Basta con abrir un diario y se encontrará con decenas de estrategas, internacionalistas, expertos en energía, en temas militares, en planeamiento demográfico, en políticas ambientales, suma cum laude en moda y modales, etc, etc, etc. Uno se pregunta si esto es así ¿cómo es que el Perú persiste en ser una olla de grillos donde cada quien tira para su lado y el país es lo único que no importa a tan egregios y acreditados personajes?

Cualquier imbécil, de esos que engolan la voz para parecer doctos, enhebra tres o cuatro párrafos, los negocia en algún medio y ya siente que ha cruzado el Rubicón. No otra cosa es lo que hacen esos que desayunan, almuerzan o cenan con productores de programas radiales o televisivos. El tema en sí es desdeñable, la imagen prevalece sobre cualquier otra consideración. Fieles seguidores de Joseph Kennedy (“no importa lo que seas, sino lo que la gente piensa que eres”), estos amantes del gesto, consagran la ignorancia como norma de conducta y la frivolidad como cáncer que corroe el alma nacional pero que, con tanto azúcar, endulza una muerte lenta como irreversible.

El Perú es un país epidérmico. Vivimos pensando en la superficie y cómo ésta se nos muestra o cómo la maquillamos para que parezca bonita, aunque debajo las tiras y los colgajos revelen la miseria del cuerpo social de la patria. El Estado sólo ha interpretado, en cada gobierno, los deseos que llegan de fuera. Nunca ha estado en la vanguardia de lo que el pueblo siente, quiere y anhela, en un contexto de plan nacional y de progreso planificado. El dios mercado y el dólar poderoso, han sido los referentes. Si el resto se muere de hambre, ¡no importa!

La profusión de aventureros en todos los órdenes de la vida pública del Perú es un signo típico del país. Un hampón como San Dionisio Romero Seminario designa a sus jueces y salas para administrarse una justicia injusta. Y para colmo de males, tiene a abogángsters muy bien pagados a los que la prensa llama “juristas de prestigio”. Y todo el mundo calla ante San Dionisio.

Nos parece normal que los parlamentarios peleen con uñas y dientes las repartijas de comisiones que no sirven normalmente para nada, salvo que para parecer que están “trabajando”. Y esto es una demostración aberrante de lo que ¡no debe ser la política! Basta con ser ignorante y simplón para ser un parlamentario ejemplar. ¡Pamplinas y ruindad de un país que se viene abajo con la complicidad silenciosa de todos los que ya han hecho negocios y asegurado el futuro propio y ajeno!

Los “logrados” se arrebañan para impedir que los que no piensan igual -y que por tanto no gozan de sueldos de ONGs o estipendios jugosos- tengan tribuna o capacidad de expresión en cualquier sitio. La mediocridad tiene espíritu de cuerpo y alma de vendepatrias. González Prada sigue teniendo razón: “el Perú es un organismo enfermo, donde se aplica el dedo, brota la pus”.

Quien calla es traidor. Quien consiente, cómplice. Quien le niega al Perú su voz disímil, protestante y rica de nuevas ideas, un cobarde. No queremos traidores, cómplices o cobardes en la cosa pública.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!