El próximo 3 de junio se cumplen siete décadas y media, 75 años, del Tratado e inseparable Protocolo Complementario que culminaron los diferendos limítrofes con Chile. En virtud de los mismos, Arica quedó con soberanía restringida en el país del sur y Tacna volvió a tremolar sus banderas blanquirrojas nunca abdicadas. En honra del respeto a los convenios internacionales, en recuerdo de nuestros héroes caídos en la Guerra del Pacífico, en reminiscencia ineludible de un ayer que nos debe enseñar el porvenir para evitar yerros y tragedias, todos los peruanos debemos, con unción y unidad nacional, reivindicar aquella fecha y su profundo contenido histórico.

Recordemos. En el artículo primero del Protocolo se dice: “Los Gobiernos del Perú y de Chile no podrán, sin previo acuerdo entre ellos, ceder a una tercera potencia la totalidad o parte de los territorios que, en conformidad con el Tratado de esta misma fecha quedan bajo sus respectivas soberanías, ni podrán sin ese requisito, construir, a través de ellos, nuevas líneas férreas internacionales.”

El gobierno, los partidos políticos, las organizaciones diversas y múltiples, sin distinción de credos o ideologías, tienen la oportunidad de galvanizar a través de un hecho histórico, un designio común y una aspiración nacional unificadora de país y no de mosaico suicida como ocurre en la actualidad. Si, por miopía o quintacolumnismo, hay olvidadizos, a estos habrá que acusarles por su crimen de lesa patria.

Por olvido y estupidez ignorante, costumbres tan peruanas como odiosas, casi nunca se recuerda la figura de Augusto B. Leguía quien negoció de manera casi exclusiva el Tratado del 3 de junio de 1929. Sin embargo, es importante señalar que la participación de Leguía fue notable y patriótica y su memoria no puede dejar de ser evocada con respeto.

Todos los pueblos tienen su historia. Alrededor de ella se juntan los espíritus para invocar el soplo del ayer para atisbar el éxito del mañana. Del equívoco torpe hay que evolucionar al éxito futuro sin cometer los yerros del pasado. No hay globalización ni modernización válidas si pretenden convertirnos en amnésicos. Las naciones que reniegan de su pasado o lo ocultan con verguenza, son las chacras sobre las que bailan las transnacionales y sus agentes criollos disfrazados de tecnócratas.

Cuando un pueblo se une para recordar críticamente entonces arriba por lo menos a una conclusión: ¡el Perú es posible! Porque respeta los tratados internacionales y porque el del 3 de junio de 1929 aún contiene temas inconclusos en Arica que hay que notificar. La patria se defiende, la patria no se vende.

Los agentes bien pagados de la globalización invierten millones en crear a través de la videopolítica mensajes disolventes, corrosivos, anticholos, plagados de medias verdades. Frente a ellos, no queda sino el camino afirmador del nacionalismo constructivo, sin chauvinismos majaderos, pero con una firme y contundente, como insobornable, decisión de ser peruanos orgullosos de su estirpe andina y de su misión como país central en Latinoamérica. La Comunidad Latinoamericana de Naciones requiere de un Perú unido, sólido, creyente en su designio soberano e integracionista.

Por eso, escolares, trabajadores, gobernantes, diplomáticos, políticos, periodistas, amas de casa, universitarios, peruanos todos, el 3 de junio es un día importante, marca y seña refundadora, piedra de toque, espoleo de nuestras mejores y más valientes voluntades creadoras de un Perú libre, culto y justo.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos el poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!