Existen obscuras fuerzas políticas en Occidente que apoyan y generan terrorismo «islámico». El infanticido de Beslán forma parte del diseño de ruptura de los nuevos puentes estratégicos establecidos entre Europa y Asia. No fue gratuito que el presidente francés Jacques Chirac y el canciller alemán Gerhard
Schroeder hayan acudido a Sochi, centro veraniego del mar Negro, para apoyar al
presidente Putin en medio del torbellino terrorista que se abatió sobre Rusia
desde Moscú hasta Beslán.
«Detrás» del desenlance trágico del infanticidio masivo de Beslán, ciudad de Osetia del Norte -con mayoría de cristianos ortodoxos, que pertenece a la Federación Rusa en las entrañas del Cáucaso norte-, se perfila
toda la geopolítica del petróleo y la nueva aventura del terrorismo trasnacional
a inicios del tercer milenio, en donde el «choque de civilizaciones» huntingtoniano cosecha sus mejores frutos en el complejo mosaico étnico-religioso del Transcáucaso: «puente añejo» desde el siglo XIV de la «ruta de la seda», que vincula los intercambios entre Asia y Europa, y «puente nuevo» que, desde la disolución del imperio soviético, conecta el mar Caspio, la tercera reserva de petróleo más importante del mundo, con el mar Negro.
Ninguna región se parece más a los trágicos Balcanes que el Cáucaso, que exhibe los rescoldos hereditarios de las placas tectónicas del siglo XVII entre la cristiandad eslava rusa, el imperio persa chiíta y el
imperio otomano sunita. Con el infanticidio de Beslán, las placas tectónicas del
«choque de las civilizaciones» han agrietado mucho más la profundidad de sus
fracturas atávicas, cuyas reverberaciones alcanzan al Medio Oriente, Asia
Central y el subcontinente indio: los «Balcanes euroasiáticos» definidos por
Zbigniew Brzezinski en su libro premonitorio de hace siete años: El gran tablero
de ajedrez mundial: la supremacía estadunidense y sus imperativos
geoestratégicos.
El infanticido de Beslán forma parte del diseño de ruptura de los nuevos puentes estratégicos establecidos entre Europa y Asia. No fue gratuito que el presidente francés Jacques Chirac y el canciller alemán Gerhard
Schroeder hayan acudido a Sochi, centro veraniego del mar Negro, para apoyar al
presidente Putin en medio del torbellino terrorista que se abatió sobre Rusia
desde Moscú hasta Beslán.
Chirac vive su propio vía crucis con el secuestro de dos periodistas franceses a manos de las «fuerzas oscuras» de Irak que
perpetraron la matanza de una docena de nepaleses que reverberó con las
represalias del ataque a una mezquita de la minoría islámica en Katmandú,
capital de Nepal, al unísono de la multiexplosión terrorista en el Cáucaso
norte.
Va viento en popa el guión del «choque de las civilizaciones» en la cartografía de los «Balcanes euroasiáticos» de Brzezinski: Nepal, rodeado por India y China, constituye el único «Estado hindú» del planeta. ¿El incendio de las fronteras islámicas de Rusia, China e India, tres potencias emergentes del
nuevo siglo, forma parte del guión dual de Huntington y Brzezinski?
Desde la disolución de la URSS, que abrió la caja de Pandora de las decenas de etnias del Transcáucaso en búsqueda de su nuevo acomodo
geopolítico, el fantasma de la balcanización ha rondado en Rusia y se ha
exacerbado en el segundo mandato de Putin, quien vive la mayor prueba de su
vida. Con el saldo pesado del infanticidio a cuestas, Putin declaró, en su lúgubre alocución a la nación en estado de choque sicológico, que los «enemigos
de Rusia» (no especificó) deseaban desmembrar algunas de sus partes debido a su
estatuto de superpotencia nuclear.
A su juicio, balcanizar a Rusia equivale a
paralizar el cerebro de mando de su arsenal nuclear. El infanticidio de Beslán
es todavía más traumático debido a la vulnerabilidad demográfica de Rusia, donde
la tasa de mortalidad excede la de natalidad, y que tanto exultan «sus enemigos», quienes profetizan que perecerá a fuego lento por «muerte demográfica». Después de Bibi Netanyahu, el ministro de Finanzas del gabinete de Ariel Sharon, quien catalogó a los palestinos como el equivalente de los
mexicanos frente a la pureza étnica blanca protestante, la «guerra demográfica»
se volvió la nueva obsesión de Huntington en su más reciente libro: ¿Quienes
somos?, que coloca a los migrantes mexicanos como la «primera amenaza a la
seguridad nacional» de los blancos protestantes de Estados Unidos, basado en las
elucubraciones sicóticas de Castañeda Gutman (según reportó El País).
En medio de la controvertida elección presidencial en Chechenia y en el lapso de una semana, desde los dos avionazos de pasajeros,
pasando por el atentado a la entrada del Metro de Moscú, hasta el infanticidio
de Beslán, Rusia vive de diferente manera su propio «11 de septiembre»: el
terrorismo trasnacional ha vinculado en su macabro cronograma el 11 de
septiembre de Nueva York con el primero de septiembre de Beslán, fecha de la
captura de su escuela. El atribulado Putin sentenció que el «terrorismo
internacional había declarado una guerra de gran escala contra Rusia». Después
del atentado al avión de pasajeros de la ruta Sochi-Moscú, Putin había señalado
a Al Qaeda como culpable, y ahora los multimedia rusos han sido prolíficos en
enfatizar el origen «árabe» de varios de los infanticidas.
