A manera de constancia

Javier Fernández rivas

Revista Dinero, edición 207 de junio de 2004

Sobre el TLC se han dicho muchas cosas, la mayoría desde posiciones comprometidas. Creo que, bajo circunstancias que precisaré al final de esta nota, el TLC puede tener un efecto neto positivo, pero me repelen las exageraciones sobre sus beneficios y las descalificaciones a quienquiera que señale sus costos. Y no puedo menos que notar que, quienes hoy hacen las más despectivas alusiones a los críticos del TLC, hace tres lustros aseguraron que la apertura de los 90 tendría efectos moderados sobre las importaciones y excelentes sobre las exportaciones. Que también dijeron que haría florecer la inversión extranjera, y no propiamente por la venta de los activos que la Nación acumuló durante décadas cuando, por alguna extraña razón, el ineficiente sector público, con bajos impuestos y tarifas ‘subsidiadas’ para los servicios, fue capaz de invertir en lugar de desinvertir. Y que todo eso se traduciría en una aceleración del crecimiento, distinta de la lograda en forma transitoria durante la primera parte de los 90 mediante un impulso irresponsable e insostenible de la demanda interna. Hoy sabemos que esas proyecciones no resultaron ni primas de la realidad.

El error es inevitable cuando se proyecta pero no valdría la pena ejercer la profesión si uno creyera que una decisión económica puede tener casi cualquier resultado. Puesto que el tema ya nos tiene a todos hasta la coronilla prometo que, después de esta constancia, no volveré a hablar del TLC al menos durante dos años.

Mis proyecciones al respecto son:

 En los primeros años del TLC las importaciones aumentarán el doble o más de lo que aumentará el PIB, por su abaratamiento al reducirse los aranceles frente a Estados Unidos. La magnitud del aumento dependerá de cómo se negocie el TLC y del tipo de cambio real que mantengamos durante el proceso, pero las proyecciones de aumentos marginales en las importaciones, como las que hace poco publicó el DNP, no tienen sentido, y no cuadran para nada con la experiencia de los 90.

 Las exportaciones no tradicionales a Estados Unidos no se dispararán a partir del TLC porque casi todos los productos que podríamos exportar ya están liberados en ese mercado. Además, Estados Unidos está firmando tratados de liberación comercial hasta con el gato, de manera que la competencia entre exportadores se acentuará respecto a la situación que durante años disfrutamos bajo el Atpa-Atpdea.

 Como resultado de lo anterior, bajo el TLC la balanza comercial de Colombia con Estados Unidos se deteriorará.

 Para la agricultura el efecto será negativo. La velocidad del deterioro puede reducirse mediante una liberación gradual, pero Estados Unidos no aceptará nada que se parezca a conservar la actual protección al sector agrícola colombiano por un período prolongado.

 La inversión extranjera directa, distinta a que se efectúe para adquirir activos de la Nación o la explotación de recursos no renovables, no va a aumentar gran cosa. En el sector industrial, la IED va a disminuir pues varias empresas estadounidense que hoy atienden el mercado colombiano encontrarán que, si no hay ventajas arancelarias por estar localizadas aquí, es mejor producir afuera y exportar a Colombia.

 El crecimiento no acelerará y, dentro de unos años, los técnicos mostrarán que el crecimiento potencial del PIB es inferior al actual, que ya es muy inferior al que se consideraba rutinario hace tres lustros.

Con tantas cosas negativas sería necio afirmar que, con seguridad, el balance del TLC será positivo. En mi opinión, es alto el riesgo de que sea negativo. El resultado dependerá, claro, de lo que se negocie, pero ese es un frente donde no creo que Colombia tenga mucha capacidad de maniobra. También dependerá de la política económica. En primer lugar, del tipo de cambio real con que entremos al TLC y el que mantengamos una vez adentro. En segundo lugar, de nuestras tasas de interés en comparación con las de Estados Unidos, que afectarán la capacidad de competir con sus productores. En tercer lugar, de que en los próximos años gastemos lo suficiente en seguridad para reducir a niveles tolerables los actuales costos asociados con el orden público.

Escribir ¿para qué?

