El final del día era como otro cualquiera. Como todas las noches en la parte alta de Ciudad Bolívar, el viento la enfriaba pero en esta ocasión el viento era suave, haciéndola placentera. Las estrellas que se avistan desde este sector de Bogotá, 2.700 metros más cerca de las estrellas, invitaban a distraerse, a caminar con la novia o los amigos, a buscar una rumba. Para Yonatan Jiménez Cadena, Ancisar Castro Turriago y José Francisco no era diferente. En fin, era sábado, fin de semana y no había que desaprovechar el derecho a un rato para compartir y descansar luego de otra semana de duro rebusque y de estudio.

Aunque en varias ocasiones habían escuchado de masacres en distintos sitios de Ciudad Bolívar, de manera muy común al frente de su barrio, en Cazuca, nunca creyeron que a ellos también les afectaría. Lo noche era joven y estaba fresca. No había que temer. Apenas avanzaba el reloj por las siete y treinta minutos.

Por sus mentes despreocupadas no tenía por qué cruzar la idea de personas que desean desestabilizar el gobierno de Lucho Garzón y que los hechos de violencia les sirve para sustentar una supuesta ingobernabilidad de la ciudad. Tampoco tenían por que relacionar, a sus escasos diecisiete años, el rumor de días atrás, el del violador suelto al asecho de una oportunidad, con su cara rayada y un metro setenta de altura, ¿ambientación de una acción armada? Aunque habitando Ciudad Bolívar desde niños, escuchando desde siempre la justificación de que este es territorio de pandillas, y sabiendo que en diversas ocasiones los de la moto hacen su recorrido de la muerte, ¿qué iba a pasar por esas mentes gozonas que el sábado 16 de octubre sería la fecha seleccionada para que volvieran, esta vez dos encapuchados, con guantes blancos, a disparar a quien se moviera?

Pero así fue. Sin despuntar en su mayoría de edad, estos tres jóvenes, desprevenidos, alegres, fueron sorprendidos caminando en busca de la novia por el sector de Arborizadora Alta. Cada uno recibió en su cabeza múltiples impactos de bala, disparados con total precisión, por aquellos que creen que con este tipo de crímenes controlan la delincuencia y el mal en la ciudad.

Sube la voz

Aunque todos los impactos eran de muerte, del piso los recogieron vivos. Mientras un automóvil se dirigía raudo al hospital del Tunal, por el barrio subía la voz de rabia y de denuncia: ¡mataron a tres jóvenes!

Ese mismo sábado, en el hospital, murió Yonatan Jiménez Cadena. La humanidad de Ancisar Castro tampoco resiste y el domingo expira. Sobre el lecho, debatiéndose con la muerte, José Francisco, con sus escasos 16 años, resiste.

Luego han circulado versiones que ese mismo sábado fueron asesinados otros jóvenes en Caracolí y Cazucá. Aunque no se saben los nombres, casi no importa. Son tan continuas las masacres y tantos los muertos que podemos sentir que cada fin de semana asesinan a nuestros vecinos a nuestros amigos. También podemos decir que sus nombres podría ser Jaime, Arturo, Luis, Esteban, Oscar, en fin, cualquiera, da lo mismo, es un vecino.

Los seleccionados para lo que en toda la ciudad se conoce como "limpieza social" una y otra vez son jóvenes, muchas veces adictos, otras en proceso de desintoxicación. Hombres y mujeres en proceso de descubrir la vida. Nacidos en circunstancias de injusticia social. Negados para el triunfo. Formados en el olvido y el dolor. Pero así y todo, nuestros jóvenes, todos los cuales buscan y merecen la felicidad.

Ellos, los jóvenes, saben que sólo haciendo una cadena humana entre todos, que sólo uniéndose con sus vecinos de más acá y más allá, se podrá impedir que el temor los encierre impidiéndoles gozar la vida.