Putin realizó una fuerte autocrítica geoestratégica de cómo en Moscú no se había entendido la dimensión del colapso de la URSS que debilitó al país al dejar porosas sus
fronteras, y que fue también infectado por «la corrupción de las agencias de
seguridad». En fechas recientes, el ejército ruso ha sufrido purgas dramáticas
en su cúpula y no es ningún secreto apuntar los vínculos entre la «mafia rusa» y
los separatistas chechenos, que retroalimentan de armas y estupefacientes a los
«mercados negros» desde el Transcáucaso hasta los Balcanes.
Chechenia, además de su geopolítica petrolera, es la caja de resonancia de los juegos del poder tras las murallas del Kremlin. No estamos desvirtuando las veleidades
independentistas de los islámicos de Chechenia y sus primos étnicos de Ingushetia (frontera oriental de Osetia del Norte), pero tampoco se puede ocultar que sea en Chechenia donde se efectúan las mayores transacciones en
dólares de toda Rusia, ni se puede soslayar que los «oligarcas» -que se
beneficiaron de las privatizaciones alocadas de Yeltsin (el caso trascendental
del defraudador encarcelado Mijail Jodorkovsky, aliado de los Rothschild y
Kissinger)- tengan vínculos pecuniarios con los separatistas chechenos en el que
resalta el financiamiento de Boris Berezovsky al líder checheno Shamil Basayev
(Pravda, 6 de marzo de 2002).
El «oligarca» Berezovsky, perseguido por la
justicia rusa por evasión fiscal, se ha refugiado en Londres, donde goza del
«asilo político» del gobierno de Tony Blair, desde donde mueve varios de los hilos del
ajedrez geopolítico del Transcáucaso para socavar a Rusia, más que a Putin.
Menos se puede omitir que el «11 de septiembre ruso» se escenifique en medio del
apretón de tuercas que ha ejercido Putin a la petrolera Yukos, desde donde el
otrora multimillonario Jodorkovsky había empezado a «comprar» a Rusia entera,
como parte de su balcanización mediante la privatización desregulada, y cuyas
acciones trasnacionalizadas hubieran sido controladas desde la City y Wall
Street.
Tanto las repúblicas islámicas de Ingushetia y Chechenia, como la cristiana ortodoxa Osetia del Norte, poseen pletóricos yacimientos de
petróleo y gas. La otra Osetia, del Sur, pertenece a Georgia, de la que busca
independizarse con la ayuda de Moscú, lo que ha llevado a graves tensiones
prebélicas. En la transfrontera entre Rusia y Georgia (gran aliada de Estados
Unidos) opera un juego de movimientos separatistas de las repúblicas autónomas
islámicas y cristianas que, dependiendo del caso, cuentan con el apoyo, ya sea
de Moscú, ya sea de Washington y Londres (que controlan a Georgia).
Además, Moscú y Washington poseen sus respectivos proyecto y trayecto de oleoductos para extraer el petróleo del mar Caspio y transportarlo hasta el mar Negro, lo que ha
llevado a la «guerra de los oleoductos» en el Transcáucaso. Cabe recordar que el
megaespeculador George Soros (íntimo aliado de Berezovsky, los Rotshchild y
Kissinger), instaló a Mijail Saakashvili en la presidencia de Georgia por medio
de un «golpe de Estado demo»crático.
Sobran las repúblicas para separar en el complejo mosaico multiétnico del Cáucaso norte, en especial a lo largo de la incandescente transfrontera entre Rusia y Georgia, que denota una «fortaleza de lenguajes» (más de 50), como la ha denominado The National Geographic Society: las
islámicas Chechenia, Ingushetia, Daguestán, Adigai, Karachai-Cherkes,
Kadardo-Balkar y Nalchik, y las cristianas ortodoxas Osetia del Norte y Osetia
del Sur, así como la híbrida Abjazia. Sin contar en el Caúcaso sur a la islámica
Adjaria (perteneciente a Georgia), ya no se diga los enclaves de Najicheván
(islámico) y Nagorny-Karabaj (cristiano) que llevaron en 1987 a la guerra entre
la cristiana Armenia y la islámica Azerbaiyán.
Desde 1994, durante la «primera guerra de Chechenia», se sabía que Grozny, su capital, contaba con la segunda refinería más importante del Transcáucaso después de Bakú, la capital de Azerbaiyán, colindante con el
superestratégico mar Caspio; Bakú y Grozny se conectan con un oleoducto estratégico. El delicado contencioso de Chechenia se ha contaminado del terrorismo internacional, y un «efecto dominó» de su independencia afectaría de nuevo a Daguestán, que le brinda a Rusia la mayor parte de su litoral en el mar
Caspio y cuya virtual separación le asestaría un golpe demoledor a Moscú
Prometeo encadenado, la soberbia tragedia del genial Esquilo, relata su castigo en las montañas del Cáucaso, donde una águila devoraba su hígado por haber hurtado de los dioses del Olimpo el secreto del fuego para
regalárselo a los humanos, que lo usaron para la creación, pero también para la
destrucción. Como Prometeo, Putin se encuentra encadenado al contencioso acumulado del Transcáucaso, que peligrosamente se ha desparramado hasta Moscú y
otras ciudades rusas, con lo que paga su osadía de haber convertido a Rusia en
el pivote geoestratégico euroasiático como resultado del empantanamiento
anglosajón en Irak.
A diferencia de Prometeo, que en su calidad de Titán poseía un hígado inmortal que permitía su regeneración, el de Putin es mortal, por lo
que le urge encontrar una fórmula creativa para salir de la diabólica trampa que
le han tendido sin caer en la «tercera guerra mundial» que buscan los «enemigos
de Rusia» para encubrir su debacle financiera.
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