Con este libro he querido cumplir con un anhelo postergado: revisitar la utopía, los ideales, el camino. Abordar el debate mundial buscando los aspectos que nos unen y nos permiten considerar la escenarios de nuestros países desde los grandes movimientos y doctrinas que buscan cambiar la realidad.

Este libro contiene un recorrido propio, personal que gracias al Director del Instituto de Gobierno, Dr. Alan García Pérez y al rector de la Universidad de San Martín de Porres José Antonio Chang hoy ve la luz. Alan García y su interés en este trabajo nos dio el estimulo para ingresar a las nuevas nociones que modernizan el debate de las llamadas derechas e izquierdas. Buscando atraparlo cuando la confrontación de ideas está viva y en movimiento.

En noviembre de 1999, aún con la presencia de Gustavo Mohme Llona, a cuyos ideales de democracia y solidaridad rindo homenaje, presenté Tercera Vía y Neosocialismo que abordó debate mundial en el fin del siglo después de la crisis asiática para el neoliberalismo y la caída del Muro de Berlín para el comunismo. Hoy las rectificaciones tornan factible la utopía que toma lo mejor de las utopías liberal y socialista que animaron el siglo que se fue.

La confrontación no ha dado resultados en nuestros países. Hoy sabemos que la concertación y los consensos se han convertido en necesidad. Podemos construir un centro que beneficie a todos, tomando lo mejor del nuevo liberalismo social y de la nueva Social Democracia. Los extremos han dejado de funcionar como referentes en un mundo cuya globalización debe ser gobernada desde la política y la democracia.

América Latina está bajo tremenda presión. Por un lado la globalización exige a sus gobiernos eficiencia economica, competitividad e inserción económica bajo los dictados del capital internacional. Por otro lado las grandes mayorías sufren abandono y pobreza y exaltadas hasta el hartazgo, desestabilizan gobiernos y amenazan con la anarquía.

Se impone una visión integral del desarrollo que no es sólo económico sino también social. Que requiere de un Estado fuerte responsable y de instituciones sólidas para la lucha por la justicia social en el marco democrático. De un Estado regulador y promotor, capaz de controlar el flujo financiero electrónico, de impedir las crisis que causan los capitales especulativos. De un Estado con capacidad y fuerza para oponerse a los monopolios y a la globalidad controlada desde Davos. De un Estado Nación que fortalezca su mercado nacional, que reclame como lo hacen Lula y Kirchner, libre comercio pero sin subsidios de los países ricos.

La reflexión teórica y un debate abierto, inspirado y contrastado con las prácticas de los gobiernos progresistas en el mundo permiten renovar la utopía. En América Latina los socialistas están obligados a imaginar gobiernos con capacidad para responder a la fuerte presión social, a las masas que reclaman eficacia sin renuncia de ideales, que piden se combata la pobreza y la exclusión dentro de la democracia sin reeditar el socialismo de ruptura y menos aún el autoritarismo.

El neoliberalismo logró la estabilidad monetaria en muchos países a partir de ajustes ordenados desde la tecnocracia mundial, derrotó la inflación y obtuvo el crecimiento de las economías. Pero lo hizo con gran sacrificio social, con la competitividad de los salarios bajos y la reducción o eliminación de las conquistas laborales. Gran parte del mundo globalizado está de regreso de la ilusión neoliberal. Los gobiernos ven en el malestar social generado la fuente de mayores desestabilizaciones políticas y económicas. Los organismos multilaterales, FMI, Banco Mundial, BID, tienen un nuevo discurso de lucha contra la pobreza y el flagelo del desempleo. Este cambio no es de matices, ahora se ve claramente que si bien no es posible retroceder en los logros macro económicos tampoco se puede insistir en políticas que no generan empleo y reducen o maltratan el existente desconociendo las conquistas laborales, las pensiones y la seguridad social.

Vivimos el tiempo del rechazo a dogmatismos y verdades únicas, como lo hubiera querido Cornelius Castoriadis con su lema: la imaginación al poder. La imaginación rompe con los determinismos, no por gusto las sociedades tienen sus fuerzas creativas, en permanente auto invención para establecer y derogar normas a partir de una realidad que no es inmutable. No es casualidad que la generación que animó el Mayo 68 sea la que hoy tiene en sus manos los destinos europeos. Nos reencontramos respetando el legado de esos jóvenes que trataron de prevenir acerca de los peligros del consumismo e impugnaron el reduccionismo económico para acercarse a los fines sociales de la política. No extraña que los dirigentes europeos actuales vengan de esas canteras y hayan hecho el difícil camino entre la utopía y la realidad sin dejar de rendir culto a la imaginación para encontrar nuevas respuestas.

América Latina recibe la influencia de este clima de equilibrio en el que se liman agudas aristas ideológicas en beneficio de la democracia y la gobernabilidad. El consenso es para luchar contra la pobreza y el desempleo, por el bienestar de las mayorías excluidas de los beneficios de la globalización.

En Francia Lionel Jospin representó una social democracia moderna y actualizada que permanece en la izquierda. Reivindicó la utopía de una acción pública que quiere resolver las necesidades concretas de los ciudadanos: alimentarse mejor, alojarse confortablemente, educar a los hijos, vivir en paz y seguridad. No habló de una utopía ideológica, que necesite violencia o subversión, sino de una utopía que necesita democracia, cambios progresivos y una meta clara: atender las necesidades de los ciudadanos.”. La definición es útil, precisa y clara. El planteamiento de fondo es simple y complejo a la vez, mayor democracia y atención de las necesidades de los ciudadanos.

