miembros del gobierno global, el grupo de los siete, ahora 8 por la ex Rusia,daban las indicaciones políticas del manejo en el nuevo mapa globalizado, como ser aceptado por la comunidad internacional, aunque repudiado por los pueblos, reclamando democracia cuando los países no son aliados y tolerando monarquías cuando cumplen los compromisos extorsivos económicos del nuevo orden internacional.
Los países no tienen amigos ni enemigos, tienen intereses comunes o enfrentados, dicen las viejas máximas de la política internacional heredadas del imperio anglosajón del siglo XVIII.

Sin embargo, sin decisión soberana, sin manejo de los sectores claves de la economía, aceptando la devastación de la industria nacional en manos de productos subsidiados o con mano de obra esclava, entregando el crédito a la banca privada expresión acabada del capitalismo salvaje, definido por su Santidad como el responsable de la exclusión de las mayorías populares en Latinoamérica y sin poder Juan Pablo II, ser sospechado de conspirativo ni procomunista, difícilmente podría, quien ejerciera el gobierno en esas condiciones huillantes y quien toleraba dicha situación, defender intereses nacionales en el juego internacional.

En estas circunstancias se perdieron más puestos de trabajo en la Argentina por la firma, alegre, de tratados internacionales lesivos al interés nuestro, que por la privatización de los servicios públicos, otra de las exigencias leoninas, sólo para países periféricos, ya que fueron todas tomadas por empresas estatales de países centrales.

Analicemos entonces el nivel de hipocresía de la política internacional que, a la par de instalar el discurso único, el fin de la historia, la panacea del mercado, la globalización y la libertad de la competencia, adquiere las empresas de servicios privatizados para su gerenciamiento , a través de empresas monopólicas estatales de sus países de origen.

Sin embargo, los virreyes avanzan más que los mismos dictados imperiales cuando rápidamente proponen la privatización de la banca oficial, la desaparición del Banco Central y la dolarización de la economía con la pérdida de manejo de la moneda, como elemento de control de la economía y de la identidad de un pueblo.

Ahí cerca tenemos el ejemplo nefasto de Ecuador y grado de exclusión social y concentración de la riqueza en el sector financiero en desmedro de todo tipo de actividad productiva, aún de materias primas.

La política internacional influyó sin dudas en los terribles atentados sufridos por la Argentina, la política internacional posicionó al virrey, no a la Nación en el contexto internacional, verificado esto cuando, a los pocos meses de ser presentados como ejemplo del mundo, fuimos estigmatizados por la crisis de un modelo impuesto por esos mismos críticos de los organismos financieros.

Hoy siendo sometidos al mismo tipo de presión, los argentinos debemos afirmar nuestra posición frente al mundo y, en especial, entre nosotros, sobre la forma de ser parte del mismo sin dejar de ser, cómo integrarnos afuera sin desintegrarnos adentro, cómo reflejar el mundo como es sin imposiciones interesadas y extorsivas, direccionadas a políticas antipopulares, no puede ser el pueblo argentino la variable de ajuste del laboratorio internacional de experimentos sociales, ni permitirlo nosotros, que de construir modelos solidarios conocemos y podemos aportar, antes de recibir acríticamente recetas, más parecidas a la beneficiencia que a las prácticas humanitarias de políticas sociales concretas.

Reafirmar la democracia para los argentinos deberá ser reescribirla, jerarquizando la política como el instrumento idóneo del cambio que el pueblo viene reclamando, para ello será necesario discutir sin tapujos ni imposiciones, donde la política está sospechada de corrupción y los dueños del dinero estimulados a cooptar el Estado, ahora desde posiciones ejecutivas, lo que antes producían por los lobbies.

No es casual el deterioro de absolutamente todas las categorías del hombre argentino, desde el obrero vago, militar genocida, desde el político corrupto al sindicalista burócrata, desde la maestra con privilegios al médico comerciante y así, uno a uno, desfilan en el campo del exterminio todo aquello que sirvió en otra etapa como ejemplo de compromiso e identidad.

