La razón central por la cual Tabaré Vázquez, toda la izquierda, ganó las elecciones en el día de ayer es porque tuvieron una clara y bien definida línea política, la desarrollaron con inteligencia a lo largo de estos cinco años y su campaña electoral fue en todos los aspectos la continuidad de esa línea política. No será una gran novedad, una genialidad en estas épocas donde todo es mediático e inmediato, pero lo que triunfó fue la estrategia frente a la improvisación, la política frente a la superficialidad, la navegación frente a la topografía.
Un crecimiento de esta magnitud para la izquierda, luego de un terremoto social y político como el que vivió Uruguay, un país con sus características y su sistema de partidos, no se logra sólo ni principalmente con una buena campaña electoral.

Se comenzó a ganar cuando se hizo el balance crítico de las elecciones de 1999 y se trazó una estrategia con un objetivo claro y muy bien definido: ganar las elecciones presidenciales en 2004. No un nuevo crecimiento, un nuevo paso en la aproximación, sino la construcción de la base política y social del cambio.

El proceso primero de acercamiento y luego de unidad con el Nuevo Espacio que culminó con la formación de la Nueva Mayoría no fue sólo una alianza más, fue la creación de un único polo del cambio.
La crisis de 2002 y 2003 fue una prueba extremadamente exigente. En la vorágine la izquierda podía haber perdido el capital acumulado en muchas décadas, devorado por el rechazo genérico a la política y los políticos. El progresismo logró el adecuado equilibrio entre la lealtad institucional, la responsabilidad ante las situaciones más comprometidas, y una clara oposición. No fue un equilibrio fácil.

El impulso y la participación en una alianza social y política como alternativa al modelo que se derrumbaba, con un discurso y una actitud de propuesta y de mutuo conocimiento con amplios sectores de la producción del campo y de la ciudad, no sólo ayudaron a encauzar la protesta, la bronca creciente por carriles institucionales y democráticos, sino que fue decisivo para ampliar la base de los cambios.
La izquierda ganó cuando en medio de la caldera del diablo de la crisis no se tentó con atajos e incluso con convocatorias aparentemente "radicales", para voltear el gobierno, precipitando el país en el "que se vayan todos", sino que tuvo claro su objetivo estratégico y no perdió el rumbo. Y las tentaciones eran realmente muchas. Y no sólo desde filas "radicales".

Y siguió actualizando su programa y sus ideas. En medio de la gravedad de la crisis, de su impacto devastador en la sociedad, los empujes hacia una radicalización eran muy grandes. Incluso oscuras fuerzas, aparentemente desconocidas, que ni el Ministerio del Interior ni agudos periodistas lograron individualizar, hicieron lo posible por llevarnos al saqueo y al desorden. ¿Quiénes habrán sido las misteriosas columnas que marchaban sobre Montevideo y que anunciaba la propia Policía? ¿Nos quedaremos siempre con esa duda?

La estrategia de ambos partidos tradicionales para igualar a todos los políticos en las responsabilidades por la crisis fracasaron, porque el progresismo y -digámoslo con todas las letras- Tabaré Vázquez no sólo colocaron al país y su destino por encima de todo sino que trasmitieron esa imagen. En política, muchas veces ambas cosas no coinciden.
La política no es topografía ni camuflaje, ni es demografía; los que la analizan desde estas agudezas se equivocan muy feo. En particular en Uruguay, uno de los países con más densidad política y atención de la prensa a estos temas. La política es navegación, es fijar el rumbo y saber gobernar la compleja arboladura de una fuerza plural, llena de matices, y sortear las tormentas. Que en estos cinco años se parecieron mucho a los huracanes.

El programa que adoptó el Frente y luego el EP-FA-NM no fue ningún corrimiento hacia el centro, fue la respuesta seria y bien pensada para construir la alianza social y política que podía sacar al país del pozo y ponerlo a caminar. Para construirlo, no sólo hay que tener bien claro y firme el pasado y la propia identidad, sino mirar por sobre las olas y divisar claro los obstáculos y el horizonte. Y así se hizo.

Triunfó la política, una línea política clara. Ante el plebiscito de ANCAP, en las elecciones internas cuando muchos analistas criticaron a Astori por no presentar su candidatura, no veían más allá de la inmediatez de una batalla que se libraba en varias etapas.

Y triunfó una campaña que -dando continuidad a esa estrategia política al otro día de las elecciones internas, exactamente al otro día- preparó a su gente con un análisis de amplio respiro, que miró más allá de la contingencia y los exitismos adversarios y siguió construyendo su camino, sin perder en ningún momento la iniciativa política.

Todas las movidas posteriores de Vázquez reforzaron esta estrategia y no deben verse aisladas. La designación de Astori, los viajes, los eventos programáticos, las giras interminables y agotadoras por el Interior. Y aquí una observación de justicia básica que la gente de a pie tiene clara pero, a veces, el sentido hipercrítico que hemos desarrollado no se detiene ante nada. Hay que recorrer seis veces todo el país en sólo un año, visitando realmente pueblos, localidades, barrios y grandes ciudades, para hablar en serio de una campaña nacional. Nunca la izquierda uruguaya hizo un esfuerzo de esta naturaleza como el que realizó la formula Tabaré-Nin. Y detrás de las estrategias hay que ser capaces de ponerle cuero, músculo y muchos quilómetros. Si no, es cháchara.

Porque el otro gran protagonista de esta batalla cívica, democrática, pero también de estados del alma debía ser la gente. Y la gente ocupó su lugar principal en toda la campaña. Creciendo desde el pie hasta llegar a desbordar todas las previsiones y las emociones. Las enormes multitudes, las caravanas, las banderas y el entusiasmo desbordante en esta época de escepticismos no son un capital electoral, son un enorme compromiso, una señal de la fuerza que se puede convocar y de la respuesta alegre, profunda y sentida de la gente. Me permito una licencia: ¡Vivan los uruguayos!

Las campañas de comunicación y de publicidad tuvieron un mérito: acompañaron correctamente y apoyaron esta estrategia política, no abrieron flancos y, por el contrario, reforzaron el discurso, el mensaje, el contacto con la gente.

Los que apostaron a que la diversidad del progresismo sería su debilidad y su tumba se equivocaron feo; se transformó en una fuerza potente y múltiple y así lo percibió la gente. Porque es la realidad.
Hay otra causa fundamental por la que ganamos las elecciones: porque no fallamos ni fracasamos en la Intendencia de Montevideo. Después de 15 años de gobernar la ciudad seguimos creciendo, y cómo... El balance fino habrá que hacerlo para mayo, pero el fundamental lo hizo la ciudadanía.

Hay también otros fenómenos que merecerán profundizar el análisis; por ejemplo, el papel de las principales figuras y fuerzas del progresismo, entre ellas la capacidad de conectarse con la gente que tuvo y tiene José Mujica. Algunos lo atribuyen a su sentido común y su capacidad de hablar de política desde la experiencia cotidiana y vital de la gente; yo creo que hay algo que va más allá, que es la capacidad de darle a la política un sentido de humanidad y de trascendencia que no se detiene en el poder y su ejercicio. A diferencia de Molière él habla de filosofía y lo sabe.

Esto no reduce en absoluto el papel que jugaron las principales figuras del progresismo en todo este proceso.

Y es de elemental justicia, en esta hora de victoria, recordar a los que nos trajeron hasta aquí, a los que no están, a los que entregaron sus vidas, su libertad y nunca su honor para construir esta victoria. De aquí para adelante la responsabilidad es sólo nuestra.

* Jefe de campaña del EP-FA