Categóricamente: la decisión gubernamental de autorizar al MTC para que dé un nuevo permiso a LanPerú para continuar operando, es un adefesio con nombre propio y un desmán ocioso contra una autónoma decisión judicial. Las razones esgrimidas de interés público y monsergas parecidas, son pretextos mas o menos formales, típicos recursos desvergonzados de todas las burocracias. Aquí hay un favoritismo subalterno. ¡Así de simple!

¡Dura lex, sed lex! Dura es la ley, pero es la ley. El aforismo jurídico es imbatible. Y deberían respetarlo, desde el más humilde ciudadano de este país hasta los más encopetados patanes que creen que el circunstancial hecho de ocupar algún sillón les da poder omnímodo, ciencia infusa y -sin lugar a dudas- estupidez en cantidades industriales.

Lo dispuesto por el gobierno del presidente Toledo pone en manos del MTC un contrabando que socava nuestra débil democracia. Mañana o pasado, cualquier pataleta de las múltiples empresas que tienen poder en Perú, impulsará desmadres de cualquier otra naturaleza. Ya no llamarán la atención porque el mismo régimen metió la pata en este caso que tiene un solo beneficiado: Lan Chile.

Como no podía ser de otro modo, las represalias no se hacen esperar y el concierto infame movido por los intereses comerciales, sindica en el juez Eloy Zamalloa, todas sus iras y escupitajos. ¿Qué hizo Zamalloa?: ¡aplicar la ley porque sus indagaciones determinaron que Emilio Rodríguez Larraín era un vulgar testaferro de Lan Chile en Lan Perú y que eso contravenía expresas disposiciones. El señor ése, el mismo que se subía a todos los viajes presidenciales, aquél que estuvo metido en el lío de Canal 5, ése que es un marrullero de mil y un maniobras, dizque ahora se somete a cualquier escrutinio. Si así fuera, hace rato que debía estar -y con él varias decenas de otros sinverguenzas- tras las rejas.

Un dicho viejo dice en Perú que una cosa es con guitarra y otra con cajón. La guitarra la tocan los que tienen dinero y zamaquean a su regalado gusto cuanto hay de fijo o establecido en el país. El cajón está reservado para los más humildes, sólo para quienes no tienen otro recurso que la percusión -a veces por inercia- que baten sus miembros. A los primeros los juzga la historia -la que hacen ellos mismos-. A los segundos, los jueces, luego de haber sido esquilmados por policías, secretarios y -finalmente- malos jueces. ¡Es otra forma de racismo! ¡Y de los más repugnantes!

Si no hay dignidad siquiera para respetar los fallos judiciales y es el gobierno el que moviliza su violación, entonces, el asunto va por un seguro mal camino. Es como morderse la cola o girar unidireccionalmente como los trompos. Ambos caminos conducen al despeñadero. ¡O a la cárcel! Y ciertamente: ¡al fusilamiento moral que les otorgará, para siempre, el pueblo peruano!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!