¿Cuantos años pasaron desde que los militantes, jóvenes y no tanto, daban la vida por un ideal, cuanto que militares argentinos le daban una lección de coraje al ejército invasor, aún en la derrota se puede ser?, ¿cuántos años pasaron desde que los maestros nuestros eran el segundo hogar y no cabe duda que hoy lo siguen siendo, pero se han atrevido a reclamar y han sido estigmatizados?, ¿cómo es posible que nuestros obreros sindicalizados hoy, alcancen niveles de desprotección de vida y de condiciones de trabajo inéditas en los últimos dos siglos y sin embargo intentan preservar la fuente de trabajo?.

Pensemos entonces ¿quiénes somos? y si de cuestionar absolutamente todo, no devienen las soluciones mágicas, que en otro tiempo terminaron en dictaduras militares y ahora, como hemos explicado, en banqueros adscritos al poder internacional, manejando la cosa pública.

La discusión sigue siendo vertebral al modelo de construcción y a la definición de país, fuera de ese marco profundamente contenedor de los 40 millones de argentinos, con un proyecto para todos, no para algunos, es cómo empezaremos a abandonar la frivolidad y superficialidad de las discusiones que nos proponen, más cercanas a la telenovela que al pensamiento y a la acción de los estadistas.

La recuperación del pensamiento crítico

Cuando el desfile de los supuestos nuevos pensadores, comenzó en la década del 90, los intelectuales de nuestro país, con honradas excepciones, se vieron atrapados en la lógica del discurso único, que les clausuraba los caminos de acceso al conocimiento profundo de las circunstancias geoestratégicas que lo determinaban.

Los medios de comunicación no fueron ajenos a tamaño desatino, es más, facilitaron todos los eslabones posibles del encadenamiento de la realidad tratada como información, con definiciones de situaciones congeladas como inamovibles desde el punto de vista del tratamiento político.

Así fueron creciendo las concepciones que emparentaban el déficit ferroviario y su mal funcionamiento con el marco de corrupción del Estado, aquellos que sufrían deterioro de sus jubilaciones vieron aparecer las AFJP como el tablón en el mar, la invasión de los teléfonos celulares y la rápida colocación de las líneas hizo de la etapa el ícono de la privatización como panacea del nuevo mundo a vivir.

Con el mismo marco conceptual se entregó la renta petrolera, se desmantelaron las empresas áreas y marítimas estatales y se desguazaron los ferrocsarriles, se privatizó el correo y se avanzó sobre todo aquello que constituía la vertebración del modelo solidario del llamado Estado de bienestar.

Ese modelo a desarmar, sólo a caballo de la irrupción de las nuevas pautas implantadas desde el 76, no originó, como era de esperarse, una corriente del pensamiento nacional enérgica que pudiese confrontar ideológica y políticamente con el fundamento último del modelo neoliberal.

Sólo el movimiento obrero organizado a través del Movimiento de Trabajadores Argentinos conocido como MTA, comenzó desde los albores de la tercera década infame, como acostumbra plantear un viejo amigo, a oponerse a la situación desde el desmantelamiento del marco legal del trabajo hasta la enajenación de los bienes de capital producto del esfuerzo y el trabajo de generaciones enteras de argentinos.

Mientras los sectores del movimiento nacional enmarcados políticamente en el peronismo, permanente transgresor, por doctrina y por historia, de los procesos hegemónicos internacionales, eran traficados ideológicamente, el resto de los sectores nacionales se quedó sin respuestas frente a la ofensiva neoliberal, desarmado frente a una realidad que no llegaba a entender y mucho menos a manejar, limitándose a obtener pequeñas cuotas partes del poder legislativo accediendo a lo que se denominó pomposamente el Pacto de Olivos, cuando en realidad se trató de un canje de reelección por senadores de la oposición, con el beneplácito de quienes auditaban financieramente la política.

De ahí a las coimas del Senado hay un solo paso, cuando el poder se subordina a la lógica del dinero deja de ser creíble, aunque las propuestas sean coherentes desde el punto de vista de la racionalidad y el interés nacional.

No existen objetivos superiores de la Nación que puedan instrumentarse por métodos espúreos. Si los métodos son espúreos los resultados nunca serán en beneficio del pueblo y de los intereses del país.

