¿Qué puede haber ocurrido como para que, en los últimos días, gente que parecía cuerda transite por el fango de errores clamorosos como vincularse a delincuentes del fujimorismo, a su vez, relacionados con soplones palurdos de Montesinos? Ya no hay duda: la soberbia ciega, estupidiza y hasta el más lúcido resbala, se cae de muelas y hace el ridículo las 24 horas del día. ¡Soberbia: esa mala consejera!

El envilecimiento de la política peruana da demostraciones palmarias de su presencia y arrastra con los últimos vestigios que de serenidad tenía la administración Toledo. No interesan los parientes, mucho menos los amigotes oportunistas o los rufianes que se suben a cualquier carro con tal de obtener dólares a carretadas. Un gobierno es como un río: arrastra de todo en su caudal, troncos, basura, maleza putrefacta, pero también vida y elan imbatible de corregir de a pocos y desde las alturas del gobierno, la tremenda debacle nacional. A tenor de los acontecimientos, esa esperanza ha muerto.

¿Era imposible que sucediera lo que ha pasado? Mi impresión modesta es que los desayunos, almuerzos, comidas, copetines o propinas a mercenarios que se hacen llamar periodistas, sólo engordan a los malos elementos que abandonan ante las tormentas, a quienes suministraban los alimentos de toda índole. Cuando hay soberbia, se mide a todos con el mismo rasero y se confunde a los hueleguisos con los hombres decentes que sólo quieren concurrir al esfuerzo común de hacer patria con sinceridad y limpieza. ¿Cón cuántos soldados, hoy en el sótano de la desgracia política, puede contar hoy el ingeniero Juan Sheput?

La soberbia descoloca, nubla, descoyunta. Si no hay experiencia política, ¡peor! Ningún desayuno u homenaje reemplaza la trayectoria o improvisa actitudes que puedan perdurar en el tiempo y en el horizonte de forja de un país. Cuando se vive para el hoy, el mañana es incierto y las más de las veces, desagradable. Transitar, como ha ocurrido, por la regalona manía de ofrecer lo que no se puede cumplir, propina a sus irresponsables autores, palizas de las que es difícil levantarse. Ser primera plana de acontecimientos de progreso y definición nacional no es lo mismo que serlo de una tragedia que huele mal, muy mal.

¡No hay que enfermarse de éxito! Y mucho menos si éste proviene de circunstancias hechizas fabricadas con argumentos ideológicos tan fuertes como butifarras, almuerzos opíparos o estipendios que sólo duran lo que su duración provee. La soberbia es mala consejera.

La mano amiga, desinteresada por limpia, se extiende sin condiciones. ¡Eso sí! Con actitudes prefabricadas, amaneramientos y falsetes en la voz, sólo se llama a la hipocresía, nunca a la sinceridad de los combatientes que saben pedir perdón para levantarse con el sable vencedor del porvenir. Los buenos luchadores, esos que se caen para volver a levantarse y morir de pie como los árboles, lo saben muy bien.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!