El inicio de la década de los noventa se caracteriza, en América, por la convocatoria que hace el presidente Bush -padre- para constituir una unidad continental de libre comercio. Todos los países serán ricos por la apertura de mercados. ALCA hará el milagro.
Los jefes de Estado invitados asisten a aquella reunión: en 2005 funcionará el mayor mercado libre del planeta. México, Canadá y los Estados Unidos de América dan el primer paso y concretan el TLCAN, que llega hoy a su décimo aniversario. El resto del continente duda, lo mismo que duda el promotor, dada la oposición en su propio país. Se camina más lentamente, pero se trabaja sin descanso. EE UU no para, los promotores no son sus políticos, sino los directores de las grandes empresas. Su mercado no tiene por qué limitarse al continente; mientras, se presiona un segundo paso del ALCA -TLC
con Centroamérica, cinco naciones-, se negocian otros TLC separadamente con Chile, con Singapur, con Australia, con varios países africanos, además de Marruecos, y con Colombia, República Dominicana, con Ecuador y Perú y con todos los países que abran la puerta. Se trata de cubrir todas las áreas posibles.
Robert Zoellick, encargado de extender el más amplio mercado para su país, lo dice: quienes quieran ser socios comerciales con EE UU no pueden limitarse a firmar acuerdos comerciales, deben apoyar la política exterior y de seguridad de ese país y reforzar sus posiciones ante la Organización Mundial de Comercio, puesto que "negociar con EE UU es un privilegio". El primer desconcierto general surge al comprobarse que no se trata de libre comercio entre todos, sino de todos individualmente con EE UU.
Hoy, los poderes ejecutivos centroamericanos ya firmaron un TLC que espera la ratificación parlamentaria para empezar a operar. Se ha firmado un TLC que da amplia ventaja a la gran potencia, la que conserva su derecho a exportar otorgando altos subsidios a sus exportadores de manera indefinida, en tanto los países pequeños se han comprometido a eliminar en cierto tiempo sus aranceles proteccionistas.
Tal tratado no se limita a abrir compras y ventas, tiene que ver con libertad de inversiones, operación de tribunales extraterritoriales que restringen soberanía, puesto que las normas del tratado señalan que las empresas inversoras pueden acusar incumplimientos del Estado y éste no puede acusarlas a ellas. Además, el TLC condiciona la propiedad intelectual, lo que quiere decir que protege patentes, entre ellas de fármacos e insumos agropecuarios, limitando el acceso de los consumidores en los países pequeños a los productos genéricos; regula las compras del Estado de manera
tal que perjudica seriamente a los productores locales, quienes no podrán competir, en su propio país, con las grandes empresas multinacionales. En el caso de Centroamérica, el TLC tiene 22 capítulos que regulan todo. De comercio, sólo va un capítulo, los demás establecen una especie de entrega. Debe recordarse que ese TLC no tiene plazo de vencimiento y que para liberarse de él, el único recurso que tienen los países centroamericanos es el de denunciar su vigencia, cosa casi imposible para los débiles.
En síntesis es un tratado que todo lo regula en beneficio de quienes hicieron su propuesta inicial, representantes de las empresas multinacionales.
Los costarricenses que nos oponemos al TLC criticamos fuertemente que nuestro compromiso sea motivo de un tratado -treaty-, y que el de EE UU se limite a ser un acuerdo -agreement-. Lo cual quiere decir que Costa Rica, por ejemplo, aprueba un compromiso bilateral que sólo tiene por encima a la Constitución política y que no podemos modificarlo por voluntad exclusiva de nuestro país, en tanto que EE UU puede modificarlo sin consulta con Costa Rica, según afirman algunos expertos. Zoellick expresa con firmeza que una vez firmado el TLC no puede ser modificado por su contraparte.
Es bueno aclarar que el TLC lo incluye todo, además de lo arriba mencionado: seguros comerciales, generación eléctrica, comunicaciones, servicios públicos, propiedad intelectual, todo lo que se pueda controlar con el dinero y el poder económico. El TLC prácticamente obliga a la privatización de aquellas actividades y empresas que han hecho de Costa Rica un país diferente a otros en cuanto a salud, educación y eliminación del ejército y en todo aquello que lo ha convertido en un país de paz, gracias a la justicia social cuya superación ha motivado, por muchas décadas, a nuestros gobiernos.
Diez años después los mexicanos siguen marchándose de su patria empobrecida, sus salarios locales son más bajos que los de entonces y son signos de miseria como lo atestiguan los estudios sobre el TLC de la Garnegie Endowment -con sede en Washington.
Quienes desde Centroamérica vemos el ejemplo mexicano y leemos lo que dicen los expertos que analizan la situación del país vecino nos oponemos a esta avanzada de la gran empresa que busca producir en el mundo entero, desde China hasta Costa Rica, aprovechando los salarios más bajos posibles.
Quienes hemos sido afectados por una negociación -TLC- que se hizo en forma
prácticamente secreta no queremos ser ni siquiera testigos de una aprobación final de tales tratados que sólo generarán violencia.
Los estudiosos de la situación mexicana, como son los obispos católicos de México, lo han afirmado y los economistas no comprometidos con las grandes empresas lo repiten: en el México de hoy las monumentales empresas exportan más, pero las grandes mayorías viven peor.
Recientemente, reunido en San José de Costa Rica el Consejo Latinoamericano
de Iglesias para Centroamérica -ecuménico- ha declarado abiertamente en un documento firmado el 8 de julio de este año su rechazo al TLC. "La indignación y la resistencia nos han movido", afirman.
Los interesados en obtener provecho del TLC seguirán luchando por su aprobación legislativa, en tanto numerosas mujeres y hombres de nuestros países trabajaremos sin descanso para evitarla. Creemos que este tratado es una muestra más de las tantas vividas en nuestra historia que han producido fuertes dolores como consecuencia de serios engaños.
Es de tal medida la imposición que nuestros países han sufrido al negociar este TLC y es tanto lo que se espera de él que el resultado será como tantas veces en el pasado: otra vez la violencia en todas sus formas, partiendo de un serio agravamiento de la pobreza y la exclusión que ya se sufre y se vive en muchas ciudades de nuestro continente, tanto en el norte como en el sur, en las que las bandas criminales organizadas, inclusive grupos de niños de la calle -las llamadas maras- son serios instrumentos de crimen. El "no al TLC" que se vive en tantos lares del continente es una manifestación de carácter popular que señala un deber continental.
*Ex-presidente de Costa Rica; El País, 19-7-2004
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter