El gas es un combustible de suma importancia para los países industrializados y aquellos en desarrollo, utilizado en la industria a gran escala pero también es el principal elemento empleado para usos domésticos en las sociedades modernas. Grandes conglomerados controlan su extración y comercialización. En Bolivia su privatización generó una protesta civil reprimida con violencia por el poder local aliado al lobby internacional energético.
Jean Pierre Chevenement, ex ministro socialista francés de altos vuelos (de Exteriores con Mitterrand y más tarde del Interior ), describió en forma contundente que la invasión ilegal a Irak ordenada por Bush se debió a la cuantiosa pérdida de 13 billones de dólares de la Bolsa de Valores de Nueva York dos meses después de su llegada al poder.
En ese entonces, la suma equivalía a 130 por ciento del producto interno bruto de Estados Unidos y casi la mitad del global, hecho que lo orilló a capturar el petróleo de la antigua Mesopotamia para intentar resarcir su descalabro bursátil por la vía militar (TV5, 6 de octubre) -lo cual coincide notablemente con la triple tesis geofinanciera, geoecónomica y geopolítica de nuestro libro: Los 11 frentes antes y después del 11 de septiembre: una guerra multidimensional.
Chevènement señaló que Estados Unidos consideraba un enemigo a China, que se pudiera unir con Japón (lo cual vemos muy difícil en la fase aciaga del racista neoliberal Koizumi, a quien ya es tiempo de que la sociedad pacifista global comience a boicotear sus productos de exportación teñidos de sangre bélica), y a la dupla franco-alemana, curiosamente los cuatro muy dependientes del binomio petróleo-gas.
Brad Foss, de la agencia AP (8 de octubre), comenta con pulcritud que el récord de 53.31 dólares que acaba de alcanzar el precio del barril de petróleo en la variedad WIT en el mercado de futuros NYMEX «representa una alza de 79 por ciento en comparación con el año pasado, pero que es todavía 27 dólares menor al precio ajustado a la inflación que alcanzó en 1981, lo que ha llevado a varios economistas a concluir que Estados Unidos, que se ha vuelto hoy más eficiente en el consumo energético, tendría la habilidad de absorber el incremento sin tener que pagar un alto costo financiero».
En un aburrido análisis de «oferta y demanda», muy simplón, de James Cordier, jefe de los corredores de Liberty Trading Group Inc., con sede en Tampa, Florida, sentenció que los precios seguirán al alza hasta llegar al punto de provocar una desaceleración de la economía global, lo que a su vez ocasionaría una corrección de su precio.
Como los petrofóbicos de la triada neoliberal mexicana Salinas-Zedillo-Fox, Cordier desprecia la dimensión geoestratégica del oro negro, al no tomar en cuenta lo que hemos denominado la «guerra energética», que ha desplegado en forma subrepticia el eje anglosajón contra sus competidores geoeconómicos y geofinancieros asiáticos (China, India y Japón) y europeos (Francia y Alemania), tan dependientes de los hidrocarburos.
El servicio de Manejo de Minerales (MMS, por sus siglas en inglés) le echa la culpa al huracán Iván de haber desquiciado la producción en el Golfo de México, tanto del petróleo, con una pérdida de 17 millones de barriles, como del gas natural, que disminuyó 74 mil pies cúbicos «desde el 11 de septiembre» (¡otro 11/9!), cuando «los operadores se vieron obligados a abandonar sus plataformas marítimas».
Por lo visto, el «efecto Iván» fue tan calamitoso como cualquier atentado terrorista contra las instalaciones petroleras y/o gaseras de la geografía islámica. En vísperas del invierno gélido, la entrega del gas natural para noviembre se elevó 40 por ciento.
En solamente dos meses, el precio del gas natural se ha incrementado más de 70 por ciento (20 por ciento la semana anterior), empujado por los especuladores del eje anglosajón que no pudo controlar el vellocino de oro negro iraquí (oficialmente, la segunda reserva mundial; oficiosamente, poseería el doble que Arabia Saudita) debido a la resistencia de su asombrosa guerrilla nacionalista.
En forma silenciosa el precio del gas se ha destapado literalmente. Neela Banerjee («¿Próxima crisis del gas natural?»), International Herald Tribune, 20 de agosto de 2004) afirma que Estados Unidos aún no es tan dependiente del gas natural como lo es del petróleo (57 por ciento de sus importaciones). El 16 por ciento de las importaciones de gas natural de Estados Unidos proviene primordialmente de Canadá, pero en los próximos 10 años, según el Departamento de Energía, «consumirá 37 por ciento más de gas», alrededor de 31.2 billones de pies cúbicos.
La creciente demanda proviene de las plantas eléctricas estadunidenses, pero pronto la producción canadiense apenas alcanzará para su propio consumo, lo que significa que Estados Unidos se convertirá en un «importante importador de gas de regiones como el norte de Africa, Medio Oriente, la ex URSS y el Caribe, transportado en forma licuada en gigantes buques tanque». El toque financiero especulativo del gas licuado se lo dio recientemente Alan Greenspan, quien adelantó su incremento mayúsculo para los «próximos cinco años».