De la Argentina solidaria al modelo actual

Alrededor de los años 50 del siglo anterior, ningún argentino padecía por su futuro en cuanto a jubilaciones y empleo, en cuanto a seguridad social, salud o educación, ya que se suponía que dichas responsabilidades eran naturalmente, emergentes del Estado de derecho y la Constitución Nacional estaban garantizadas.

Ese estado de cosas que se dio en llamar Estado de Bienestar, fue concebido como en la mayoría de los países avanzados del mundo de la época, como el nuevo paradigma de los tiempos solidarios de una humanidad que pretendía construir un futuro de paz y armonía, con un capitalismo social por un lado y con un capitalismo de Estado en el caso de los países socialistas o marxistas.

Dicha concepción comenzó siendo atacada desde el financiamiento, no desde sus objetivos solidarios ya que los mismos, son dificiles de combatir aún por los propietarios de la lógica del dinero, los sectores que avanzaron en la demolición “pragmática” del Estado de Bienestar en función de una nueva construcción paradigmática de los años 90, ya intentada en el golpe del 76 pero no concretada, de elevar al mercado como único mecanismo de definición social, destruyendo el modelo solidario, reemplazándolo por el posibilismo financiero en el marco de la globalización y la modernidad, constituyendo el mayor fraude ideológico de la historia nacional.

Así los sectores históricamente populares, que habían alcanzado un grado de desarrollo e inserción social ponderable, que emparentaban niveles de vida con movilidad social plena, se vieron desplazados de sus carriles habituales, empujados hacia nuevas formas de vida, con cambios drásticos en sus culturas cotidianas, desde el consumismo hasta el aislamiento, desde el sálvese quién pueda al exitismo, desde el trabajo a la nada, en un proceso de exclusión social inédito en la Argentina y en el mundo, dado el nivel de nuestro pueblo.

En esos años las nuevas generaciones de argentinos, no vivieron la etapa solidaria, por el contrario fueron criados y desarrollaron sus potencialidades desde una cultura neoliberal que debemos comprender, ya que una cultura de formación no es una ideología y, por lo tanto, observamos a los jóvenes, pese a su formación con fuerte compromiso solidario, batallando en la exclusión social, con fuerte protagonismo en las demandas populares y con presencia en la formación de la conciencia nacional de los tiempos actuales.

Sin embargo nada alcanza para reparar el daño efectuado a la mayoría del pueblo trabajador, a la masa de hombres y mujeres expulsados del mercado laboral, sin inserción social, sólo con planes paliativos y bienvenidos sean, sin capacidad de jubilación ni de atención médica, sin perspectivas para sus hijos de futuro, ni posibilidades de movilidad social, solo números de la estadística, nombre de planilla en aparatos punteriles prebendarios y estorbos para el resto de los argentinos cuando de reclamos se trata.

La intolerancia social : triunfo del neoliberalismo

Si algo sobresale de estos tiempos convulsivos de la situación argentina, es que la intolerancia es una expresión cotidiana del conflicto subyacente entre la Argentina que se ve y la que no se quiere ver, la invisible a los ojos de la negación social de las capas medias y altas, la que no conviene mostrar salvo demandas claras en los medios de comunicación, la que se muestra cuando conviene políticamente, la que genera temor de violencia, la que parece incontenible y poco manejable políticamente, la que expresa lo mejor y lo peor de nosotros mismos, la que nos pone en el espejo dramático de lo que puede ser de nosotros mismos, en definitiva, la realidad de más de 14 millones de argentinos, que una vez fueron incluidos y han sido expulsados por los nuevos tiempos, de los cuales todos formamos parte.

Las frases, cargadas de rencor: “hay que matarlos a todos....”, “son unos vagos que no quieren trabajar”, “mi derecho al tránsito no puede ser molestado”, “yo qué tengo que ver con estos negros”, “hay que reprimir”, “no se puede tolerar más”, “hay que meterlos presos a todos..”, expresan en parte la conciencia media argentina frente al piquete, como antes frente al jubilado, como antes frente al cabecita negra, como antes frente a nuestros hermanos bolivianos, peruanos o paraguayos, como siempre en momentos de diáspora social, en un pensamiento estamentado en capas sociales, intereses comunes o grupos etarios o simplemente socios de Country.

