Johanna Calle , efluvios (fragmento), 2000-2004

La literatura clásica colonialista discutiría con fruición si los amerindios eran o no hombres, algo semejante se hizo a propósito de los africanos. Estábamos ante una historia que había nacido en el desparpajo, en la arena sinuosa. A partir de allí cobraba sentido la necesidad epistemológica y hermenéutica de definir y establecer una nueva lectura, estábamos ante una realidad compleja, y dentro de registros y códigos de saberes que habían sido dejados de lado. La historia era algo más que la interpretación occidental que declaraba la unicidad del conocimiento humano.

La historia nacía como homosemantema, el mestizaje habría de definir los vértices de la cultura nacional. La antropología declinaba la antigua aspiración cientista con que el discurso europeo pretendía definir lo diferente. América era una cultura de la desolación, de lo precario, Venezuela, en lo específico, había lamido el polvo de la derrota. Desde 1553 -fecha en la cual el Negro Miguel del Barrio inicia la rebelión de Buría y la resistencia ante el poder español- todo lo no Occidental había sido arrasado, el alma europea había decantado como atrasadas todas aquellas manifestaciones que no se le pareciesen, allí estaban dos mundos haciendo historia, uno irreconocible, renegado, y el otro victorioso. El esfuerzo no sólo parecía histórico concreto, sino imaginario, las ideas bárbaras debían ser barridas, civilizada el alma americana bastaba eliminar las aristas de lo diferente.

América nace parda, mestiza, capaz de conformarse así misma, pero también presenta la furia de una cultura y de un racismo que tratará de desdibujarla, de desaparecerla de la faz de la tierra. Las luchas no serían sólo en lo militar, sino en lo ideológico. Las nociones de tiempo, de espacio, de dioses, de adoración se hicieron diferentes. Nadie quiso adorar lo occidental, pero muchos hicieron el esfuerzo por parecérsele, había nacido un híbrido, estábamos ante la fogosidad de una historia, que la historiografía tradicional desfiguraría. Desde el evolucionismo, pasando por el marxismo, el funcionalismo, el estructuralismo etc., el texto antropológico rehace cómplice un paradigma de lectura.

El paradigma de la cultura ha obviado que la historia de estos pueblos ha sido sufragada en base a esclavitud, a tráfico de indígenas.
La antropología sucumbirá al ideal de ciencia de Occidente y se desarrollará como una ciencia monográfica, baste tan sólo recordar la Escuela Británica. El interés era sólo clasificar, hacer accesible la cultura extraña, no había historia sino la que el colonizador señalara como cierta, y en ese espacio anhelante de América se iba a imponer el olvido. Se olvidó la tolerancia, la diferencia, el diálogo entre iguales. América no había sido otra cosa desde sus orígenes sino violencia, dilación, desesperanza. La riqueza cultural se defenestró por varias vías, una la del saber universitario presentido y seducido cada vez más por Occidente, y por otro lado la conducta del dominado, inconforme con sus haberes, por eso desde ese punto de nostalgias se le impondrá lo foráneo.

América subyuga, castra, envilece y cierne lo más preciado de que es propietaria, su cultura. Desde el presupuesto teórico de tierra arrasada irá quedando lo no reconocido. La civilidad se impone -desde adentro- en un esfuerzo de dominar mediante la cultura nuestra naturaleza, seguíamos trabajando con un discurso que nos segregaba desde lo más recóndito de nuestras entrañas. La muerte, el asalto, el exterminio sistemático dieron al traste con las poblaciones indígenas, desde allí el perdón se ha vuelto casi una sustancia imposible, el suelo se tiñó de sangre, de alaridos, sólo el retruécano de oraciones mal hechas podrían olvidar la desolación, la orfandad y la muerte que circundaron a América.

Nosotros somos frutos del olvido y de la desolación, acá se barbarizaron las lenguas aborígenes, se erradicaron del habla y de las neuronas los códigos de lo africano. Se había escrito un largo epitafio, desde Tierra de Fuego hasta Alaska al colonizador sólo parecía interesarle la tierra más no los hombres, por eso el crimen no habría de alarmar, la violación pasó por ser un acto cotidiano. La historia en términos de Jacques Poulain es el altar de las cosas que parecen imposibles, desde allí que se unificaría el discurso, uno solo habría de ser, el esfuerzo por retener lo propio pasó a ser confundido con barbarie, con primitivismo, con inexistencia; la soledad no llenó las heridas, habríamos de dormir sobre el dolor de la expulsión de lo propio y la apropiación de lo ajeno, éramos una mala copia de una sustancia platónica, sin esqueleto, invertebrada que había dejado el escándalo para sufragarse en las lágrimas de siempre.

