Setenta y tres escolares de una escuela pública de Massachusetts recibieron cucharadas de isótopos radioactivos junto con la avena con leche que les daban en el desayuno de cada mañana. En 1945 la ciencia militar estadounidense ya conocía el poder destructivo de la energía atómica pero sabía poco sobre el efecto radioactivo en los seres humanos.

Desde los años 40 hasta la década de los ’90, Estados Unidos experimentó armas químicas y bacteriológicas con los habitantes de su propio país, revelan hoy documentos secretos desclasificados. Los jueces rechazaron las demandas de reparación de las familias de las víctimas invocando la doctrina de "la inmunidad del gobierno".

En 1994, William Clinton ofreció "disculpas sinceras", aduciendo que una "nueva generación de líderes" no repetiría esas prácticas, en un cuestionamiento ético tildado por otros de simple "traición". Hoy podrían existir otros abusos secretos.

Algunos atentados

 En la década del 40 se inyectó plutonio a pacientes de hospitales, se hizo ingerir radioisótopos a los escolares y mujeres embarazadas bebieron hierro radiactivo.
 Desde fines de los ‘40 hasta los ‘50, estadounidenses, canadienses y británicos rociaron bacterias en Las Bahamas.
 En los ’50, las tropas fueron sometidas a la radiación de las pruebas nucleares en la atmósfera, para conocer sus efectos en la infantería.
 En 1950, las FF.AA. bombardearon San Francisco, Key West -Florida- y Ciudad de Panamá con bacterias serratia marcescens, sin advertir a la población.
 En 1952/53 dispersaron nubes de partículas sintetizadas de sulfuro de zinc-cadmio sobre los alumnos de la escuela Clinton de Minneapolis (Minnesota); Saint Louis, el Fuerte Wayne, el Valle del Monocacy (Maryland), Leesburg (Virginia), otros estados del centro y Winnipeg (Canadá), "para ver cuánto se dispersarían".
 En 1965, agentes del Ejército soltaron el bacilo globigii en el aeropuerto nacional de Washington y en la terminal de autobuses Greyhound.
 En 1966, difundieron bacterias sustilus varilus en la estación Broadway, Nueva York.

Expedientes del plutonio

Estas puntas del iceberg parecen de ciencia ficción. Pese a que están cubiertos de silencio, ilustran la vocación terrorista del gobierno de EE.UU. ...con su propia gente.

Aunque no es fácil obtener información, la verdad termina siempre por saberse. Una investigación de la periodista Eileen Welsome documentó en 1993 la historia de 18 casos de radiación en el libro The Plutonium Files: America’s Secret Medical Experiments in the Cold War (Los archivos del plutonio: experimentos médicos secretos durante la Guerra Fría).

El trabajo de Welsome sobre los expedientes secretos desclasificados impresionó a Hazel O’Leary, secretaria de Energía de Clinton, quien promovió una investigación que en 1994 fue muy resistida por "insólita".
Welsome reveló que 73 menores indefensos de una escuela de Massachusetts ingirieron isótopos radiactivos en la avena del desayuno, una mujer de Nueva York fue inyectada con plutonio por los médicos del Proyecto Manhattan -la bomba atómica- que le atendían un desorden pituitario, mientras 829 embarazadas bebieron "cócteles vitamínicos" en una clínica de Tennessee, pero en realidad contenían hierro radiactivo.

El gobierno de Clinton formó una comisión -presidida por Ruth Fade- para investigar los casos de radiación en seres humanos denunciados por Welsome. Sin embargo, el informe no satisfizo porque no hubo culpables. Sólo las disculpas del Presidente.

Otras investigaciones

Cuarenta años después, una ex alumna de la escuela Clinton -de un típico barrio de clase obrera- descubrió que cuatro compañeros murieron a los 40 años de edad por enfermedades atribuidas a las pruebas químicas. La mayoría padeció asma, sufrió neumonía y otras enfermedades respiratorias, pero en un juicio sin culpables se impuso el principio de la "inmunidad gubernamental". El Ejército aseguró que sus pruebas resultaron inocuas y garantizó que las enfermedades fueron una coincidencia.

En la mitad de los ’70, el San Francisco Chronicle denunció -un cuarto de siglo después- el evento serratia marcescens. Hubo reclamos de los nietos de 11 víctimas hospitalizadas por infecciones urinarias y respiratorias severas, entre ellas un hombre que murió, pero de nuevo los jueces impusieron la doctrina de "inmunidad gubernamental". Además, el Ejército aclaró que las bacterias causantes del daño humano no fueron las suyas. Otra coincidencia.

Leonard Cole, autor de The Eleventh Plague: The Politics of Biological and Chemical Warfare (La plaga décimo primera: la guerra química y biológica), documentó numerosos otros casos. No es fácil conseguir información sobre estas violaciones a los derechos humanos en el país gendarme de la democracia mundial. La Red de Noticias de Salud (Health News Network), del Proyecto Libertad de Derechos Humanos de Winston-Salem, Carolina del Norte, ofrece reimpresiones de documentos gubernamentales desclasificados (Ver http://www.mindcontrolforums.com/pro-freedom.co.uk/publications_books_1.html).

