Los resultados de la cerrada competencia entre republicanos y demócratas en Estados Unidos afectarán a todo el mundo, en especial a los países en desarrollo. La reelección de Bush traería consigo peores agresiones contra Cuba y Venezuela, la posibilidad de nuevos conflictos sangrientos para beneficio de las poderosas empresas vinculadas al armamentismo, y la consolidación de una derecha que gobierna en muchos países del mundo y especialmente de América Latina, con el apoyo de organizaciones conservadoras de Estados Unidos.

Los proyectos de esa derecha internacional, cuyos voceros son los llamados “think tanks”, (“tanques” o “centros” del pensamiento: impulsores de los proyectos derechistas globales) tienen en muchos casos un origen religioso, como su insistencia en defender un falso puritanismo y una mayor injerencia de lo religioso en la sociedad, que son al mismo tiempo parte fundamental de la oferta electoral de Bush, pero enfatizan ante todo una incondicional “defensa de la libre empresa” que en términos prácticos significa la sustitución de la ética y en particular de toda noción de justicia social por el afán de lucro.

Tres años después de los atentados contra las Torres Gemelas es claro que independientemente de su origen, de si fueron una provocación organizada por el propio Bush o una agresión real contra Estados Unidos, el gobierno de ese país usó el terrible acontecimiento como un pretexto para intervenir en la política de muchos otros países, injerencia que se ha visto traducida en una serie sangrienta, que incluye la guerra de Irak, el derrocamiento de Aristide en Haití, y los intentos de desestabilizar al gobierno de Chávez en Venezuela. Una constante en todos esos casos es que detrás de la retórica, religiosa o secular, con la que se traten de justificar, aparecen como factor determinante los intereses económicos. Finalmente, era falso que Irak estuviera acumulando armas para atacar a Estados Unidos, pero es indudable que Halliburton y otras empresas, apoyadas por el gobierno de Bush, obtuvieron miles de millones de dólares como botín de esa guerra.

El gobierno estadounidense es causante directo de esas agresiones, al igual que las empresas que se han beneficiado con ellas, pero comparten su responsabilidad moral por esas secuelas sangrientas quienes en 2000 votaron por Bush y sobre todo quienes lo hagan nuevamente este año, pues estarán avalando un proyecto que consiente en sacrificar las vidas humanas en aras de las ganancias económicas.

Organizaciones como la Fundación Heritage, la Atlas, el Instituto Republicano Internacional, el Instituto Acton y muchas otras, han promovido y justificado los eslabones de la serie sangrienta de Bush, apelando a la supuesta necesidad de defender la “libre empresa”, es decir, la obtención de ganancias, como único valor de la sociedad capitalista.

En la retórica de esos grupos, y de sus émulos locales de países en desarrollo, un gobernante que desarrolle proyectos de beneficio social, que invierta las divisas del país en mejorar las condiciones de vida de los pobres es un “populista” que debe ser derrocado porque no está contribuyendo a generar “más riqueza”, es decir, a generar más dólares para los que más tienen.

Al lado de esa justificación real que esgrime una derecha enemiga de todo gobierno con el más ligero sentido de compromiso social, el propio gobierno estadounidense y sus secuaces han apelado a discursos que van desde la absoluta hipocresía, al pregonar una defensa de una democracia en otros países pero no en Estados Unidos, donde pesan serias dudas sobre la legitimidad de la elección de Bush, hasta el tragicómico fanatismo de éste, que lo lleva a presentarse como enviado de Dios que viene a traer al mundo la contradictoria conjunción de la compasión y el “amor” con la guerra contra el “terrorismo” y el “Eje del Mal”.

Pero los proyectos derechistas, de los que forma parte la serie sangrienta de Bush, están imponiéndose también en la esfera de lo cotidiano, aunque muchas veces no se perciban como tales. Los mencionados think tanks que han apoyado al gobierno de Bush y que agrupan a los ideólogos de una nueva derecha, capitalista a ultranza y por ende en proceso de secularizarse, están tejiendo en el mundo una red de proyectos que incluyen la difusión masiva, con el apoyo de magnates de los medios y de políticos derechistas, de una visión del combate a la delincuencia donde los ciudadanos conciban ésta como su principal problema y su solución como la persecución de los pobres y de los marginados.