Los planes sociales en nuestro país actuaron como bomberos de situaciones límites desde el punto de vista social, aunque su implementación, lejos de contemplar una nueva cultura de la solidaridad, se transformó de a poco en la herramienta prebendaria de amplios sectores políticos y sociales que rápidamente se reubicaron en su rol, convirtiéndose los verdaderos dadores, tipo damas gordas de la beneficiencia, en la emergencia ante la necesidad, estableciendo relaciones de dependencia entre la herramienta de paliativo social y la necesidad, constituyendo nuevos liderazgos atados a los planes.

Estos nuevos actores sociales transformaron el panorama político del país, ya que ganaron la calle quienes antes lo hacían a través de organizaciones sindicales o políticas, fueron convocados a mesas de negociación, los partidos políticos trataron de ganar su favor electoral y muchos de sus dirigentes presentaron candidaturas desnudando la orfandad de representatividad, sólo originada espúreamente, en la implementación casi extorsiva de los planes sociales.

Pero 14 millones de personas no son el piquete, son la expresión patética de una realidad social que requiere políticas estructurales de fondo que reinserten a la población a un modelo social de contención y solidario y no que continúen siendo la excusa necesaria para el manejo de estructuras cada vez más solidificadas para el asistencialismo a la pobreza.

La búsqueda de una solución para nuestros compatriotas deviene del trabajo y la redistribución justa de la riqueza, elementos que garantizan lo que los planes no pueden, recuperar la dignidad del hombre hoy avasallada por un cruce de intereses económicos y políticos, ajenos a la lucha del pueblo por su reinserción, luego de casi dos décadas de expulsión.

El modelo social solidario es el desafío

La siempre vigente contradicción entre lo urgente y lo necesario, impone algunas reflexiones frente al drama de la pobreza y la exclusión social. Y una pregunta que rápidamente nos hacemos es si la implementación de la emergencia social se inscribe en un plan a mediano y largo plazo de objetivos de construcción de un nuevo modelo social.

Otra pregunta que surge es si la masa de recursos impresionante hoy volcada a más de dos millones de familias, tiene correlato en indicadores de vida y calidad seguibles y constatables que permitan seguir la evolución de la inversión social en función de objetivos concretos de reinserción, ya sea de los chicos en edad escolar y su concurrencia, como de las adolescentes y los planes preventivos de maltrato y embarazo, como indicadores de salud por grupos familiares y su seguimiento, niveles de alimentación y desarrollos ponderales, todo pasible de realizar a través del esfuerzo de los planes en ejecución, con banco de datos único y manejo profesional de los mismos.

Para realizar dichos seguimientos sólo se necesitadotardetrabajadoressocialesa los mismos planes, que se ocupen EN FORMA PERSONAL COMO UNICA TAREA de un grupo de 500 familias, de su control de niveles de calidad de vida, inserción escolar y familiar, parámetros de salud y posibilidades laborales, con comunicación directa con los responsables de cada área.

Como vemos con dos mil hombres y mujeres profesionales cubrimos un millón de familias, las ubicadas en los niveles de indigencia que requieren mayor grado de involucramiento por estar más expuestas al riesgo, sin que tal determinación afecte gravemente el erario frente al drama social y los recursos movilizados.

La emergencia social requiere una movilización nacional de todos sus estamentos en forma convergente, desde la maestra al médico de la salita, desde el trabajador social absolutamente dedicado a su responsabilidad delimitada por los grupos familiares hasta el Ministerio de Trabajo en el manejo de los nuevos recursos laborales, desde los planes que hoy manejan los legisladores hasta los recursos provinciales, absolutamente todas las disponibilidades en función de reparar el daño producido por la irrupción neoliberal que destrozó un modelo social único en Latinoamérica, el modelo solidario gestado por el pueblo e implementado por Perón desde mediados del siglo pasado.