Juan manuel lópez caballero

Revista Dinero, edición 207 de junio de 2004

Los resultados económicos del primer trimestre fueron menores a las expectativas creadas por el gobierno. Desde el punto de vista analítico -no de adhesión política- el panorama es otro. Finanzas, construcción y exportaciones mineras jalonaban el crecimiento del PIB; pero vale la pena profundizar:

 El sector financiero creció en utilidades por recuperación del valor de los bienes castigados en la crisis, no por mejor manejo o mayor volumen operacional; sí aumentaron los depósitos y los créditos pero más aumentó la inversión en papeles del Estado, lo cual no cumple la función de intermediar entre el ahorro y la inversión. Y aún falta el efecto del 4 x 1.000.

 La construcción fue el único sector que en términos reales creció. Pero disminuyó la vivienda de interés social y aumentó la del estrato 6. Como señalan dirigentes del sector, el panorama tiene luces amarillas pues los costos se dispararon, la diferencia entre oferta nueva y usada se está volviendo abismo (en una relación de casi 300%), y la demanda está sobreabastecida.

 Las exportaciones tienen síntomas de catástrofe, por los altos precios del petróleo -su renglón principal- pero con una caída del 40% en la producción; o sea, tendremos que comprarlo en dólares a más tardar a principios de 2006. En el otro extremo, hasta el doctor Hommes destaca que el crecimiento de las exportaciones menores de 5,5% es prácticamente despreciable por ser bajo y aplicarse a un universo marginal.

 El hecho de que Colombia haya superado el promedio latinoamericano los dos últimos años y ahora pase a la saga de ese crecimiento, señala lo cuestionable de la satisfacción de los gestores de este resultado.

 Se resalta un aumento del 138% en la utilidad de las 9.000 empresas grandes, inscritas en la Cámara de Comercio. Eso confirma que a la gran empresa le ha ido bien, pero no implica que la economía esté mejor. Estas mayores ganancias se amarran al deterioro del empleo.

 Según el DANE, de mes a mes el desempleo disminuyó 0,1%; pero respecto a igual fecha de 2003 (como se comparan las estadísticas) aumentó 1,1%, mientras el subempleo creció de mes a mes 10 veces más de lo que se redujo el desempleo. Si el gran crecimiento fue el de la construcción, que es el sector que más empleo genera, los otros redujeron en forma impresionante

sus nóminas. Dada la precariedad en estabilidad y calidad de tales trabajos, es evidente que a la crisis cuantitativa se agrega el deterioro cualitativo.

 La inversión interna, que depende del ahorro, tiende a desaparecer absorbida por los impuestos y la externa fue una ilusión creada por los bajos intereses estadounidenses. Los spreads de la deuda, que estaban en 425 puntos básicos hace un trimestre, rondan los 650.

 Si a lo anterior se suma la distorsión por la devaluación del dólar, que con la misma producción hace ver valores mayores, la conclusión es que en términos generales ni el aparato productivo ha aumentado su capacidad, ni la instalada se ha reactivado en verdad.
Recuperación puede ser cuando, como Argentina o Venezuela, tras uno o dos años de crisis hay aumentos del 8%. Pero crecer 3,8% tras 4 años de deterioro, significa lo contrario: se consolidó el daño y podemos esperar crecimientos normales sobre la base de que no hay recuperación posible.

La consecuencia y el complemento que confirma lo triste del panorama es el aumento de la pobreza, la indigencia y la desigualdad. Pero es justo repetirlo: nada de esto es inesperado. Cualquier análisis objetivo permitía preverlo.

Lo lamentable es que cualquier invitación al país, y a sus dirigentes, a reflexionar sobre esto o sobre el manejo y las propuestas de gobierno, se topa con que el tema que se trate no tiene importancia porque lo determinante no es lo que las medidas pueden producir sino si se está apoyando o no al doctor Uribe.

Esta polarización es inherente al sistema político del ‘culto de la personalidad’, pues escritos cuyo propósito es dar contexto al debate, con información y elementos de análisis invitando a una reflexión sobre un proyecto o una política, se insertan en el marco de ‘por o contra’ el Presidente, y se presentan como oposición, subversión o traición por los medios adictos al poder.

Así se tratan el cambio constitucional para permitir la reelección, el TLC con Estados Unidos y las leyes antiterroristas. Estos temas tienen argumentos en pro y en contra, que permiten un estudio a fondo, antecedentes y análisis académicos para tomar la mejor decisión y manejar cada una de estas problemáticas. Pero no: nuestra decisión se centra en si se está con Uribe, o contra él. Se pregunta uno entonces: ¿escribir para qué?