Por esas casualidades tan exactas que fabrican las componendas políticas, matón Fernando Rospigliosi reapareció en la escena pública apadrinando una garita de seguridad junto a un alcalde en el Callao. Ya no es ministro del Interior porque fue echado por el Congreso, pero ahora ya empezó lo que sus adláteres llaman la campaña presidencial.
Por razones que sería largo explicar e imposible resumir en pocas líneas, los peruanos tenemos simpatía por la mano dura. El país soportó diez largos años al delincuente Fujimori. Y la complicidad empresarial y de los sectores más ricos -o los que se hacían millonarios en ese lapso- fue oprobiosa y aberrante. Los partidos políticos casi desaparecieron y las expresiones ciudadanas tuvieron mucho más fuerza y efectividad en sus protestas y reclamos.
Desde su segundo régimen en Interior, matón Rospigliosi desplegó una cuidadosa campaña para aparecer como duro, de voz bronca, identificado con temas como seguridad, reforma y limpieza. Con respecto a este último tema, sería de lo más interesante conocer como así que dio a su amigote de Proética, José Ugaz, en febrero y abril del 2002, los contratos referidos al tema policial, cuando esta ONG ¡no existía en los registros públicos!
Sigo insistiendo: ¡el que quiera hacer política y campaña proselitista es libre de hacerlo siempre que no vuele edificios o ponga bombas para matar gente! ¡Pero con su dinero! ¿No es una coincidencia más bien sospechosa que justamente ahora empiece a aparecer como benefactor en actividades que antes fueron las de su sector ministerial? ¿Hay casualidades en política?
El gran negocio de los últimos 20 ó 25 años ha sido expoliar al Estado con múltiples diagnósticos, estudios, talleres y demás adefesios que nunca arriban a conclusiones firmes porque eso equivaldría a malograr o matar a la gallina de los huevos de oro. Y las asociaciones y ONGs han perfeccionado métodos finísimos para prolongar las subvenciones y remesas de dinero. Así, sus directivos, cambian de pasaportes todos los años, tienen casas de playa y de campo y disfrutan el muelle goce que da la publicidad que sus agentes brindan desde los medios de comunicación.
El círculo vicioso se traduce en que sólo un reducido cenáculo es el beneficiado. Entre ellos se elogian o defienden y el espíritu de cuerpo, fletado por abultadas planillas en dólares, reacciona cuando uno de sus esbirros está por caer o en la cuerda floja. Así ocurrió con matón Rospigliosi. Sus escuderos pertenecen todos a una ONG y se desgañitaron hasta la saciedad con tal de santificar la imagen de un audaz que está probando no ser más que otro oportunista clásico sin mayor riesgo para el sistema del que vive como sus cófrades.
Mientras que el Perú siga creyendo en estos portavoces de la mentira institucional y epidérmica, persistirá en la tara de una democracia en que los pobres no dejan de serlo y los ricos, son más ricos porque ese es el orden “natural” que estas organizaciones también propugnan en un esquema intocable e incuestionable.
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.
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