La reconstrucción del modelo social solidario de la Argentina de los nuevos tiempos demandará décadas, no en su instrumentación, pero sí desde el punto de vista de la comprensión e incorporación cultural de un nuevo fenómeno en especial para los más jóvenes, que debe afianzarse en las currículas escolares, en la derrota del analfabetismo, en la cultura solidaria de la salud preventiva, el marco legal del trabajo, la cultura del trabajo y la protección de los trabajadores, la ruptura de las pautas del supuesto éxito como motor social individual, el afianzamiento de los mecanismos sociales solidarios que deben prestigiarse nuevamente en la comunidad y el rol del Estado recuperando el pincel del modelo social, como protagonista de la direccionalidad justa del natural conflicto de intereses que conlleva la redistribución de la riqueza a favor de los sectores más desprotegidos

El discurso, único fundamento de la apropiacion

Las políticas sociales que imperaban en la Argentina desde mediados del siglo pasado, denostadas por el nuevo discurso neoliberal, se basaban en elementos simples del compromiso solidario de una cultura forjada por generaciones de argentinos y basada en largas luchas por la dignificación del hombre y del trabajo digno, desde el inicio mismo de la Revolución Industrial.

Compromiso solidario que es tan simple como que el que más gana aporta por el que menos gana, el más joven por el más viejo y el más sano por el más enfermo, ya sea para la jubilación, la salud, la vivienda, el PAMI o cualquier empredimiento social.

Ese compromiso, destrozado por la irrupción de una nueva ley previsional como la 24241 del año 94, exigida por los nuevos dueños de la verdad, del nuevo orden internacional y en nombre de la modernidad, implementaron con la complicidad manifiesta de gruesas capas dirigenciales argentinas, uno de los mayores despojos de la historia nacional que afianzó los privilegios de unos pocos y ahondó la brecha económica entre los más pobres y los más ricos hasta niveles desconocidos en nuestro país, donde el 10% más rico participa del 56% del PBI y el 20% más pobre del 5,6% del mismo.

Con la excusa del desmanejo y la corrupción de las Cajas Previsionales, en alguna medida arrasadas por la dictadura militar del 76, pero con la impronta de la caja política, posible sin dudas pero denunciable y corregible, se eligió cambiar de ladrón antes que procesar al primero, políticas pausibles para cualquier país del mundo, al imperio de la ley y lejos de las supuestas lógicas del mercado y presiones de lobystas financieros.

Sólo 11 países del mundo entre 186 de la Naciones Unidas, tienen sistemas de aseguradoras de fondos de jubilaciones y pensiones, con aportes obligatorios, compulsivos, sistemas cerrados, sin libertad de elección ni de movimiento, con comisiones que se establecen sobre capital independientemente de producir o no beneficios, del orden del 30%, porcentaje espúreo en el mundo de las políticas sociales donde el ahorro interno genuino no puede destinar más de un 8% a gastos administrativos.

Dicha ley, llamada también de AFJP, sumada a la rebaja de los aportes patronales dispuesta entonces para crear empleo, bajando los costos laborales, le originó al país al día de hoy, en menos de 10 años, un desfinanciamiento de 75 mil millones de dólares, casi la deuda privada que hoy discute el país con los bonistas.

Cuando fue necesario por la crisis, las mismas AFJP aceptaron colocar los papeles de millones de argentinos, por fuera de la ley que marca las posiciones de mercado en un menú diferente al realizado por el megacanje, verdadero delito, que dejó los valores de millones de argentinos en un 75% en títulos en default, en un Estado quebrado por los mismos sectores financieros y prebendarios monopólicos, que manejan los bancos y aseguradoras dueñas de las AFJP.

Como vemos, un sistema ideado y reglamentado para el mercado de capitales, no como una nueva conciencia previsional que diese respuestas, en el tiempo y en función de una planificación, al conjunto del pueblo argentino y que por lo contrario debilitó la posibilidad de otorgar mayores recursos, a los ya jubilados, condenados al martirio, de la lógica macroeconómica ejecutada por el poder político y los verdaderos dueños del poder económico.