Más pruebas en humanos

En 1977, las audiencias del Comité de Inteligencia del Senado sacaron a la luz que entre 1949 y 1969 se realizaron 239 pruebas secretas de agentes biológicos aéreos, 80 con bacterias vivas. Las FF.AA. afirmaron que sus bacterias tampoco eran nocivas, pero en varios casos se comprobó lo contrario. En 1994, un experto en guerra biológica declaró que por 20 años el Ejército soltó nubes de microbios "simulados" y agentes químicos en cientos de zonas pobladas, causando enfermedad y muerte en humanos y animales.

Las audiencias revelaron que la CIA hizo experimentos secretos (1956-1961) de control mental con el programa MK-Ultra en numerosas ciudades. Sus agentes introducían alucinógenos -LSD y mescalina- en las bebidas sin que los "conejillos" se percataran y se quedaban a "observar".

Muchos "sujetos" se enfermaron y dos murieron.

Entre 1944 y 1974, el ministerio de Defensa (Pentágono) y la Comisión de Energía Atómica estudiaron en miles de personas los efectos nocivos dle material radiactivo e inyecciones de plutonio. Un comité del gobierno informó en 1965 que se realizaron 4.000 experimentos en docenas de hospitales, universidades y bases militares, por lo general sin permiso ni conocimiento de los "conejillos".

Pedro Albizú Campos

En 1931 el Dr. Cornelius P. Rhoads, se traslado al Hospital Presbiteriano de San Juan para "estudiar la anemia en Puerto Rico", con financiamiento de la Fundación Rockefeller. Lo que realmente hizo fue inyectar a los anémicos con células de cáncer y elementos radiactivos y aplicarles radiación para estudiar sus efectos. En una carta a su amigo F.W. Stewart, confesó haberle dado muerte a 8 pacientes.

Más tarde, Rhoads dirigió de guerra biológica en Maryland, Utah y Panamá. También integró la Comisión de Energía Atómica, donde organizó experimentos de exposición a la radiación con soldados y pacientes de hospitales.

En 1951, el líder patriota Pedro Albizú Campos denunció desde la cárcel La Princesa de San Juan que estaba siendo irradiado y que los estadounidenses utilizan a Puerto Rico como un laboratorio.

Desde los ‘40 hasta la década de los ’90, en Panamá se probó gas mostaza, VX, sarín, cianuro de hidrógeno y otros agentes neurotóxicos. En los primeros experimentos se aplicó las sustancias a los soldados con consecuencias trágicas, en tanto en los años 60 y 70 se hicieron pruebas del agent orange y otros herbicidas tóxicos en las selvas de Panamá, similares a los campos de batalla de Vietnam.

En la invasión a Panamá de 1999, los habitantes de Pacora -en las montañas cercanas a la capital- fueron bombardeados con un agente químico que les quemó la piel, les produjo escozor y les provocó diarreas. El ejército dejó muchos sitios contaminados con residuos de armas químicas, además de numerosos proyectiles que no detonaron.
Los experimentos químicos y biológicos "descentralizados" son como el pan de cada día en Cuba. La variedad del mosquito Aedes aegypti, transmisor del virus del dengue hemorrágico, fue desarrollado por especialistas en guerra biológica e introducido en la isla en 1984, según confesó Eduardo Arocena, cabecilla de la organización terrorista Omega 7, en un juicio celebrado en 1984 en EE.UU.

Todo vale en EE.UU.

Los ataques con ántrax perpetrados en EE.UU. en 2002 utilizaron cepas Ames, desarrolladas en laboratorios de Iowa y utilizadas por el Ejército en los ‘60 para fabricar armas virulentas. Los experimentos con el ébola se desarrollaron en el Instituto de Investigación de Enfermedades Infecciosas del Ejército en Fort Detrick (Maryland).

Entre 1942 y 1945, los Servicios de Guerra Química experimentaron el gas mostaza en unos 4.000 militares y en centenares de Adventistas del Séptimo Día que eligieron prestarse como conejillos de india en lugar de servir en el Ejército. El registro de las experimentaciones humanas en EE.UU. podría albergarse en una gran biblioteca.

El servicio de Salud Pública decidió actuar contra el pelagra -una deficiencia de niacina- recién en 1935, después de observar impasible durante 20 años los estragos mortales del mal en la población negra azotada por la pobreza. En 1940, 400 presos de Chicago fueron infectados con malaria, para probar los efectos de nuevas drogas contra esa enfermedad.

El mismo servicio experimentó en los años 30 la sífilis Tuskegee en 200 hombres de la comunidad negra de Macon County, Alabama. Y una vez que comenzó la producción industrial de penicilina tampoco los curó. El SIDA, que apareció en los ’80 entre la población negra de Haití y en algunos países africanos, bien puede ser otro artilugio del arsenal biológico estadounidense. Todo es posible para los líderes de ese gran país.