Lo que años atrás fue para nosotros los peruanos, moneda común y trágica, vituperable y horrorosa, pasó en Madrid con el saldo doloroso de muertes, heridos, miedo y pavor. Todo terrorismo es malo. No obstante de lo cual no deja de llamar la atención que las autoridades ibéricas pretendieran cargarle a ETA la autoría del crimen. Si fue Al Qaeda, es materia de investigación, pero lo oprobioso y condenable es el terrorismo en sí como arma criminal.

Para todos los que no son peruanos y que han tomado conocimiento de los atentados en Madrid, es interesante refrescar hechos y datos que en más de cuatro lustros constituyeron el menú cotidiano aquí. No sólo debimos afrontar el reto del narcotráfico y su secuela de asesinatos, violencia y desorden institucional, también fuimos carne de cañón de grupos lunáticos que arropados con banderas reivindicacionistas y pseudo sociales, asesinaban a diestra y siniestra.

El saldo no puede ser más espantoso: más de 25 mil muertos, familias desintegradas, emigración de pueblos enteros que debieron huir del campo de fuego, huérfanos reclamando a sus padres, soldados mutilados, policías malogrados, en fin, un recuento que otros han hecho con más técnica pero, sobre todo, una profunda e irreversible erosión en el espíritu nacional. ¡Hemos quedado marcados por tanta violencia!

Para muchos el informe de la Comisión de la Verdad peca de excesos acusatorios y mano blanda con sus amigos. A unos les carga la tinta para reconvenirles con dureza su acción represiva y a otros les otorga la muelle y mentirosa piedad de una desorientación para con los portavoces y actores de la violencia.

Por alguna razón, aún no del todo explicada, los ex-integrantes de la CVR se creen investidos de una autoridad que puede reclamar que sus exégesis sean cuestión de Estado y demandan atención, seguimiento y prosecución. Y hay derecho a sostener que esa es una parte de la verdad. No toda. ¿O hay otros fines propagandísticos y políticos en esta actitud?

El terrorismo no puede ser condenado sólo a nivel de ETA o Al Qaeda. ¿Qué podemos decir del derrocamiento a secas de Aristide en Haití? Allí ocurrió una confabulación de Estados Unidos y Francia y la Carta Democrática de la OEA, esa fantochada grotesca y burocrática, no funcionó para nada. En Irak los bombardeos sólo asesinaron a civiles inocentes y el pretexto de Hussein no fue suficiente para disimular la ambición fenicia de Cheney y su pandilla capitalista. ¡Todos los terrorismos son malos y así hay que condenarlos!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.