Si realizamos una mirada histórica general, podemos detallar que la cárcel aparece como un elemento expresivo del castigo y la sanción, que se proyecta y tiene que ver con la arquitectura. Ha sido un signo espacial de condena y escarmiento. Es importante señalar que el castigo cumplió primero un sometimiento al cuerpo, tan remoto como lo registra el antiguo código Hamurabi que sanciona "si un ladrón roba se le amputará una mano" o "si alguien en una riña le causa la perdida del ojo al otro, debe hacerse lo mismo". De ahí viene el viejo refrán "ojo por ojo y diente por diente".

En algunos lugares se crearon instrumentos de martirio para escarmentar a quien infringía una norma (religiosa, política, etc.) y afectaba el sentimiento colectivo. Entre los siglos XIII y XVI se aplicaba como pena una sanción moral, se colocaba en público al condenado o se le hacia vestir de una forma particular para que todos lo identificaran. También Marx señala el castigo que recibían personas acusadas de mendigar con la marcación sobre sus cuerpos al hierro incandescente.

Luego el castigo fue aplicado al espíritu en el encierro, tal como lo señala Michael Foucault en su obra "Vigilar y Castigar". Este autor creó la primera figura de observatorio para la investigación en las cárceles. El individuo es aislado de la sociedad para un proceso de "resocialización" como si se pudiera borrar o imponer una nueva socialización a la que ya vivió el sujeto.

Cárcel y ciudad en los Estados Unidos

En los Estados Unidos, cada año el presupuesto destinado para construir centros penitenciarios hace que disminuyan los recursos destinados para la educación superior. Y sin embargo el problema de hacinamiento en las cárceles se mantiene. Esto llevó a la aplicación de medidas fuertes para sancionar a pequeños infractores y de paso fortalecer la psicosis norteamericana por la seguridad.

Es el caso de la ciudad de Los Ángeles, la cual tiene pequeñas esferas de vigilancia especial, conocidos con el nombre de barrios de control en una política de Lucha y prevención contra el terrorismo callejero. Son sitios localizados a través de estadísticas, donde habitan la mayoría de las personas que cometen delitos comunes. Ya no se trata de castigar ni controlar ni acabar el delito, ahora se trata de localizarlo y criminalizar las conductas que posiblemente puedan propiciarlo. Por la estigmatización, los barrios de gente de color y de procedencia latina son señalados como habitados por potenciales delincuentes.

Por otro lado, existen esferas súper protegidas para la recreación y turismo o para uso residencial para las clases dominantes. Así se garantiza exclusivamente la seguridad a quienes gastan el dinero divirtiéndose. Davis señala cómo este modelo le imprime un aire muy particular al ambiente. Cada día es más difícil diferenciar la escuela de la cárcel.

Al parecer, este modelo urbano y penitenciario se implantará en otras ciudades del mundo. Nuestro país no está lejano de esa posibilidad. En un conversatorio organizado por el mensuario Le monde Diplomatique edición Colombia, el veinte de agosto de 2003 con motivo del décimo aniversario del Código Penitenciario, se analizó la influencia de las empresas norteamericanas de seguridad carcelaria en el modelo colombiano. Pero también es posible pensar la influencia de este modelo en la planeación de las ciudades a futuro.

Según Foucault el encierro ya no crea necesariamente cicatriz en el cuerpo como se hacia antes sino en el espíritu. Y quizá desde una visión futurista literaria la ciudad sea en un futuro nada lejano nuestra propia cárcel.