Los fans llenaban los últimos rincones del Madison Square Garden cuando estallaron en atronadora aclamación ante la presencia de El Exterminador.

Era Arnold Schwarzenegger. Físico-culturista y actor hollywoodense de personajes violentos tejidos con hilos del bien. Había marcado un momento en el cine de acción. Representaba el simplismo de la moral providencial en un género cinematográfico, símbolo de un sector de poder en la política norteamericana.
Frente al Exterminador no sobreviven terroristas, organizaciones criminales, árabes, asiáticos o cualquier otro tipo de combatientes ilegales. Currículo precedente del éxito en California, donde fue elegido gobernador. Semejante experiencia destacó su adhesión a la guerra del siglo XXI que aparece como concreción y perfeccionamiento de la utopía hollywoodense.

El 1 de septiembre, su discurso en la Convención Republicana fue parcialmente testimonio de inmigrante. Pero antes, recordó su dolor al escapar del comunismo en Austria a fines de la Segunda Guerra Mundial. Se retiró del podio perseguido por una ovación que reconocía en él un ícono de la guerra contra el terrorismo. En el ambiente quedó el hálito de un Schwarzenegger hecho por la Historia.
Desgraciadamente duró poco. Al día siguiente el gobierno de Viena informó que en Austria nunca existió comunismo y que, en la época durante la cual el niño Schwarzenegger era conducido a salir de su patria natal, el País estaba gobernado por los conservadores.

El comentario no precisó respuesta. El ánimo que se logró en la Asamblea era el requerido, no la correspondencia de la anécdota con la realidad.
Cierta visión norteamericana de Maquiavelo clama por resultados. Algo parecido al fin que justifica los medios, según la equívoca lectura que siniestras estructuras de poder atribuyeron durante varios siglos a esa máxima.
La Asamblea entramó testimonios justificando la guerra del siglo XXI contra la maldad de culturas y civilizaciones fanáticas. La irreductible voluntad del líder no podría detenerse sino con la victoria.

El Exterminador conquistó la gloria en la liquidación de malos. Solo la realidad de la política del ungido en la Asamblea, el ahora candidato George W. Bush, ha sido capaz de superar semejantes éxitos.
Su pensamiento es aún mas simple que su moral. El terrorista no tiene ningún interés que no sea la acción del terror. No hay causas ni condiciones sociales que lo creen, proviene de la nada.

La apología que cada expositor hacía de Bush invocaba temores de este tiempo de antiterrorismo. El liderazgo del bien en cuatro años más consolidaría la continuidad de la guerra del siglo.

El discurso de Bush duró 40 minutos. 30 se consagraron a ampliar la razón antiterrorista y 10 a exhibir otras intenciones. Se preocuparía por educar más rápido a la infancia, reducir la dependencia del país de los recursos energéticos extranjeros, capturar los mercados del mundo para los productos norteamericanos, proteger la unipolaridad militar.

En cuatro años más, se podría liberar a una parte mayor del mundo; hasta ahora los liberados suman 50 millones, entre Irak y Afganistán. Faltan 4.000 millones.

En nadie cupo la duda sobre las virtudes superiores de las armas, el Estado y el líder.

Por primera vez en la Historia, un gobierno asumía úse dijoú la tarea de garantizar el triunfo del bien sobre el mal en todo el planeta.

En rigor es la tercera. La primera fue en la Inquisición; la segunda, en la Alemania de Hitler y esta vez, bajo la presidencia de George W. Bush.

Fuente
El Telégrafo (Ecuador)