La ruptura del modelo solidario, no fue reemplazada por una política social diferente sobre la cual se pudiese discutir, no fue la formulación de un nuevo marco teórico para una planificación a 10-20 y 75 años, como realizan los alemanes con cajas estatales, ni con planificaciones de inversión como lo realizan las cajas estatales de Francia, España o Inglaterra, como simples ejemplos, de los cientos que no accedieron a un despojo de las características del que sufrió la Argentina, teniendo como lobbistas a los organismos internacionales, que aplaudían con el mismo énfasis que criticaron, la caída del país en default ante la imposibilidad de afrontar el marco estructural propuesto por esos mismos organismos.

Conclusión, salarios de jubilados congelados a niveles mínimos, desempleo superior a los dos dígitos, ganancias de las AFJP del orden de los 10 mil millones incluidos los pagos por seguros de vida e invalidez de sus mismos bancos y financieras, 66% de morosos dentro del sistema de la ley 24241, a los que necesariamente el Estado deberá dar respuesta constitucional (artículo 14 bis) sin haber recibido un solo peso, o sea, más de 6 millones de argentinos sin posibilidades de acceder a una jubilación ordinaria después de años de aportes, ni de jubilarse por invalidez en caso de infortunios en su salud, todos nuevos habitantes de la geografía del desamparo creado al calor de la globalización y la modernidad, por gobernantes claudicantes en sus sueños, enterradores de utopías y dóciles ante los reclamos de los poderosos y enérgicos ante los débiles, excluidos y trabajadores.

Es la seguridad social ¡¡¡¡....estúpido.....!!!!!

La frase del ex presidente Clinton en campaña electoral referida a la economía, bien puede aplicarse en nuestro país al sistema de Seguridad Social, en un diseño acabado de los organismos de crédito multilaterales, que dictan políticas estructurales de los países endeudados a cambio de negocios sin riesgos, con sistemas compulsivos de recaudación en economías abiertas libre mercadistas y liberales para los dueños del dinero y socialistas para los trabajadores en su ahorro interno genuino.

Si en nuestro país los salarios de los trabajadores y empleadores no tributaran obra social ni jubilación ni Pami, su aumento salarial sería del 23 al 25%, pero como se descontaron los aportes llamados patronales, pero en definitiva salario diferido de los trabajadores ahora sería del 20 al 21%, siempre obligatorio, siempre direccionado y siempre sujeto a leyes del Estado, todo lo contrario al modelo liberal expresado por los gobernantes.

Los trabajadores argentinos hicieron las obras sociales sindicales, antes que existiesen las leyes de regulación de la actividad que sólo apareció en los años 70, supliendo en gran medida la caída del sector público de atención médica, destruido desde los años de la llamada revolución fusiladora del 55, cuando la obra del doctor Carrillo quedó inconclusa en la medianía obtusa de las mentes de los dueños de la democracia por la boca del fusil, desconociendo la voluntad del pueblo argentino.

La Salud Pública ejemplo en Latinoamérica y el mundo, sumada a las conquistas sociales conseguidas en la década peronista, criticadas por las mismas oligarquías que hoy critican las movilizaciones populares pero callaron vergonzosamente y fueron cómplices del principal latrocinio económico y social sufrido por el país desde 1976 en adelante con la instalación de la cultura del individualismo neoliberal.

Lo que no pudieron las dictaduras militares, lo que con sangre y fuego no llegaron a arrasar, aunque atacaron sus monumentos, no pudieron con su concepción anidada en el conjunto del pueblo, lo logró un gobierno surgido de las entrañas mismas del movimiento popular, que, haciendo añicos décadas de historia de compromiso con los humildes y desposeídos, dio entrada a la especulación de los capitales buitres, los contratistas del Estado enriquecidos en la dictadura militar, los sectores financieros usureros y a los nuevos gurúes de la globalización y del endiosamiento del mercado.

Así, desde 1991, la rebaja del casi 14% del aporte del obra sociales, más la pérdida de la recaudación y, por ende, del poder de control sobre los aportes patronales, comenzaron a debilitar el sistema de seguridad social.

