Nadie juicioso cuestionaría a la Casa Blanca de George W. Bush su condición de medallista de oro en la practica del terrorismo de Estado, pero sobre todo en la doble moral que aplica en su peculiar guerra contra el terrorismo, cuyo ejemplo más evidente es el caso de Cuba. Es una verdad de Perogrullo la responsabilidad de la gran potencia en la campaña de terrorismo contra la isla por más de cuatro décadas, cuyos operativos e instigadores radican en Miami.

Pero pocas administraciones de ese país han hecho tanto como las de Bush -padre e hijo- por proporcionarles impunidad. Fidel Castro denunció en la Cumbre Iberoamericana de Panamá en 2000 la presencia de un grupo de terroristas de origen cubano que atentaría contra su vida. Los cuerpos de seguridad locales detuvieron a los sujetos y rápidamente se filtró a los medios de difusión su plan para volar con 9 kilos de explosivo C-4 el paraninfo de la Universidad de Panamá mientras el líder cubano se dirigía a una audiencia de cientos de estudiantes, académicos, activistas sindicales e indígenas. Desde entonces el proceso seguido contra los terroristas ha estado sujeto a constantes presiones políticas y mediáticas desde Washington y Miami, que han hecho esfumarse pruebas y graves delitos. El propósito parecía ser impedir que fueran condenados o, en todo caso, facilitar su fuga, como ya ocurrió en Venezuela y México con algunos de los ahora detenidos después de perpetrar acciones semejantes. Pero desde hace unas semanas se supo en Miami -y, por lo tanto, en La Habana- que Moscoso había hecho el compromiso con la mafia contrarrevolucionaria de otorgarles el perdón antes de que expirara su mandato.

También trascendió la noticia de una solicitud, con inocultable tufo electoral, formulada a la presidenta panameña en ese mismo sentido por el secretario de Estado Collin Powell. Sorprendida in fraganti por la denuncia del gobierno cubano a la infamia que tramaba, la señora Mireya optó por huir hacia delante y crear la crisis en curso. Ha llegado a decir que aunque no lo había decidido antes, "ahora sí" -en plan de venganza se entiende- está pensando en perdonar a los terroristas. Son ellos Luis Posada Carriles, Gaspar Jiménez Escobedo, Pedro Remón y Guillermo Novo. Posada, jefe del grupo es, al igual que los restantes, operativo de la CIA desde la década de los sesenta. Participó en la frustrada invasión de Bahía de Cochinos. Con posterioridad fue colocado por la compañía en un puesto clave de la policía secreta venezolana, cargo desde el cual organizó y dirigió la voladura de un avión de Cubana de Aviación con 73 pasajeros a bordo. Más tarde fue uno de los principales operativos en la represión de los movimientos guerrilleros en El Salvador y Guatemala y hombre de confianza de Oliver North en el Irán-contras(canje de armas por drogas para la contra nicaragüense). Posada, a la sombra del entonces presidente Francisco Flores, íntimo de Bush y Aznar, creó un santuario terrorista en El Salvador desde donde dirigió la serie de atentados contra instalaciones turísticas cubanas en 1998. Jiménez ha intervenido junto a Posada en numerosos intentos de asesinar a Fidel Castro y ultimó en México al técnico de pesca cubano Artagnan Díaz; Remón asesinó en Nueva York al diplomático isleño Félix García y Novo es el ejecutor del ex canciller chileno Orlando Letellier. Estos son los personajes que la señora Mireya Moscoso proyecta indultar por razones "humanitarias".

Afortunadamente Panamá no es Moscoso, cuyo gobierno está desacreditado por su entreguismo, corrupción e ineptitud, como demostraron las últimas elecciones. La presidencia de Moscoso es, en fin de cuentas, un fruto de la invasión yanqui a Panamá, cuya verdadera intención fue castigar al pueblo panameño por atreverse a recuperar el canal con Omar Torrijos al frente. Torrijos sostuvo una cálida amistad con Cuba como parte de una historia en que muy pronto nadie recordará a la señora Moscoso.