El rescate de la política es una visión de avanzada, progresista, frente a quienes reducen todo a términos económicos. Dos décadas de satanizar el Estado y a los partidos políticos han terminado. Las instituciones son revalorizadas y, paradoja de los tiempos, los mismos capitalistas exigen controles sociales de la economía y presencia de ese Estado que antes quisieron disminuido y hasta desaparecido. El capitalismo salvaje con su ambición desmedida mata a los más pobres, excluye a los ineficientes pero también puede herir mortalmente a los que creen en el mercado como solución única. En el mercado libre se arrancan las presas y muchas empresas quedan fuera. La regulación es el único antídoto posible al todo vale
autodestructivo.

Las reformas de segunda generación están destinadas a fortalecer el Estado, la regulación, la transparencia de la administración general, la eficiencia de la justicia, de reglas y supervisión de los mercados de capitales, de remuneración de los servidores públicos, de la financiación de la educación y de los mecanismos de cohesión social. No se trata sólo de privatizar y liberalizar y que el pueblo aguante. Hasta Washington rectifica, las políticas de estabilidad sirven pero no bastan.

¿Quién manda realmente en los países de América Latina? Un alto porcentaje opina que las empresas financieras influyen más que el Estado, los partidos y sindicatos, y los militares. Ello llevaría al vaciamiento de la política, o más exactamente a un desplazamiento del poder desde los elegidos hacia los poderes fácticos con intereses distintos a los generales.

Recobrar la acción política, imponerse con criterio social a las leyes del mercado, es una voluntad aceptada. El debate entre las izquierdas está presente también entre los liberales. Bodo Hombach habla de un “encuentro histórico entre el verdadero liberalismo y la social-democracia”. ¿Lo veremos en el siglo XXI?, se pregunta.

No es suficiente conciliar la política con la economía, debemos agregar el factor ético, la cohesión social con base en la solidaridad necesaria para combatir la pobreza a la que se agrega la exclusión. Mas de la mitad de la humanidad está quedando fuera del sistema productivo y sus consecuencias las vemos en los pueblos marginales urbanos del Tercer Mundo cuya brecha con el orbe desarrollado se torna insalvable.

América Latina busca el centro entendido como equilibrio y confluencia de tendencias. Rechaza la revolución armada tanto como las dictaduras militares violadoras de los derechos humanos. Necesita crecimiento económico para la justicia social. Por ello sus pueblos y sus políticos revalúan la cultura del consenso sin quiebra de principios.

Combatir las desigualdades sociales en el continente no es una mera frase, es consigna autodefensiva. No es concesión a la platea es constatación de urgencias. El malestar social, el desempleo creciente, la exclusión de amplios sectores sociales son antinómicos de la estabilidad y más aún de la gobernabilidad. Un mínimo de bienestar social es prerrequisito para competir en el mundo globalizado.

Sin alcanzar este mínimo no se podrán procesar diferencias que resultan autodestructivas. Nuestras clases políticas deben entenderse para no llegar a situaciones extremas de liderazgos que concentran el poder y disminuyen la representación de la sociedad y la acción de los partidos políticos.

Un sentido preventivo inspira nuevas posiciones. ¿Las utopías liberal y socialista tienen un punto de encuentro?. La izquierda del siglo XXI puede rescatar lo mejor de las luchas liberales, democráticas y obreras de los siglos XIX y XX para conciliarlas en un gran proyecto humano de ciudadanía, de conquista de la autonomía individual. Esa izquierda ya no contrapone libertad e igualdad, en su modernidad las considera unidas en un proyecto democrático que si quiere seguir siendo referente válido, debe dar batallas esenciales sobre libertades y derechos individuales.

El acercamiento se dará a través de las definiciones en la manera de tratar el Estado y el mercado. En la defensa de la competencia, versión moderna de la lucha contra los grandes poderes económicos. En la defensa del individuo contra el individualismo atomizador y empobrecedor de la sociedad. En rasgos distintivos en la interpretación de la libertad. En el Estado necesario para la función social.

El capitalismo propone las razones de la economía. Pero la democracia propone los valores del consenso político. En el compromiso entre ambos, la izquierda es el espacio político en el que los más débiles de la sociedad y del mercado pueden combatir por sus derechos.

América Latina que ha sufrido los estragos del estatismo excesivo y del mercado salvaje tiene hoy que atender la pavorosa miseria y desigualdad de 200 millones de seres humanos sumidos en la pobreza. Para ello exige una agenda social, talvez menos ideológica y más temática.

El continente saca lecciones amargas de la guerra civil o de los desencuentros que arruinan los Estados democráticos. La lealtad hay que construirla con gestos y resultados mas que con promesas que incumplidas destruyen por desencanto empujando hacia ideologías totalitarias o actitudes mesiánicas. El Estado es vulnerable a la frustración y a la discordia política. Lo mella la negación de la solidaridad o la inconsecuencia, la ausencia de tolerancia y la mezquindad. No basta la fuerza o la debilidad de un solo partido, la democracia se afirma o se destruye colectivamente.

Más de tres décadas después de Mayo del 68, que tuvo su sustrato filosófico en la solidaridad, la inspiración se actualiza. Los jóvenes estudiantes de ayer tienen el rostro de los militantes y políticos de hoy que retoman un sueño nunca derrotado. París, Roma, Praga y Berlín reclamaban una sociedad hecha por y para los seres humanos. Un sueño de una solidaridad mayor, de afectos compartidos, de responsabilidad humana. El sueño persiste.

Sólo unas palabras sobre la situación del país. Los sucesos de Ilave muestran la gravedad de la crisis que no es coyuntural sino de Estado, política, social e institucional. Ojalá así fuera entendida. La refundación de la República puede ser una respuesta si es que todos la pensamos y contribuimos a la salida, soldando ese divorcio entre la intelectualidad y la política. No esperemos un colapso explosivo y terminal. Los partidos políticos deben asumir su responsabilidad.