Son los beneficios de la transparencia. Nunca acorrales a un tigre herido, suelen decir los orientales. El país está en pleno dolor de parto, no de muerte. El falso dilema -de revocación o guerra civil- parece ser evitado, pero subyace el de apostar al futuro o volver al pasado. Magnicidio frustrado, declaraciones antidemocráticas de expresidentes seudo-democráticos llamando a asesinar "como a un perro" al Presidente (ni siquiera la Sociedad Protectora de Animales se indignó y menos aún el gobierno de Washington), paramilitares-sicarios, guarimbas, parecen ir perdiendo fuerza, mientras el país vive una época de bonanza y crecimiento sostenido.

¿Ratificatorio o revocatorio? El pueblo venezolano sabe que su futuro está en esta votación porque se trata de algo que va más allá del rechazo o el apoyo a un presidente. La alternativa es entre dos modelos de país, dos modelos de mundo. El voto es para soñar con el futuro, para consolidar un proyecto político, económico y social, o para impedirlo.

Es más, hay dos modelos de país. Uno que busca -con tropiezos, claro- superar la exclusión política, económica y social de las grandes mayorías. Si gana el sí, si se revoca el mandato de Chávez, se habrá dado un gran paso hacia atrás, hacia un modelo de exclusión que fue el que predominó durante las décadas de la democracia declamativa y formal. Por ello no es difícil saber quienes apoyan al Presidente y quienes lo adversan, y entender la polémica y confrontación constante de parte de quienes se niegan a que el modelo "bolivariano" -de cambios estructurales en democracia y paz- fructifique.

Hoy, la política social del gobierno, articulada en torno a las denominadas “misiones” ha conseguido mejorar sustancialmente los indicadores de salud y educación del país. Y esto lo reconoce hasta la oposición.

Pero... ¿cuál es el proyecto de país de la oposición? ¿Volver a 1998? Hasta el momento de escribir estas líneas, un esbozo a trazos gruesos no terminaba de convencer. Y, a escasos días del referendo, la pregunta seguía siendo la misma a una oposición descoordinada, antidemocrática, incoherente, sin unidad ni liderazgo fuerte. En plena confrontación, permanentemente. Sin siquiera tener la valentía de aceptar una derrota y con sectores que siguen incitando al magnicidio o a un nuevo golpe.

Su Acuerdo Nacional por la Justicia Social y la Paz Democrática, intenta establecer las bases de un proyecto político, económico y social común a todos los que se sienten antichavistas, que sea liderado por un único candidato a elegir a través de unas elecciones primarias. El contenido de este acuerdo y el denominado Plan de Consenso elaborado por la CIPE (Center for International Private Enterprise) de Estados Unidos -Cedice mediante- ha sorprendido a muchos. A otros, ni siquiera.

La tan cacareada Paz Democrática opositora supone la inexistencia del conflicto social, dejando el poder nuevamente en manos de las élites económicas del país, renovando la Constitución. Caminando siempre para atrás. Las escasas propuestas son incoherentes y hasta contradictorias: defensa de una utilización competitiva del tipo de cambio cuando se propone, simultáneamente, no intervenir sobre él. Habla del abaratamiento de los costos sociales de la gestión productiva y de sacar las acciones de Pdvsa a “oferta pública”, para privatizarla. Para ello, precisamente, deben reformar la Constitución.

No hay una figura que aglutine a la oposición, para colocarla como alternativa a Chávez, y eso permite que el mandatario ubique la lucha en "Bush o la revolución bolivariana", como casi 60 años atrás fue "Braden o Perón".

La carencia de un líder carismático la oposición la suple con el poder económico que infunde respeto y miedo a ciertos sectores con dificultad para desprenderse de la secular obediencia y genuflexión a las jerarquías sociales.

El enemigo principal parece ser Bush y al atención se centra en lo que puedan preparar sus organismos de seguridad para crear un clima de terror, de inestabilidad ligados a la continuidad de Chávez. El Presidente entendió que aquí se juega todo, que hay que echar toda la carne en el asador, asegurar cada voto sin confiar en las encuestas, porque cuanto mayor sea el número de votos ratificando a Chávez, menor será el margen de maniobra que tendrán Bush y sus repetidores locales.

Lo que intenta Estados Unidos es de interrumpir ese proceso de participación del pueblo, en lo que nunca participó. Si Chávez, con su carácter y discurso estuviese de su lado, no habría ningún problema en aceptarlo y aplaudirlo, como hace Bush con Berlusconi. Por eso -y pese a los acelerados- un "chavismo sin Chávez" hoy no es más que una entelequia.

