Si se hubiese castigado al parlamentario Alfredo González con 120 días de suspensión, ¿se ganaba algo? Su continente matonesco, palurdo, bocatán sin medias tintas, permanece intocable, insolente, más allá de cualquier sanción sea que fueran los efectivos 60 y no los 120 que han generado una de las polémicas más idiotas de que se tenga memoria. Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando, dice el adagio castellano. Y el plazo de tiempo de pena, es la misma cosa.

Por alguna razón curiosa, los legiferantes empiezan a darse cuenta que el Congreso goza del odio ciudadano casi sin rubor y en porcentajes más arriba del 90%. ¿Qué puede haber ocurrido como para que esta realidad sea innegable, desastrosa y típica de los Parlamentos de los últimos 15 años? ¡Su profunda mediocridad y concepción parroquiana de chacra particular de los representantes!

Recuérdese el Parlamento fujimorista. Integrado en su mayoría por improvisados que llegaron por el voto que un porcentaje ciudadano entregó al delincuente japonés Kenya Fujimori, hicieron de todo por mantenerse en la curul, promoviendo negocios de múltiple calibre, impulsando perdones y amnistías y regalando amplias porciones del país vía el silencio cómplice ante tantas y tantas concesiones y privatizaciones hechizas.

Después advino el Congreso que tuvo una oposición sentada y cobradora que bramaba contra el fraude del comicio presidencial pero que se callaba convenientemente cuanto se refería a su propia elección. Hasta hoy no se ha examinado del todo cuanto ocurrió por aquellos días que culminaron en la fuga cobarde de Fujimori y con Valentín Paniagua como presidente del país.

Lo cierto es que esos Congresos arrastrados por las coyunturas, faltos de imaginación, ricos en mediocres y logreros, delincuentes y miserables que hicieron de la cosa pública chacra y potrero, constituyeron hitos que terminaron de traer por los suelos cualquier referencia al Parlamento.

Con excepciones meritorias pero con promedios menores a los normales este Congreso es tan malo como cualquiera de los fujimoristas. Hoy se discute si 60 ó 120 días eran los indicados para sancionar a González. Y ese individuo volverá a las andadas en o fuera del Parlamento. De repente la formalidad del castigo llena el requisito, pero en ningún caso el tema de fondo es el lapso. Hay redomados a quienes ni la cadena perpetua haría cambiar en sus inconductas. Como este caso del dirigente deportivo cuyo discurso es el cabezazo y el dicterio prontísimo.

Se estima que con la reposición del Senado o cámara de reflexión, la estulticia ambiente trocaría en algo más meditado. Tengo serias dudas sobre el particular porque para ello habría que encontrar a gente que piense o reflexione. Sólo hay, en estos días del Señor, grita y montonera en cantidades industriales. Nada más.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!