Se habla mucho, últimamente, de la pérdida de credibilidad del Presidente de la República, de la mala aprobación al Poder Judicial y al Congreso de la República y de una muy baja nota desaprobatoria a los partidos políticos. Sin embargo, de lo que no se habla es de la, cada vez mayor, pérdida de confianza en los periodistas y en consecuencia, en los periódicos.

El Perú tiene uno de los más bajos índices de lectoría entre nuestros vecinos latinoamericanos y la costumbre de leer el diario escrito, se está perdiendo día a día. Los directores y editores de estos periódicos o ignoran la realidad que los está envolviendo o porque, precisamente se dan cuenta de ello y han emprendido una carrera suicida para que a través del amarillismo escrito y la denuncia con olor a escándalo, puedan subir sus tirajes.

A raíz de estar envuelto en una acusación televisiva, recogida por la prensa escrita he tomado conocimiento de la existencia de una red de tráfico de escándalos verdaderos o no que son vendidos o intercambiados como si fueran figuritas de colección, al mejor postor. Sin mayor información y con verdades a medias o sacadas fuera de su contexto, se agravia e injuria a personas honestas, sin tomar en cuenta que las bases de las Constituciones en el mundo exigen el respeto a la dignidad de los individuos.

Los programas televisivos, especialmente de investigación, tampoco se salvan de esta loca carrera en donde primero se ubica el blanco y después se buscan las balas aunque sean de salva. La radio, en menor medida, también está afectada por esta grave enfermedad que ataca no sólo al público desconfiado, sino a los mismos periodistas cuya única salvación sería una vacuna de ética periodística y de moral, elaborada en los laboratorios de insignes literatos y periodistas como es el caso de Unamuno en España; Ernesto Sábato en Argentina; Emilio Zolá en Francia; Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez, en Colombia; Mario Vargas Llosa en Perú; Octavio Paz en Argentina; entre otros.

Todos ellos han desempeñado un rol de árbitros éticos de la putrefacción que desgarra al periodismo y a la sociedad misma. El ejemplo de estos insignes personajes debe ser retomado por la nueva generación de literatos y periodistas para redimir esa gloriosa profesión que se llama periodismo, antes que ésta se hunda en los pantanos del tráfico de escándalos saturados de medias verdades y de grandes mentiras. La verdad, debe ser erigida como diosa del periodismo y no el falso Mesías del escándalo, del chisme y de la corrupción.

Debo reconocer que existen buenos y honestos periodistas, imbuidos en la ética periodística pero lamentablemente, son los menos y deben, en la mayoría de los casos, someterse a la tiránica política de los jefes editores y directores o buscar su independencia y libertad en páginas virtuales de escasa circulación pero que con el transcurso del tiempo se impondrán sobre las desprestigiadas columnas de los periódicos tradicionales. Tiempo al tiempo.

Nos encontramos en un trance muy grave, difícil de superar. La prensa, en su mayoría, está al servicio de los apetitos políticos, las ambiciones personales, la desesperación de los corruptos en cárcel o fuera de ella, del dinero fácil, de las intrigas palaciegas y de los intereses personales; que tanto daño han hecho y seguirán haciendo al Perú.