Hay demasiados "inteligentes" que discurren sobre la cuestión de los modelos, que intentan comparar otras intervenciones de EE.UU. en Latinoamérica para descubrir cual sería la estrategia en este caso. Un Chile parece imposible, porque Allende nunca tuvo el poder, apenas el gobierno. ¿Nicaragua? Para que ganara Violeta Chamorro se tuvo que destruir la infraestructura, minar los puertos, a través de los contras. Era un Estado sin recursos, que debía atender la guerra y la miseria de su pueblo a la vez. Quizá a Bush logre inventar una "Violeta" venezolana que se enfrente en el 2006 a Chávez...

La privatización de Pdvsa acabaría con la actual reversión de sus beneficios en mejoras para las mayorías e inversión social: muchas más escuelas, centros de salud, cooperativas, viviendas o carreteras... y nos dejaría sin la mejor herramienta para el desarrollo y el cambio social.

Si el gobierno de Salvador Allende fue un incentivo para las socialdemocracias europeas que vieron en aquella experiencia la posibilidad de que el socialismo llegara al poder por la vía pacífica (en realidad jamás llegó allí sino apenas al gobierno), el proceso venezolano muestra que es otro mundo es posible, siempre y cuando los cambios propuestos sean en beneficio de las mayorías, con plenas soberanía.

Hoy no solamente hay electores. Las reformas introducidas por el bolivarianismo en estos últimos años han contando con un importante y masivo apoyo popular, mayoría a la que ha sabido el "proceso" ofrecer una participación activa, entusiasmar y sumar la masa, esa nueva ciudadanía, al proyecto. Son aquellos que hasta hace poco eran invisibles, sin voz.

En el Foro Social de las Américas, la semana pasada en Quito, uno de los temas que más fue comentado, fue el de la decisión del gobierno venezolano de hacer visibles a millones de indocumentados, excluídos, que jamás tuvieron oportunidad de recibir educación o atención sanitaria.

El camino hasta aquí no ha sido fácil. El acoso ha sido permanente, la estrategia de desgaste, constante. Las élites tradicionales, poderes fácticos que pelean por mantener sus privilegios, han encontrado en unos medios de comunicación masivo el mejor ariete. Un golpe de Estado, el sabotaje de la actividad económica, la desestabilización continua de las instituciones y de la vida política, así como a la provocación de disturbios en las calles...

La ratificación de Chávez significaría avanzar en la aplicación de una Constitución que persigue la democracia participativa, que ha devuelto la dignidad al pueblo y lo ha incorporado a la agenda política, y que avanza en la construcción -con todas sus fallas- de un modelo de desarrollo endógeno para alcanzar una menor dependencia de las importaciones y dejar de gravitar exclusivamente sobre la producción y explotación del petróleo.

Por primera vez los ingresos petroleros llegan a las grandes mayorías. Por primera vez -dijera Uslar Pietri, que de izquierdista no tenía nada-se está "sembrando" el petróleo. Durante más de 40 años las elites rapiñeras venezolanos se alzaron con más de 300 mil millones de dólares, dejando un 80% de la población en condición de pobreza y una deuda externa de más de 24 mil millones de dólares. Toda una hazaña. ¿A eso queremos volver?

La aplicación de la ley de tierras permitiría avanzar hacia una soberanía alimentaria, y la cooperativización, a impulsar un nuevo modelo de propiedad que contribuya a la creación de empleo con formas de ingreso más autónomas.

Nadie quiere olvidar los gruesos errores y las deudas que este gobierno tiene para con todos, sobre todo en el combate a la impunidad y a la corrupción. De ser ratificado, Chávez debiera liderizar una campaña contra la corrupción, que terminara con la impunidad: esa es una deuda social.

Las élites económicas, los empresarios nacionales y extranjeros cuyos intereses multinacionales y petroleros peligran si Pdvsa sigue siendo gestionada por un gobierno nacionalista y soberano, necesitan derrotar (o derrocar) a Chávez. Estados Unidos, que reclama el control petrolero no solo desea la vuelta de las élites políticas y económicas venezolanas que durante años les han garantizado un suministro estable de petróleo a precios inferiores a los del mercado internacional, no solo desea quitar a Chávez, sino que financia cualquier intento para que ello cristalice.

Pero lo peor de todo, para las élites venezolanas y para el gobierno estadounidense, es que la revolución bolivariana supone un signo esperanzador para mucha gente en América Latina, con sus claras posiciones integracionistas, soberanas y antiimperialistas. A esto es a lo que temen: a la integración latinoamericana, contra el ALCA, a una política exterior de paz, al reforzamiento de la OPEP, a un proyecto de desarrollo lejos, muy lejos de las recetas del FMI, el BID o el Banco Mundial, a un Estado que defiende lo público (y no solo a las empresas trasnacionales) en busca de un redistribución equitativa de la riqueza, la democratización de la educación y la salud, en pos de la soberanía alimentaria. Un proyecto de país para todos.

Ganar por goleada es la única forma de terminar con tanta especulación, dentro y -sobre todo- fuera de fronteras, y avanzar en el sueño de una Venezuela, una América Latina, para todos y no solo para las élites.

Editorial de revista Question de agosto