Bush podrá haber perdido su batalla para controlar el petróleo de Irak, pero en forma silenciosa ha obtenido varias victorias en el frente gasero, desde Libia, pasando por Indonesia, hasta Rusia, ya no se diga en Africa. En el súbito levantamiento de las sanciones a Libia tuvieron mucho que ver sus cuantiosas reservas de gas (que superan las de su petróleo).
Indonesia, el país islámico más poblado del planeta, es también el primer exportador global de gas licuado. Gracias a la nueva variedad de «terrorismo electoral» que se escenificó en fechas recientes en Yakarta, frente a la embajada australiana, en vísperas de importantes comicios en los países afectados por el atentado selectivo y electivo de los sabios geopolíticos de Al Qaeda, ganaron los escrutinios días después los aliados respectivos del presidente Bush.
En Indonesia, el general retirado Susilo Bambang Yudhoyono descolgó una holgada victoria, y en Australia el belicista John Howard arrancó un cuarto mandato consecutivo. Ambos resultados en Indonesia y Australia benefician la «guerra contra el terrorismo global» y la permanente «guerra preventiva» del bushismo unilateral.
Banerjee refiere que «en forma gradual las necesidades de gas han comenzado a diseñar la política exterior de Estados Unidos», por lo que Bush «ha presionado a Rusia para construir una planta de gas licuado en Murmansk, en asociación con una compañía estadunidense».
El programa de Energía y Desarrollo Sustentable (PESD, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Stanford estableció un «proyecto conjunto» de investigación con el Instituto de Política Pública James Baker III de la texana Universidad Rice sobre la «geopolítica del gas natural».
A finales de mayo pasado, en el contexto de la Conferencia Capstone, abordaron la «geopolítica del gas» con una temática variada que incluía la «gasificación del Cono Sur» y la cartelización del gas al estilo de la OPEP. En su «resumen ejecutivo» resalta una frase exquisita: «la entrega de gas desde las principales zonas de reservas como Rusia e Irán hacia los centros de la futura demanda requerirá una expansión mayor de las infraestructuras de transporte (sic) de gas intra-regional y transfronterizo (...) Nuestro objetivo es iluminar (sic) los desafíos políticos susceptibles de acompañar un desplazamiento (shift) hacia un mundo gascéntrico. Nuestra nueva investigación (sic) sobre el gas se centra en la gasificación (sic) de los dos países más poblados del mundo, China e India».
Siempre ha sido la tesis de mi columna Bajo la Lupa que detrás de la invasión a Irak se encontraba, entre sus factores multidimensionales, el «desplazamiento del petróleo al gas».
De acuerdo con las dos universidades, en 2001 los integrantes de la ex URSS contaban con las primeras reservas mundiales, con 56.14 billones de metros cúbicos, y el Medio Oriente con 55.91. Otras fuentes más actualizadas colocan a Rusia en forma específica con el primer lugar de reservas, con 36 por ciento, y en segundo lugar a Irán, con 16 por ciento; por cierto, el tercer lugar, Doha (Qatar), ya lo tiene ocupado Estados Unidos en forma previsora, como su centro regional de operaciones militares. Además, las dos universidades fueron tomadas desprevenidas por la reciente restatización (o si se quiere, «desprivatización») del gas y el petróleo en Rusia.
Todas la mejores intenciones de seudosustentabilidad ambientalista que enarbola la insigne Universidad Stanford son mancilladas con la presencia del texano bushiano James Baker III, uno de los jerarcas del Grupo Carlyle: poderoso conglomerado energético y de venta de armas que opera en la penumbra del poder del complejo militar-financiero-tecnomilitar de Estados Unidos.
En México, el representante del Grupo Carlyle es el cordobista-salinista-zedillista- Luis Téllez Kuenzler, quien en su calidad de secretario de Energía del zedillismo fue a engañar en forma canalla al ignaro Congreso de que el petróleo se desplomaría a 6 dólares el barril (¡vaya que «se equivocó»!).
La geopolítica que descubrieron las dos universidades estadunidenses, una californiana y la otra texana, en su «proyecto conjunto», epitomiza una vulgar globalización financiera del gas: «una conclusión mayor es que un cambio tiene lugar en la actualidad en el anterior mundo del gas, de mercados aislados, a un mundo global de un mercado interdependiente e internacional. Una serie de desarrollos -demanda creciente, avances tecnológicos, reducción de costos en la producción y en la entrega a los mercados del gas licuado, así como la liberalización (sic) del mercado- está estimulando la integración de los mercados de gas natural. Tales interconexiones (sic) del mercado tendrán amplias ramificaciones (sic) tanto para los principales consumidores como para los productores de gas».
La geopolítica del gas, menos contaminante y más barato (y, por lo visto, más silencioso), difiere a todas luces de la del petróleo. La guerra de Bush contra Afganistán en 2001 se libró con la tácita anuencia de Rusia bajo el establecimiento de un «codominio energético» basado en el gas, mientras la invasión ilegal de la dupla anglosajona a Irak en la primavera de 2003 exhibió la fractura de Estados Unidos con Rusia en el ámbito petrolero. Ahora, el empantanamiento de Estados Unidos en Irak y Afganistán parece haber desenterrado el «codominio energético» entre Rusia y Estados Unidos en el mundo gasero, respectivamente primer productor y primer consumidor a escala global.
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