Primero inocularon el contrabando que la Convención del Mar y su adhesión por el Perú servía para solucionar la frontera marítima con Chile. Luego, cuando la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso, dictaminó que sí había conflicto entre lo estipulado en nuestra Constitución y lo expresado en la Convemar, “opinaron” por la procedencia de la firma del tratado lo antes posible. Cuando ahora se habla de referéndum, es decir que el pueblo opine y vote, los tramposos de la Convemar berrean que se “perderá el tiempo” o que “costará dinero”. Sirvientes de ONGs y fundaciones multinacionales, estos empleados no guardan ni identificación y mucho menos conocimiento de la historia del Perú.

La mil veces rebatida mentira que la Convemar ayudaba a resolver el problema limítrofe con Chile, se vio ratificada por la actitud del gobierno sureño de ignorar cualquier referencia tácita o expresa a tal convenio internacional. Además, ellos han manifestado su rechazo a cualquier solución de controversias dentro del marco de la Convemar de la que Chile sí es parte. Persistir tozudamente en esta orientación llama a sospechas porque quienes lo hacen han sido condecorados o felicitados por sus proclividades hacia regímenes económicos y firmas internacionales demasiado interesadas en las riquezas marinas.

Uno de los más absurdos razonamientos en torno a las 200 millas y su dominio por el Perú es que carecemos de naves para guardanía y custodia de las mismas. Entonces, es mejor que vengan las empresas extranjeras a explotar el subsuelo marino. ¿Para qué existe la Constitución? ¿Es un papel higiénico funcional a quienes la usan como mejor les da la gana? Los artículos referidos a soberanía y jurisdicción territorial y marítima de 1993, repiten literalmente lo estipulado en la Carta Magna de 1979, firmada por Haya de la Torre, asunto que los apristas se olvidan con ágil frecuencia.

Ha dicho el canciller Manuel Rodríguez Cuadros que el Ejecutivo aceptará la decisión parlamentaria de someter la adhesión del Perú a la Convención del Mar a un referéndum. ¿Qué otra cosa cabe? Entonces, vamos a ver si en plazas y auditorios, los vendepatria se atreven a defender el recorte de 200 millas a 12, como se dice en la Convemar, y se quitan la careta, de una buena vez, para que el pueblo peruano sepa quiénes pagan sus esfuerzos denodados, sufragan sus viajes, artículos periodísticos y demás francachelas generosas.

No es necesario regalar soberanía y el país en forma de concesiones y privatizaciones como han hecho creer los tecnócratas, esa nueva casta de traidores con diploma, para progresar. Saben ellos que el pueblo es más sabio que todos los sabios y que muchas de sus trapacerías tendrán que ser investigadas y sus fautores metidos en la cárcel. Lo que pasa es que la juridicidad del Perú está hecha por quienes hacen las trampas, de manera que sus reinos intocados de delincuencia, jamás serán pasibles de revisión alguna. Pero ¡esto tiene que terminar!

Los peruanos bamba, esos que apenas tienen una o dos generaciones de raíz peruana de pura cepa, son los más entusiastas dadores de lo que no es suyo. A esos hay que apostrofarlos y señalarlos por las calles con el dedo acusador. Así pretendan pasar por académicos cuando no son sino mamarrachos llenos de poses y berrinches.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!