El europeo se batió en estas tierras en la promesa de que un día no lejano regresaría a su paraíso a disfrutar de los placeres que concede el dinero y el poder, la geografía los barbarizó, las tinieblas y la boca de los cañones montañosos los inmergieron en el desacierto de buscar días y lunas que no existían, allí en esas tierras -donde su Dios no escuchaba el traquetear de sus arcabuces- cometieron crímenes, despoblaron, diezmaron poblaciones, la medida de aquello fueron sus ambiciones y la realización la esquizofrenia del poder.

Michael Foucault lo ha denominado poder-saber, la escuela y el psiquiátrico son la heredad de la dominación, lo diferente, lo confuso que surge en la palabra ha sido suprimido, sólo es conveniente el mundo de lo que se conoce. La historia ha apostado a la idea de normalidad, de equilibrio, todo aquello que irrumpió, que disintió, fue considerado como patológico, allí han estado siempre las armas de la medicina, del hospital psiquiátrico, de la escuela ejemplarizante y rígida para punir y controlar a tiempo cualquier acto desproporcionado.

La cultura fue convertida en un saco de gatos, en un almacigo de espectáculos sin coherencia y en el olvido más pertinaz, el país no ha sido capaz de crear una industria cultural de lo diferente, de desarrollar ese aullido de lobo y creaciones bisoñas que nacen en los barrios, en las parroquias, en los pueblos, ese espacio se le ha cedido a la televisión comercial, cuya labor nefasta ha sido crear veinticuatro millones de alienados, de masticadores de chiclets, de salvajes opiniátricos que no tienen comprensión de que el bienestar de lo público es el suyo.

La carne del joven lleva allí consigo el epitafio de la ramplonería que le instalaron en su epidermis las maquinitas de tatuar. Las referencias son la industria de la chatarra, no las grandes obras de lo internacional, hoy se baila como Shakira moviendo unas caderas proporcionadas al bostezo de los bisturís, traseros confeccionados dentro del malabarismo de la pornografía, pero más allá de esa panoplia, de esos resabios manidos porque no son sensualidad por lo mal presentados, por lo intrascendente del producto, subsiste un alma de lo exótico, de lo incandescente, de lo bien proporcionado, de la sensualidad y del placer a lo que no se le ha concedido el peso suficiente, allí está el erotismo del teatro popular, de la literatura tanto de la popular como de la formal, convocando excelentes jornadas al gusto exquisito, diferentes por supuesto a esa televisión de alcantarilla que son los medios audiovisuales que confunden libertad de expresión con bodrios, con mal gusto, con falta de sensibilidad, y con amarillismo.

Los periodistas han perdido la sindéresis, han olvidado los criterios de objetividad, siempre están en afán propagandístico ofreciendo información sin confirmar, cargada, convocante a la desobediencia y a la sangre, no escapan estos personajes a la opera bufa al confundir la conciencia colectiva, al declararse en guerra contra una democracia que ellos mismos pregonan, pero que a diferencia de la suya no se ciñe a sus principios, ese cuadro crea en la opinión pública el malestar, el miedo, el desaliento, la depresión, y un discurso más cerca de las pamplinadas que de la coherencia académica.

Muerte y orfandad

La rebelión, la insurrección y el motín constituyeron para la España de la colonización motivo suficiente para el exterminio legal o pasional, quien desobedeciera debía morir, el colonizador no hacía sino evangelizar y volver racionales a unos seres que no habían sido tocados por dicha excelencia. La conquista y colonización del Occidente de Venezuela nos presenta un complejo cuadro de violencia, la resistencia indígena fue infinita, allí quedaron extenuados y desaparecerían lenguas como la jirahara, el pueblo caquetío también sufriría el genocidio, así como también la sangre de hombres irreductibles como El Negro Miguel quedaría esparcida por los caminos. La violencia es de vieja data en nuestras tierras, las expediciones llegaron al territorio de la Capitanía General de Venezuela para civilizar, para fundar pueblos y no dejaron piedra sobre piedra.

