En el mismo acto en que decidieron que el presidente de la República será Tabaré Vázquez, más del 60 por ciento de los uruguayos respaldaron la reforma constitucional que sostiene que el agua es un derecho humano y que su gestión debe ser pública, participativa y sustentable.
Esta jornada extraordinaria se puso fin a un estado de cosas que parecía adherido, sin alternativas, a los huesos del país, y se abrió un gran portal hacia otro Uruguay, capaz de dar paso a nuevas fuerzas sociales y a otros cambios.

Pocas veces la dialéctica desnuda tanto el momento del cambio donde se mezclan fin y comienzo. Y en la calle se festeja, con legítimo derecho, tanto el comienzo de una etapa de esperanza como el fin de una era desdichada.

El Frente que hoy triunfó en las elecciones no es una alianza electoral de última hora. Es la experiencia de unidad política más duradera de América Latina. Basado en el principio de "disenso en unidad" albergó a comunistas y cristianos, captó rebeldes de todos los partidos, fue perseguido y dispersado durante la dictadura, resistió desgajamientos, asimiló ingresos, reagrupamientos y reingresos.

Antes, en la prehistoria política de este Frente, la izquierda uruguaya ya entendía la unidad y la autonomía como principios. En 1910 la izquierda, representada entonces por el Partido Socialista y el Partido Liberal, después de mucho deliberar resolvieron unificarse electoralmente para pelear un segundo diputado en las elecciones de ese año. Obtuvieron 902 votos en Montevideo y ocho votos en Soriano.
¿Qué tienen en común aquella izquierda de los 910 votos y ésta de 1.200.000 votos? Algo muy importante: la defensa de la independencia de la izquierda "frente a los partidos burgueses", como afirmaba entonces el líder socialista Emilio Frugoni.

Los programas de las izquierdas latinoamericanas no han cambiado sólo por desdibujamiento de las ideas fundadoras. Casi todas pasaron por el rallador de las dictaduras y volvieron a levantarse sobre sus patas temblorosas para redefinirse y redefinir sus tareas centrales. Porque ni en 1910 ni en 1970, al menos en Uruguay, se morían los niños de desnutrición o atiborrados de plomo en la sangre, ni se diferenciaban los ricos de los pobres por su aspecto físico, ni había miles de personas sin capacidad de expresar su pensamiento en forma inteligible, ni reventaban las cárceles de superpoblación. No se habían desmantelado las protecciones laborales, sociales ni las instituciones comunes. El lenguaje y el imaginario carecían de la figura del desaparecido. No se había obligado al torturado a convivir con el torturador. No se había delegado la soberanía nacional para mantener la custodia del patrimonio multinacional. No se había hecho necesario defender con uñas y dientes el bosque y el agua. No se había impuesto una reforma educativa para liberar a las personas del peligroso oficio de pensar. No se había venido abajo el socialismo real junto con muchas certezas.

Entonces, esta izquierda que hoy triunfa en las elecciones uruguayas es aquella que completó el peregrinaje por casi todos esos cambios y se mantuvo unida en el disenso, en la crisis, revisión y recomposición de cada una de las partes que la conforman. En este último tramo, como prueba de madurez, la coalición de izquierda se mantuvo unida ante el asedio de la derecha que coqueteaba con Astori y aterrorizaba con Mujica: ambos fueron respaldados y protegidos por el conjunto.

La fiesta nacional que celebró el resultado electoral brilló con la participación de los jóvenes y de quienes vinieron de los más diversos rincones del mundo. Y para ganar, el Frente que nació montevideano, tuvo que convencer a la gente del interior del país, los nuevos rebeldes decisorios en el cambio. Viejos, jóvenes y viajeros de ambos géneros, mixtura que no se vio reflejada en las listas de votación ni en el estrado del cierre de campaña. En la representación de las mujeres todo indica un retroceso en filas izquierdistas. Ese problema, como el de la "desmontevideanización" de la política, y como tantos otros, no dependerá en exclusiva del nuevo presidente ni del nuevo Ejecutivo sino de la capacidad de todos y de todas para organizar el actual entusiasmo en propuestas y en trabajo. O, respecto a la impunidad, camino libre a la justicia.

Muy pocos presidentes en el mundo -Hugo Chávez es uno de ellos, François Mitterrand en su primera presidencia, otro- han recibido un respaldo tan grande como el que acaba de recibir Tabaré Vázquez. Ese patrimonio debería hacer la diferencia en el gobierno, puesto que la misma gente que respalda es la que exige y controla. Y es la que colabora en la concreción de los proyectos. Blancos y colorados tendrán que reconocer el cambio y entonces, hoy en el traspaso de gobierno y mañana en la oposición, demostrar su calidad de demócratas desde el llano.

En los festejos de estos días hubo muchas banderas. Banderas de seda, nuevecitas y brillantes, banderas arrugadas y manchadas de muchas campañas, banderas de papel, de plástico, pintadas en la piel y en las paredes. Y, como en este triunfo de la izquierda colaboraron los que están y los que no están, vaya en nombre de estos últimos la mención de una bandera especial: la clandestina. La que se inventaba cada vez con un jabón blanco, una jabonera roja, una toalla azul o con una chinela roja, un peine azul y un pañuelo blanco, y se colocaba en los resquicios de las ventanas tapiadas de la cárcel.

Por unos días Montevideo fue como podría empezar a ser. Porque volvieron los que están lejos y brilló esa luz en los ojos que brilla cuando hay confianza en el futuro.

Brecha/alia2