Apareció en Correo un intercambio de cartas entre la esposa del excandidato a la alcaldía Juan Carlos Hurtado Miller y Rosa María Palacios. Hay hechos que merecen una aclaración pública sin perjuicio de algunas deducciones o preguntas que pueden hacerse libremente. Aquí parece que alguien o algunos -dicen ellos- no sabían nada de la procedencia de los fondos que servían para pagar sus servicios.

¿Era imposible imaginar, estando en las inmediaciones de lo que entonces era el poder, de dónde salían los fondos que manejaba Montesinos? ¿A qué se dedicaba el excapitán? De algo sí estoy seguro: no leía la biblia ni prefiguraba qué milagros podía llevar a cabo con buena fe. Primero, porque carecía de ésta. Y segundo, porque Montesinos fue, es y seguirá siendo un vulgar ratero con gran inteligencia para juntar a sus cómplices o para hacer circular los fondos que repartía.

El negocio, tejido de mil y un tramas, que impulsaba Vladimiro, era de finísima urdimbre. Giros, esguinces, orientaciones diversas, pero con un propósito inconfundible y perverso: mantener su poder delincuencial sobre todos los que recibían de primera, segunda, tercera o cuarta mano, su dinero. Que, al final, era dinero mal obtenido o robado al pueblo peruano.

Ahora todos protestan porque no “sabían” el grado de corrupción que hubo. Pero, si hay algo que saben -y no pueden negar- los que venden toda clase de servicios aunque sea cohonestados o maquillados en mil estudios de campo, es de qué se trata en el fondo. Contrario sensu, hay que presumir que quienes se metieron a un tema tan ríspido, son estúpidos congénitos o débiles mentales. Lo peor sería que ellos pretendieran creer que el resto de peruanos también son o tarados o minusválidos.

Así ocurre casi siempre. A la hora de los loros, como se dice popularmente en Perú, todos procuran limpiar el frontis so pretextos mil y bajo la caparazón de muy manidos pretextos. Hay un hecho incontrovertible: cualquier dinero que usara Montesinos o sus validos, era sucio de toda suciedad, corrupto per se, y maloliente. No hay ninguna posibilidad de imaginar nada en contrario. Y quienes cayeron en esa vorágine o lodazal pueden decir cuanto se les venga en gana, pero cobraron y eso, por lo menos, les hace un flaco favor porque fueron cómplices. En primer, tercer, cuarto o quincuagésimo grado, importa poco, estuvieron en el festival y eso es imborrable.

En el Perú se fabrican prestigios y se destruyen honras. Somos un país de juguete con Catones de alquiler y Atilas nacidos para matar físicamente o también con campañas muy bien armadas a favor de los grupos o pandillas que están vigentes. Quienes no participan de estos embrollos son o desempleados o simplemente ignorados. El eterno juego de patotas permanece impertérrito y se los disfraza de principios, se les otorga lauros intelectuales que no poseen y ¡para colmo de males! también se les obsequia con el título de referentes morales que no podrían ostentar porque lo que nace del charco no puede ser límpido.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!