La monopolización de la información es un fenómeno universal. Desde el momento que los grandes grupos económicos de la comunicación (los que envían satélites al espacio o los que hacen aparatos de comunicación inteligentes para las máquinas de guerra) empezaron a comprar medios informativos esto se hizo imparable. Acumularon periódicos, canales de televisión y radio. Se hicieron a las telefónicas, empresas de cine, revistas y editoriales. En fin, se apropiaron y monopolizaron los canales de información. Pero no por ello redujeron los medios de información. En todos esos países subsisten diversos medios de circulación nacional y entre ellos se pueden encontrar diferencias de interpretación de los hechos más notorios del día.

La uniformidad de la información

Cosa distinta sucede en Colombia, donde no solo los medios diarios de información impresa, con circulación nacional, han desaparecido hasta reducirse tan solo a uno, sino que los que sobreviven en las regiones, junto a las radios y la televisión parecen tener el mismo director. La uniformidad informativa es dramática. La fuente parece y es la misma y la autocensura es notable. El irrespeto por aquel a quien se dirige el mensaje es total, a punto que sólo se le ve como un consumidor, por demás, sin poder de veeduría o de protesta.

Arrinconados por la avalancha monopólica, los colombianos no sólo sufrimos la concentración de los medios de comunicación sino, y esto es muy grave, su uniformidad y su identificación con el poder.

En ese contexto, una y otra vez, resuena el quejido repetitivo de los activistas y actores políticos independientes. Cosa normal si no fuera constante o si a la par de decirlo se hiciera algo para superarlo.

Disputa de poder

En todo el mundo, y en eso Colombia no era excepción, los medios de comunicación -en especial los periódicos- surgían y expresaban el pensamiento de un grupo de intelectuales con vocación de intervenir en la cosa pública, aferrados con proyecto y la decisión de disputarlo.

Así surgieron El Espectador, El Tiempo, El Siglo, El Colombiano, La República, La Prensa y muchos más periódicos. Surgieron y se desarrollaron en una disputa por hegemonizar el proyecto nacional por construir, consolidar o darle continuidad. Algunos sobrevivieron y son poder. Otros fenecieron y con ellos fue derrotado el proyecto que los alimentó. Esto para definir el lado del poder.

Mientras, del lado de acá, ¿por qué se escucha sólo el lamento por el monopolio? Dónde están las ideas, el proyecto histórico que movilice a un pequeño o a un gran colectivo en la disputa por la verdad y la hegemonía política?

Obvio que un proyecto comunicativo requiere dinero para realizarse, pero ante todo y primero son las ideas: un proyecto que moviliza las energías humanas y conecta a un grupo social con el conjunto humano al cual se quiere dirigir. De ahí, de ese grupo, pequeño o grande, sale la energía suficiente para multiplicar los recursos económicos que garanticen la continuidad.

En ese ejercicio de plasmar las ideas, de hacerlas circular, de relacionarlas con la sociedad y lo cotidiano, se da cuerpo a una empresa que administra y hace posible que eso suceda sin interrupción. Por lo tanto, en lo social y en lo comunicativo se comprime un
proyecto de vocación hegemónica ligado con una capacidad administrativa y gerencial que van de la mano, indisolubles, como sucede en el conjunto del gobierno de una país cualquiera.

Lo primero, por tanto, a resolver si de superar quejidos se trata, es precisar el proyecto histórico con el que se quiere superar la desigualdad de una sociedad y fortalecer el equipo humano que lo liderará. Luego viene el medio.

¿Quejidos o instrumento?

En desde abajo tenemos la convicción que en el conjunto de expresiones políticas independientes y del movimiento social alternativo existe, disperso o sin precisar, el proyecto histórico y la fuerza humana para hacer posibles otros medios de comunicación. Para que así sea, hay que precisar ese proyecto, hacerlo visible y dotarlo de vocación de poder. No de otra manera se pueden disputar las hegemonías.

Como periódico desde abajo, y convencidos de la necesidad de darle cuerpo a un movimiento social dinámico, con una diáfana expresión política, hemos tratado por más de diez años de aportar a esa empresa. Es decir, en la ilusión de sociedad, en el proyecto que hace posible el esfuerzo para el periódico desde abajo no aspiramos a contar con un medio de comunicación de bolsillo, o un periódico parlante. No. Nos hemos esforzado y persistimos en luchar en el terreno de la comunicación, en invitar al conjunto de los que deberían estar interesados y dispuestos, a construir un proyecto de comunicación colectivo, y como parte de él, un periódico, ojalá diario.

«desdeabajo» a la orden

Reinsistimos, con esta edición, que llega a los noventa números ininterrumpidos, avanzando de una publicación bimestral (1992-1996) a una mensual (1997-2004), de ocho a veinte páginas, incluyendo separatas, constituyendo un fondo editorial que lo complementa y dinamiza y en una alianza con un medio internacional (Le Monde diplomatique). En Colombia es necesario un proyecto de comunicación independiente y lo acumulado y aprendido en desde abajo durante esta década de trabajo lo colocamos como insumo para que así sea.

La dinámica nacional e internacional así lo demanda. Sin egoísmo, con decisión y verdadera pena por el sufrimiento de nuestro pueblo, no haria falta nada, para disponer de un medio alternativo. Los medios técnicos alcanzados en las últimas décadas lo facilitan. El conjunto de información que reposa en todas las organizaciones sociales y políticas -hoy desperdiciado- lo haría cercano a su lector y sumados los recursos económicos que disponen estas organizaciones lo podrían financiar: como espacio de servicio común y para los intereses propios. Estamos seguros.

¡Por una empresa de comunicación colectiva, independiente!

Así es factible construir una empresa de comunicaciones. Así se lo hemos hecho saber a numerosas organizaciones y personas durante estos años y aunque el eco logrado no es el ideal ni el necesario hoy insistimos. lnvitamos, les solicitamos nos brinden espacio en sus reuniones para controvertir o precisar estas ideas.

No ahorramos palabras. Para que así sea, para que el proyecto de comunicaciones por construir y sus medios de opinión no sean iguales a los que hoy circulan, hay que garantizar independencia económica del establecimiento y sus empresas. Pero además, disponer de un Proyecto de Nación que haga posible una real vocación de poder con la cual disputar una nueva hegemonía.

La adquisición de acciones

Por eso y para eso hemos constituido una empresa de comunicaciones por acciones, las cuales hemos tazado en 1 millón de pesos por unidad, con una limitación en su adquisición: no más de una por persona u organización.

Una empresa que funcione como cualquier otra, con su asamblea de socios, su junta directiva, un gerente y un personal de planta que hagan posible la materialización del propósito.

Como disposición absoluta para el éxito, entregamos a esta empresa dos periódicos ya existentes y un fondo editorial en marcha. Con ello, toda la experiencia, las alegrías y sin sabores que hemos recogido durante estos años de trabajo, dejando a disposición de la Junta Directiva y del Gerente la posibilidad de renovar o cancelar contratos. La semilla está sembrada. Requerimos unas ediciones masivas, un lenguaje más cercano a lo cotidiano de nuestros lectores, un manejo más dinámico de estilos, imágenes y diseños más modernos. Pero todo se puede si hay proyecto histórico y voluntad política. ¿Qué falta entonces?