Probablemente en los países en que funciona la democracia, el Congreso, sea el ágora natural de debate político. Aquí le inventaron, en paralelo, el mamarracho aquel del Acuerdo Nacional en que participan los no elegidos por votación popular, la izquierda caviar burocrática y burocratizante, los partidos políticos y gremios diversos. Especialistas somos los peruanos en armar patotas para no hacer nada y complicarlo todo.

¿Qué pasaría si un acuerdo político y popular determina que los próximos congresistas sólo lo serán por un período con renovación al 50% de su régimen y que en lugar de cobrar abusivamente, sólo perciban el equivalente a US$ 2000 por todo concepto? ¿Cuántos se lanzarían a tentar curules?

Se sostiene que el parlamentario tiene por misión servir al pueblo. Aquí siempre sucedió todo lo contrario. Con excepciones poquísimas, las gavillas de tarados y débiles mentales con trajes, sastres o ternos, ha sido la principal y casi única característica del Congreso. El actual no se diferencia en casi nada del oprobioso ambiente durante el fujimorato. Leyes con nombre propio, cabildeos asquerosos, silencios repugnantes y vistas gordas que averguenzan por descaradas como convenientes, son variaciones de una misma y reprobable sinfonía.

¿No sería una forma de decantar a los logreros y oportunistas de quienes sí quieren contribuir a la forja democrática de un país libre, justo y culto? Se dirá que sólo los millonarios o potentados irían al Congreso. ¡Error! ¡Esos jamás van a la pelea! Siempre usan alfiles y mandaderos a quienes hacen gozar la ilusión de un buen sueldo y un cuarto de hora de fama periodística. ¡Nada más! El poder no está en el Congreso ni en Palacio. Lo tienen las grandes empresas transnacionales y los grupos cabilderos que traicionan a la patria todos los días y desde todas las plataformas.

Si el Congreso es caño roto que alimenta a frívolos discurseadores vanos, entonces que se convierta en un ámbito en que los que quieren servir deban hacerlo con sueldos mínimos indispensables para vivir con tranquilidad y en el caso de los provincianos, de uno o dos pasajes a sus sitios de origen al mes. ¿Para qué más?

Lo contrario es el vulgar Congreso de hoy en que se disimula la mediocridad amparándose en disposiciones administrativas sumamente ruines.

¿Existirán patriotas dispuestos a jugar cartas atrevidas y reales con el país? ¡Vamos a ver!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.