Con un subrayado poco enorgullecedor, Perú ostenta una cantidad inmensa de bestias y torpes en la política, en la burocracia y, en general, en todo orden de cosas. La chatura delincuencial de las “polémicas” se solaza en la lectura de los prontuarios y en los escritos que asalariados hacen en defensa de lo indefendible. Entre estos especímenes, con altura de gnomo pantanoso, hay un Mono con Metralleta que funge de embajador, sin cultura ni intelecto que lo respalde, que ha hecho del chantaje su cartera de productos y de la mueca, su mejor estandarte y blasón: Fernando Olivera.

Especie de Midas a la inversa, donde se mete, embarra; donde habla, proclama la nadería; su sola presencia es el clímax de cuan bajo y ruin ha llegado la descomposición política peruana. McM Olivera constituye uno de esos eructos que la historia produce para retar a las sociedades a superar estas coyunturas o a conformarse con mediocres que no tienen quién les salga al paso.

¿Es McM Olivera un político, como me dijo años atrás, un oficialista hoy metido a rábula escribidor porque tiene que defender su salario? Si el concepto que sobre política existe se reduce al reconocimiento que las bestias mandan y los monos discurren como Pedro por su casa en el Parlamento y en Palacio o en alguna embajada (España), entonces sí que lo es. Por raro que parezca el envilecimiento de la política suele ser tomado como algo connatural en el Perú.

Decíame un amigo, a quien tuve el privilegio de acompañar en la presentación del libro La Utopía Factible de María del Pilar Tello, que la sola convocatoria a esa reunión era un acto político de alta calidad porque hay que enfilar a los más jóvenes a la política. Rolando Breña fue más allá: dijo que la politización era el onceavo mandamiento que había que incluir en las tablas mosaicas. Cuando la política convoca al espíritu y lo hace en términos de creación genuina, el producto siempre será de buena cepa y mejor horizonte.

Por tanto, la zoología política peruana ha llegado a su agotamiento más abyecto. McM Olivera y su pandilla o cualquiera de las patotas que transitan merodeando curules o algún puesto, simplemente son cadáveres putrefactos que caminan por la inercia increíble que dan diarios, canales televisivos, radios y revistas. ¿Cuál la razón?: ¡es que todos viven de esta mediocracia, quien se atreva a desafiarla, muere porque es ignorado por los medios informativos!

Las hazañas de McM Olivera podrían llenar varios volúmenes de la historia de la infamia. Megalómano enfermizo, mirada extraviada, tartamudez congénita, intelectualidad desconocida, este tipo, sólo usa el chantaje y la extorsión. No construye nada porque el arquitecto social tiene que tener principios y McM Olivera no tiene ninguno. Huérfano de humildad, sólo sabe que sus bienes materiales y preseas políticas tienen la mancha de una marca de fábrica fraudulenta y deslegitimada ante el pueblo. Es un olvidable a quien no enfrentan sus adversarios porque no son capaces de oponer a su vómito, avenidas de concertación y luminosos destellos creativos superiores.

Las nuevas promociones están anhelantes de conocimiento y rumbo. Así les vi el otro día en la Universidad Villarreal, dispuestas a combatir pero sabedoras de qué es lo que hacen, con quién, por qué razones y con una agenda muy clara y, sobre todo, limpia. En este esquema, los integrantes de la zoología política nacional, ya no tienen lugar ni espacio. Su puesto está en el panteón cívico.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!