La ley 24241 en el 94 y la ley 24557 de riesgos del trabajo en el 96, culminaron un proceso de concentración en los bancos y aseguradoras del padrón compulsivo de trabajadores del país que, a la par de promesas sobre capitalizaciones falaces y jubilaciones felices, cooptaban el ahorro interno genuino en un país devastado por la marginalidad, la exclusión, los nuevos pobres, la precarización laboral, la africanización de sus niveles sanitarios y la población enorme de nuevos analfabetos funcionales y puros, todo en nombre de la modernidad y los negocios de los dueños del poder.

Sumado a esto, la desregulación de las obras sociales, la irrupción de las ART desconociendo los accidentes, más el 38% de trabajadores en negro, produjeron la crisis de numerosas obras sociales sindicales, mientras se regulaba el mercado de las prepagas preparando el terreno para el seguro nacional de salud, con sentido financiero, alejado de las necesidades reales del esquema sanitario argentino y sólo pensado en términos económicos.

Todas estas políticas fueron promovidas y auditadas por el Banco Mundial, avaladas por el Fondo Monetario Internacional, ambas entidades, como sabemos, profundamente preocupadas por la salud y el bienestar de los argentinos.

Como vemos, un mecanismo, en el tiempo, que acompañando al Estado Ausente, financia a través de organismos financieros internacionales programas direccionados a Organizaciones No Gubernamentales, vaciando de contenido la política como instrumento de construcción del modelo social solidario, descontextuando por programas puntuales proyectos de planificación estratégica, como en el caso de la Salud, impidiendo su concreción constituyendo la acción una sumatoria de propuestas sectoriales, sin una concepción integral.

Este modelo de acción, además de producir severos baches económicos en la implementación y nuevos endeudamientos al país, como en el caso del PAMI endeudado en 200 millones que sólo sirvieron para profundizar la crisis, cuando supuestamente apuntaban a la reestructuración.

La políticas diseñadas por el Banco Mundial, empujadas por el Fondo Monetario, ambos organismos del cual somos parte y se supone socios, aunque al parecer sin decisión, tienen intencionalidad, no son ortodoxas, no son regla ni realidad en sus respectivos países, en especial el grupo de los 8, los dueños de la decisión y los propugnadores de las reformas estructurales para nuestro país, atadas a créditos, que permitan eliminar la molesta concepción solidaria del ahorro nacional y afiance el negocio financiero de la salud, la jubilación y apuntale el negocio bancario, ya compensado por la devaluación, a diferencia de los sectores de prestación de servicios solidarios abandonados a su suerte financiera, pese a las deudas que se tiene con el sistema por parte de los empleadores y del Estado.

La caracterización de las ONG , lejos de llevar una crítica implícita, trata de descubrir los mecanismos de deterioro de la capacidad soberana de decisión, del Estado nacional en cada una de las situaciones en donde debe implementar políticas financiadas por estos organismos, cuáles son sus mecanismos de control de asignación a los programas, de los recursos otorgados y la auditoría necesaria de indicadores positivos o no luego de su implementación.

El fortalecimiento institucional del Estado es una de las premisas actuales de la recuperación del país y dentro de esas premisas las políticas sociales no pueden estar sometidas al tironeo de duras internas de ONG, ni de sectores gubernamentales por el manejo de los recursos, ni de nuevos liderazgos fomentados por el prebendarismo y la beneficiencia, en el manejo de la necesidad.

La recuperación del Estado como eje de equilibrio de los conflictos e intereses de los diferentes sectores sociales, es el que puede reestablecer un mecanismo que fije políticas de construcción, que expresadas en lo conyuntural, dé respuestas estratégicas en la definición del modelo social solidario, que los argentinos, si queremos reconstruir, debemos discutir a fondo, con agenda propia, alejados de la agenda pautada con los organismos internacionales, que responde necesariamente a otros intereses.

En síntesis, los argentinos nos debemos una discusión del marco estratégico de nuestro país, después de décadas de abandono de nuestra capacidad creadora, donde estuvimos a la defensiva de las nuevas teorías del mercado, de la visualización del nuevo orden internacional, de incorporarnos a la la globalización y a la modernidad.