A veces, esa colaboración entre dichos sectores está pactada explícitamente, a través de organizaciones como el Instituto Manhattan, otro de esos “think tanks”, mientras que en otras nace de manera natural de la conciencia de clase de los grandes empresarios, que ante todo temen a los desposeídos, y es el correlato social de la palabrería de Bush acerca de la supuesta amenaza “terrorista” cuya principal encarnación ha sido él en todo caso. El salario del miedo a esa supuesta amenaza ha consistido en fortalecer las expectativas políticas de Bush quien se ha esforzado por crear la imagen de que sólo él puede combatir el supuesto peligro que él mismo ha alimentado, usando la lógica de los grandes negocios fraudulentos, que recurren al asesinato y al engaño colectivo. Lo mismo los muertos del once de septiembre que las víctimas de las subsecuentes agresiones imperialistas, han sido insumos para la mercadotecnia sangrienta del miedo al terrorismo.

De la misma manera, dentro de los proyectos de la nueva derecha es fundamental hacer invisible, a través del simple énfasis de los medios electrónicos, el rostro salvaje del capitalismo, encarnado en miles de personas que carecen de techo y de sustento, a la vez que se cultiva una apologética de personajes que representan el vacío de valores del capitalismo y por ende la verdadera escoria de la humanidad, como son los casos de Bush, de Cheney, y del ex-alcalde neoyorkino Rudolph Giuliani.

Destaca en todos ellos su falta de sensibilidad social, su propensión al genocidio, a la persecución de los débiles y de los pobres, su insaciable voracidad económica y la frecuente inconsistencia entre su vida y los principios que pregonan. En el caso de Giuliani, es increíble cómo coexisten en él la egolatría y el autoelogio con la profundidad de su odio a los pobres, a quienes ha perseguido ferozmente, lucrando además desmesuradamente con esas persecuciones que ha promovido no sólo en Estados Unidos sino en muchos otros países, con la fórmula: encarcelar a los pobres para que los comerciantes hagan más dinero.

Es natural que una sociedad centrada en el comercio y en el consumo genere esos personajes siniestros, peligrosos para la humanidad, como es natural también que la ideología que representa a esa sociedad se vaya secularizando, hasta abandonar en la práctica cualquier principio supraterrenal y cualquier norma ética.

Bush es como una fotografía de la ultraderecha estadounidense en el momento actual, que exhibe los peores rasgos del capitalismo a ultranza, como la falta de límites y de escrúpulos de un afán de ganancia que cambia por dólares las vidas humanas, a la vez que los de un fundamentalismo religioso que lucha contra la despenalización del aborto, los anticonceptivos y la separación entre la Iglesia y el Estado, pero esa simbiosis no puede durar indefinidamente por las propias exigencias de un mercado que estimula la agresión lo mismo que la búsqueda de un placer sexual de antemano frustrado y limitado.

Personajes como Giuliani encarnan quizás el futuro de una ultraderecha secularizada, que no comparte del todo las reivindicaciones fundamentalistas, a la vez que es aún más abiertamente capitalista y criminal, pero hoy en día Bush está confiando su reelección, ostensiblemente, en una porción importante del electorado estadounidense sumida en las tinieblas del fanatismo, impermeable a cualquier crítica racional, así como en una propaganda mentirosa contra Kerry, que puede llegar a influir sobre algunos electores, quienes pueden ser a la vez ciegos ante los escandalosos malos manejos políticos, éticos y financieros del equipo de Bush.

Frente a Bush, Kerry representa, sin olvidar su extracción capitalista, la diferencia abismal, que existen entre la certeza de la guerra y la posibilidad de la paz, que es también la del diálogo y de la razón, por encima del fanatismo, y aparece por ende, como una amenaza menor para la paz del mundo y para el futuro de las personas y de los países más pobres, así como un factor positivo para la vigencia de los derechos sexuales y reproductivos.

Con impotente expectación, Latinoamérica y el resto del mundo están presenciando la paradoja política y moral de que su futuro pueda depender de la reelección en Estados Unidos de un personaje que no llegó al poder por una elección clara, que ha desatado guerras y revueltas sangrientas, ha creado un fuerte consenso de la opinión pública internacional contra su propio país y ha gobernado en alianza con una pandilla de defraudadores y criminales de la que él mismo forma parte, y que debe su posibilidad de reelección a una propaganda tramposa y ante todo a su pretensión de ser enviado de Dios, en un país que nunca ha sabido separar lo religioso de lo político, de tal suerte que el futuro de la humanidad está en manos de algunos millones de fanáticos religiosos que son también votantes del país más poderoso del mundo.