América estaba comprometida a mantener avante la economía española, no debía importar el sacrificio, la conquista y la colonización habían sido empresas de sangre, en esas lides hacían causa común la espada con la religión, España no podía legarnos sino su latrocinio, las otras tesis no son sino simples fantasmagorías, aquí no vino la flor y nata de una metrópolis en crisis, después el entusiasmo del oro y la leyenda del Dorado deslizarían hasta nosotros unos cuantos letrados.

No caracterizó para nada el espíritu español de la época el refinamiento. A América se venía a hacer fortuna y ésta no llegaba de la probidad, por obra y gracia del espíritu Santo, sino del tráfico de negros, del contrabando humano, de la rapiña de metales preciosos, de la muerte y del exterminio sistemático de pueblos. Acá no sólo se liquidaron vidas, sino que se tasajeo el acerbo cultural de unos pueblos que consideraron inferiores.

La pedagogía era el exterminio, el racismo y la muerte. Desde Diego de Losada hasta Juan de Villegas no se expresa otra cosa que una voluntad de dominio, y la convicción de que América era un negocio. Las taras del colonialismo habrían de extenderse largo tiempo. Venezuela hasta bien entrado el siglo XX estaba conformada por pueblos incomunicados, rurales, de una modernidad insuficiente.

Las cosas no podían resolverse de otra forma sino como se había realizado hasta ahora, a plomo limpio. Venezuela siguió siendo un pueblo donde existían regiones aisladas, sin la menor señal del progreso. Acá se esperó en una especie de ritual de décadas que muriera Gómez para alcanzar la civilidad, las máculas del pasado parecen cernirse sobre nosotros, la lengua, la semántica son una especie de esquinas del miedo donde los hombres padecen el ostracismo, no hemos sido beneficiados del encanto de Dios, posiblemente por el hecho que somos engendros de distintos dioses.

En nosotros convergen no sólo un proceso de identidad cultural en donde los dioses se alcahuetean, sino un destino, si nos revisáramos tendríamos que expulsar -en el afán de ser auténticamente hijos del amo- a esa pléyade de entidades que nos pueblan, pero nadie podría hacerlo puesto que la identidad es una forma de vida, una percepción. La magia se ha apoderado de nosotros, somos lo fantasmal.

Posiblemente por no haber existido en el pasado sino como un centro de comercio se nos pretende reducir a una factoría petrolera. Esa matriz de pensamiento diseñó ciudades con grandes rascacielos que barrieron la naturaleza y la sustituyeron por una mueca diabólica que fue asemejándose de más en más al cine de ficción. El petróleo trajo como cultura: el perro caliente, el chiclet, los Quic, los McDonalds, Arturo’s, Papa Jhon’s, Pizza Hut, etc., se impuso la cultura de la frivolidad. La industria cultural había creado sus íconos.

Desde la primera y segunda Guerra Mundial con sus ídolos de cine se impuso la fuerza de los medios. Las guerras tenían en los medios sus santones. Los soldados norteamericanos deliraron con Marilyn Monroe. En la música, Serenata a la luz de la luna con Miller señaló un ítems, se había creado un lenguaje para exorcizar el mal, sólo que después los medios de comunicación fueron olvidando paso a paso la noble tarea que les tocaba: educar en positivo y fueron sembrando una pedagogía del dominio, una cultura del espectáculo, se vendieron presidentes como cepillos de dientes, la publicidad era solo eso fantasmagoría, la confianza fue desapareciendo hasta llegar a ser un bestiario de incongruencias, de políticas epilépticas en donde las alcaldías tienen el tupé en Venezuela de vacunar, de dirigir la policía y de administrar funciones de Estado.

Venezuela es un paraíso de desorden, de golpismo, de incongruencias, por todos lados se conspira sin la menor vergüenza. El Gobierno ha dado una lección de Estado, a cada sátira, a cada desobediencia, a cada iniquidad el Gobierno ha presentado como respuesta el poder del soberano, dos culturas están opuestas la mediática y la real, si vemos el televisor posiblemente después de cinco minutos saldremos de allí bajo la dosis del espanto, los males seculares de un país en crisis son atribuidos al gobierno, de ese pandemonium es imposible escapar sin entonar una carmañola tropical, sólo serán los hechos quienes impondrán su veredicto.