La destrucción del hombre argentino

El estado actual del país, no podría haberse llevado a cabo de no mediar una profunda campaña de deterioro de las capacidades del hombre argentino, desde nuestra historia hasta nuestro presente, desde el cuestionamiento profundo atemporal de los hechos de la historia hasta la demolición del Estado como institución, desde la demonización de la política hasta la crucifixión de los dirigentes de cualquier institución desde los gremios hasta los clubes de fútbol, desde la caracterización de vago del obrero argentino hasta los métodos de sobrevivencia de los miles de exiliados argentinos, desde la familia como institución contenedora hasta el racismo con nuestros hermanos latinoamericanos, desde estigmatizar la pobreza criminalizándola hasta condenar las instituciones de la República en todos sus estamentos.

No es casual, no forma parte de nuestros defectos, sí de las tonteras argentinas creer que todo es producto de la casualidad, que no tiene nada que ver con las teorías de mercado, ni con el cambio de los paradigmas del 90, ni con los discursos de la seguridad social de la dictadura militar, ni con el genocidio, ni el discurso único ni la modernidad.

Si observamos los resultados, y de eso se trata, en 27 años largos de prédica, el cambio cultural es un hecho, quizás el tema más difícil de reparar en el tiempo, mucho más que el daño económico, con vaivenes más estrechos en la historia, pero la conclusión es obvia, que no se puede mantener durante tanto tiempo la improvisación y la negligencia, sino es a través de un plan articulado de objetivos claros, que dieron la Argentina que hoy vivimos.

Sin dudas, desde la precarización laboral de la Banelco de De La Rúa, pasando por la destrucción de la Seguridad Social de Menem, continuando la prédica de la Tablita de Martínez de Hoz con la Convertibilidad de Cavallo, el mismo de la nacionalización de la deuda privada de los 80 y del endeudamiento externo de los 90, con la destrucción de la industria nacional, el debilitamiento de la educación pública, el deterioro del sistema de salud y la entrega privatizadora de los resortes de la economía desde energía a transportes, desde rutas a sistemas de comunicaciones, sin ningún resguardo del interés nacional, no puede formar parte de la improvisación.

Si, al decir de los economistas liberales, los verdaderos arquitectos de la situación nacional actual, luego de décadas de prédica, la Argentina hubiese cumplido todas sus predicciones, hoy la situación sería de pleno empleo y crecimiento sostenido.

Pero, siempre hay un pero, refieren que no se hicieron las reformas estructurales de segunda generación, según esa particular visión de la historia reciente. Reformas que implicaban la pérdida del banco Nación, Provincia y Ciudad en manos de los sectores financieros externos, la eliminación del peso y su reemplazo por el dólar con la consiguiente pérdida de ganancias y de control, la eliminación de los sistemas de obras sociales que hoy atienden a más de 11 millones de argentinos, la modificación del Banco Central , mayor ajuste en la administración pública con el debilitamiento consecuente del Hospital Público y la Educación, además del abandono de lo infraestructural y del diseño del modelo del país a construir alejándonos definitivamente de cualquier capacidad de decisión soberana, como argentinos.

Si hubiésemos, los argentinos accedido a estos reclamos, hoy no tendríamos problemas externos, ni de deuda ni de presiones financieras por los organismos internacionales, ni embargos preventivos, ni argentinos economistas describiéndonos las siete plagas de Egipto si no cumplimos los deberes que nos imponen. Tampoco tendríamos Estado ni nacionalidad, no tendríamos esperanzas, nuestros hijos seguirían emigrando y nuestras pocas industrias seguirían languideciendo con una masa de exclusión que prefiguraría nuevas tempestades sociales y conflictos.

Ante todas las dificultades, los argentinos deberíamos pesar estas situaciones que hoy se intentan remediar después de años de oscurantismo.

Si algo es palpable es la nueva dinámica social, que derrotó el modelo anterior, intentando escribir un nuevo paradigma, una nueva conciencia, que abandonando el discurso único, el posibilismo, la economía como motor del pensamiento comience a construir, a la luz de los nuevos tiempos, las categorías del pensamiento que acompañen los nuevos tiempos, de los cuales todavía no se visualizan, ni los instrumentos ni los objetivos últimos, pero se tienen señales de que el pueblo argentino está dispuesto a recorrer un camino de recuperación de la conciencia nacional.