Por convicción, no tengo ni aspiro a tener la más mínima cercanía con el fujimorismo. No por ello, sin embargo, he dejado de comentar aquí la significativa presencia de Fujimori en el Perú de hoy. Por eso me sorprende el entusiasmo de muchos al leer las últimas encuestas. Según la Universidad de Lima, el 64.8 % rechaza la candidatura de Fujimori, lo cual parece ser motivo de júbilo. ¿Se justifica tanto entusiasmo? Creo que no. Acaso sea más importante analizar, en lugar del rechazo, el respaldo hacia dicha candidatura. Según la misma encuestadora, el 29.1% cree que Fujimori debería ser candidato, mientras que el 31.5% aprueba su gestión durante la década 90-2000. Según Apoyo, la candidatura del ex presidente cuenta con el 39% de simpatizantes. Es más, Imasen lo ubica primero en las preferencias electorales, superando a García, Paniagua, Flores y al resto de presidenciables. Puntos más, puntos menos, lo que estas cifras nos indican es que Fujimori posee ya un tercio electoral. Aunque ello se explique por una mezcla de “nostalgia silvestre”, incompetencia de Toledo y de vocación autoritaria -como señala bien Mirko Lauer-, lo cierto es que ese tercio fujimorista existe. Y ello no es poca cosa.

No en vano, me imagino, estamos entrampados con Fujimori. Con poca verguenza y mucha razón, el tirano se mofa de nuestros políticos. Además, se las arregla para estar en la agenda diaria. Está en portadas, encuestas y editoriales. Negar esa realidad es de necios. Dicha ceguera solo alimenta el crecimiento de Fujimori. Así, quienes alharacosamente celebran la resolución del JNE, anulando la inscripción del movimiento “Sí Cumple”, y se apoyan en ella para desentenderse del fenómeno Fujimori, cometen un gravísimo error. Dicha resolución es una victoria pírrica. A un movimiento político -por más caudillista y autoritario que sea, como es el caso del fujimorismo- no se le anula por decreto. Más que en el terreno judicial, el movimiento fujimorista debe ser combatido en el terreno político. Con estrategias, con programas, con ideas. Y eso es lo que no quieren entender nuestros líderes. Escasos de audacia, cuando no de ingenio, sólo han tratado de incorporar mecánicamente a sus predios el caudal electoral fujimorista. Lo hizo Alan García, primero, y ahora lo ha hecho Lourdes Flores, como si se tratara de una simple regla aritmética.

Ello evidencia tanto las carencias como los temores de nuestros políticos. Saben que no sería fácil derrotar a Fujimori. Especialmente la derecha. No por gusto sus más impetuosos paladines -algunos de ellos solapados defensores de Fujimori, por confusión o por convicción- saben que la derecha peruana ni crece ni cuenta con un candidato de peso. Quien sí cree que sería beneficiado es Alan García. Apuesta a que la ciudadanía preferiría a cualquiera menos a Fujimori, aunque lo más probable sea un escenario inverso. Por ello, sean de derecha, centro o izquierda, todos tienen la obligación de reaccionar pronto ante ese tercio fujimorista. Dormirse en sus laureles sería un suicidio, para ellos y para el sistema democrático.