América, ni Venezuela han sido modelos de equidad, tomase un ejemplo, la empresa americana de colonización no le dio luz verde a los judíos, a los protestantes, a lo moros y a los nuevos convertidos, no podía esperarse más de una España inmersa en el oscurantismo, aquí se vino a saquear, a dominar y no a democratizar, no lo podía realizar un imperio atrasado que desaprovechó la gran oportunidad de desarrollar sus industrias al expulsar a los moros de Andalucía. Religión y monarquía marcharon al unísono, jamás existió un modelo de sociedad libre en América, menos en Venezuela, capitaneada por los viejos prejuicios seculares de los mantuanos, aquí todo era peligroso, estábamos ante una sociedad y una atmósfera opresiva.

América había sido una creación del imaginario español, a partir de allí se demonizó a los indígenas, sus formas culturales se fueron haciendo espectrales, cercanas al mal. En el tiempo nos hemos convertido en los albaceas de la catástrofe, los símbolos de la colonización del oprobio no se pueden seguir cargando con la cerviz doblada, ello implica asumir el riesgo de la fundación, podríamos decir ludificor ergo sum, es necesario ser víctimas de nuestra propia conciencia, de nuestras lecturas, se trata de refundar un mundo.
De ese pandemonium de un país que ha caído en los sótanos a pesar de su petróleo solo nos queda preguntarnos dónde están los banqueros prófugos del presidente Caldera, la amante de Lusinchi, las chifladuras de Carlos Andrés Pérez.

Está planteada una cultura de la sinceridad, de la ética sí es que alguna vez algunos periodistas la aprendieron en los manuales que la Universidad les suministró. La primera pregunta sería, quiénes crearon este cascaron vacío que es el país, a quiénes correspondieron los crímenes de Jorge Rodríguez y las masacres de Cantaura por sólo mencionar algunas, hoy día el espanto no tiene nombre, si se trata de adversar al gobierno por el simple hecho de que no me dieron tal o cual cargo, bien, cada quien está en su derecho, pero les pediríamos que reediten el viejo género del diario confesional de Stendal, a pesar de la pudibundez, hay que sincerarse y no seguir conservando la antigua moral castiza en estos chaparrales, yo soy esto o aquello, pero lo insostenible es esa imagen de arcángeles que le luce chatas a quienes han usufructuado los proventos del Estado.

En el momento actual nadie es inocente, se impone la tesis habermasiana de la responsabilidad, se está construyendo el futuro y de eso somos responsables, no hay maneras, es necesario edificar una cultura una y múltiple (Efrain Hurtado), lo suficientemente laxa para que todos quepamos. Afortunadamente el pueblo ha respondido, antiguos ritos y religiones han insurgido y lo han realizado sin problemas, porque a pesar de la idea tecnicista que trataron de vendernos esos filósofos trasnochados de la derecha, aquí hemos comprendido desde hace tiempo que el principio sólido es la convivencia, se está defendiendo el futuro, nadie podrá desarrollarnos sino nosotros mismos.

La literatura, el arte, la novela, las artes musicales son productos -y así debe reafirmarse- de nuestros creadores, todo esto en síntesis con lo foráneo, pues la cultura no es propiedad de nadie, los pueblos la tienen en su interior, en sus tuétanos. El estructuralismo rescató la idea nada despreciable del mito, del inconsciente colectivo, desde allí en una síntesis estructural entre Jung y la antropología se definió un camino que debía reivindicar al hombre, a los pueblos, pues han sido como lo dijo Frank Fanon los grandes condenados de la tierra.

Bibliografía

 Agudo Freites, Raúl. Miguel de Buría. Alfadil Ediciones, Caracas. 1991
 Fanon, Frantz. Dialéctica de la liberación. Edit. Cienfuegos, Uruguay. 1971
 Straka, Tomás. La voz de los vencidos. Ediciones de la CEPFHE, Caracas. 2000
 Marina, José. Crónicas de la ultramodernidad. Edit. Anagrama, Barcelona. 2000
 Foucault, Michel. La arqueología del saber. Siglo Veintiuno Editores, Barcelona. 1999