Raid de las tropas estadounidenses contra civiles iraquíes. Una madre trata de hacer entrar a sus hijos a casa para protegerlos.
Foto Al Jazzera TV

La invasión de Irak, que culminó un proyecto de más de una década del grupúsculo de ideólogos neo-imperialistas que dominan al gobierno George W. Bush, con todas sus trágicas consecuencias, representa un parte-aguas para la historia contemporánea y como tal necesita ser entendida por todos los que se preocupan del futuro de la civilización, especialmente los lideres políticos y los llamados formadores de la opinión pública.

Particularmente lamentable es la actitud mental de soberbia y desprecio por los principios humanitarios más elementales, que han motivado el tratamiento deplorable a los prisioneros de guerra de parte de los militares de los Estados Unidos, no se justifica por la «guerra al terrorismo» o por la supuesta mala conducta de reservistas degenerados.

Al contrario, reflejan una visión distorsionada y enferma del mundo y la naturaleza del hombre, que esta enraizada no solo en la cadena de comando militar y en la sociedad estadounidense. También es compartida o tolerada por las clases dirigentes e importantes sectores de las sociedades de otros países, lo que está llevando al mundo al paroxismo de la crisis civilizatoria presente.

Tal entendimiento fue trasmitido de forma dramática por el veterano comentarista de la red de televisión CBS, Andy Rooney, en un lamento público al aire el 23 de mayo: «En la historia del mundo, muchas grandes civilizaciones que parecían inmortales se deterioraron y murieron. Yo no quiero parecer dramático, pero ya viví lo suficiente y, por primera vez en mí vida, tengo miedo que esto pueda acontecer aquí en los EE.UU de América, como aconteció a las civilizaciones griega y romana».

Andy Rooney
Célebre comentarista en la cadena de televisión estadounidense CBS. / Foto CBS.

Esta concepción del ser humano y sus derechos inalienables se extiende a la esfera de la economía, depredada por la hegemonía «darwinista» de los mercados financieros, cada vez más ávidos en extraer sus libras de carne de lo que resta de las economías reales en todo el mundo, y de los seres humanos que ellas representan. Por lo tanto, la imprescindible reforma del sistema financiero mundial no puede disociarse de la reorganización global inaplazable a favor de un orden multipolar fundamentado en el Bien Común como pretendía el gran y olvidado teórico de derecho internacional Emmerich de Vattel.

Se requiere reconocer la dimensión civilizatoria de la crisis global por los líderes políticos mundiales , quienes además necesitan el coraje necesario para contrarestarla. No hubo tal corja, por ejemplo, en la reciente cumbre de Guadalajara. Principalmente de parte de los líderes europeos que se rehusaron a condenar enérgicamente la actitud imperial de los EE.UU.

En cuanto a los gobiernos iberoamericanos especialmente México y Brasil, a pesar de algunos progreso en la política de integración económica, insisten en mantenerse sumisos a los apetitos de las altas finanzas internacionales. Superar una crisis civilizatoria no es tarea para comodinos, oportunistas , pragmáticos o pusilánimes. Lo que se exige es la visión y la determinación de estadistas, de todos los liderazgos y no menos de los ciudadanos de élite.

Es espejismo primermundista se desvanece en México

La decisión del estado mexicano de unirse como país asociado al Mercosur, como fue comunicada al presidente brasileño Inacio Lula da Silva por el mandatario mexicano Vicente Fox, durante la Cumbre Unión Europea, América Latina y el Caribe, realizada en Guadalajara a final de mayo pasado, es un buen síntoma, aunque tenue, del regreso a la tradición histórica de la política externa mexicana. Durante las últimas dos décadas el país fue cegado por un espejismo «primermundista» según el cual la sumisión económica al Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, colocaría al país como el interlocutor privilegiado entre los intereses anglo-americanos y el resto de las naciones del continente.

Esta política externa que se inició con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari como parte de «desmantelar al sistema mexicano» y que fue concebido, por personajes como el del ex-canciller Jorge Casteñeda, que llegaría a su consumación con la elección del presidente Vicente Fox.Un sueño que comenzó a desvanecerse con el surgimiento de la iniciativa de Unión Sudamericana como un bloque que terminó haciendo naufragar la extensión de los acuerdos del TLC al resto del continente através del ALCA. El fracaso de la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Cancún, fue el parteaguas.

A partir de ese momento, México y Brasil han acelerado su proceso de acercamiento. En abril de este año el canciller mexicano Luis Ernesto Derbez en visita a Brasil afirmaba que «México esta más cerca de Brasil y de toda América Latina de lo que jamás estará de los Estados Unidos, por tanto pueden ser los motores de apoyo para el resto de los países de América Latina tanto en los intereses económicos como en el diálogo político». Esta visita fue el prólogo de lo que aconteció en Guadalajara, con el anuncio del presidente Fox que formalizará el ingreso al MERCOSUR el próximo 8 de julio, durante la reunión del MERCOSUR en Buenos Aires.

A pesar que un mero acuerdo comercial en el MERCOSUR no significa una solución cabal a los problemas económicos generados por el globalismo, la participación de México crea una nueva dinámica diplomática en el continente.El instrumento del MERCOSUR, ampliando sus países integrantes, donde ya participan como asociados Chile, Bolivia y Perú y ahora con México, puede constituirse en la semilla sólida para la verdadera integración física de Ibero-América basado en corredores de infraestructura diseñados como parte de la Iniciativa de Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA).

Una acción más osada, a la altura de lo que se exige ante la crisis mundial, significaría - como lo afirmó el MSIA en una declaración distribuida a propósito de la reunión de Guadalajara — que la solución a los desafíos que el continente enfrenta sólo podrá ser vislumbrada en una alianza de México, Brasil y Argentina con Alemania y Francia, convocando a naciones lideres como Rusia, India y China, solo una alianza de tal amplitud tendrá un efecto de contención a la demencia belicista que irradia el eje «Washington-Londres». Y solo con una actitud así, se puede pensar en la verdadera marcha hacia un nuevo orden económico mundial justo.

De cualquier forma es relevante que, por fin, México da un paso para preservar un mínimo del interés del Estado, independientemente de que esta nueva actitud pueda ser parte de la política pragmática y oportunista que ha caracterizado al gobierno de Vicente Fox.