En Ilave hay trifulca porque el pueblo protesta y hasta hoy no se arriba a caminos de solución. En Tingo María hay bloqueo de carreteras, marchas y acciones populares de diversa índole. En ninguno de estos dos sitios, por citar los de más palpitante vigencia, hay siquiera la más mínima presencia del señor Walter Albán, precarísimo Defensor del Pueblo que ni siquiera alcanzó la ratificación del puesto en que hace un papelón de burócrata modosito y limeñizante. ¿A quién defiende este Defensor?

Meses atrás Albán, se ofreció como mediador en el conficto que mantuvo la ejemplar población agricultora de Tambogrande, Piura, contra Minera Manhattan. A este sujeto se le paga, del dinero de todos los peruanos, para que defienda al pueblo, para que se haga cargo de las expresiones populares que, en este caso, han probado, hasta electoralmente, como ocurrió en el 2002, ser absolutamente justas y rentables. ¿Quién le dijo a este Defensor que su trabajo era intermediar en la liza? ¡Qué desubicación tan vituperable!

En cambio a Walter Albán sí que se le ve cada vez que hay que recibir premios que organizaciones tributarias de su “Defensoría” inventan para agasajarse entre ellos. Yo te premio para que tú lo hagas también. Entonces, el enjambre mediático de canales televisivos, radioemisoras y medios escritos, fabrican méritos que no existen o civismos fantasmas. ¡Y esto es una frivolidad sin atenuantes! ¡La Defensoría del Pueblo no puede ser, bajo ningún concepto, mascarón de proa o pasaporte para que unos inútiles disfruten de sueldos pingues, preseas mil y una imagen pública impostada y repujada a base de fantasías muy bien financiadas!

Llama a indignación que el señor Albán, en lugar de estar en Tingo María o en Ilave, con el ejército de funcionarios que sufraga el Estado, sí esté muy ocupado en organizar la base política de su elección como Defensor por el Congreso. ¡Precisamente ese es el desempeño que NO debería tener ningún Defensor! El interés del pueblo está por encima de ambiciones personales como las que muestra a cada rato el señor de marras.

Pocas semanas atrás se vio a Albán junto a la periodista ibérica detenida por homonimia y salió no pocas veces a la televisión y a los medios y dijo cuanto se le ocurrió porque, según él, había que defender los derechos humanos de esta ciudadana española. ¿Y quién defiende a los compatriotas de Ilave, de Azángaro, de Puno, de Tingo María y lugares aledaños? ¿No es esta la tarea, precisamente, de este señor? ¿A los de fuera, con rosas y a los de adentro, ni siquiera se los toma en cuenta? ¿Con este Defensor, para qué queremos enemigos?

Si algo bueno se le ocurriera hacer a Walter Albán, es dejar la Defensoría. ¡Así de simple! ¡No es más que un burócrata de feroz apetito de titulares, salidas en la televisión, angurriento de plaquitas y distinciones de dudosa validez! Y lo que da más cólera es que el pueblo paga este festival de condecoraciones inmerecidas. Este señor será recordado, con piedad y por fórmula. ¡Jamás por Defensor!

¡Atentos con la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.