¡No, no hay que regatearle méritos! ¡Sin duda que es uno de los más inútiles funcionarios públicos de que se tenga memoria! ¡No sólo su puesto es provisional sino que su ejecutoria es cuestionable y hasta condenable! ¡Que lo digan los pobladores de Tambogrande-Piura y Cajamarca! En no poco debe haber pesado alguna de estas consideraciones, entre los congresistas, para no ponerse de acuerdo en lo que llaman consenso para apoyar su mediocre postulación continuista: ¡Walter Albán es un Defensor de juguete!
¿Qué debería hacer el Defensor? Pues defender al pueblo contra los abusos del Estado, que los hay so pretexto del progreso y la inversión. Sin embargo en Tambogrande, Piura, Walter Albán se ofreció como mediador cuando la ley preceptúa que debió haberse puesto del lado popular y pugnar por las causas de ese tinte indubitable. Pero no, a este tipejo los principios no le interesan gran cosa. Sólo este desmán en su conducta funcional debió haberle valido la expulsión de un cargo que le queda demasiado grande.
La historia es conocida. El pueblo de Tambogrande luchó contra la contaminación minera de Manhattan y las fuerzas oscuras asesinaron al líder de los agricultores, Godofredo García Baca, sin que hasta ahora exista un esclarecimiento absoluto del abominable caso. A Manhattan le fue cancelada la licencia y ahora está buscando que armarle un caso judicial al Estado peruano. ¿El mundo al revés, no?
Albán ha promovido con dinero del Estado tandas millonarias de propaganda a la Defensoría. Como el lector colegirá, siendo él, el ocupante precario de ese sillón, entonces la maniobra en tiempos de elección a cargo del Congreso, devino en una descarada promoción de su candidatura. Aún así, los legiferantes no han logrado el “consenso”, palabra mágica que arrebaña a perro, pericote y gato, para fletar un apoyo masivo hacia la ambición vanidosa de Walter Albán.
González Prada hablaba sobre las figuras y los figurones en un texto demoledor del mismo título. Aquí, en nuestros nuevos tiempos, y para variar, tenemos a la misma clase de parranderos que hacen fiesta y escarnio con los escasos fondos públicos, alimentando fanfarrias de premios que ellos mismos se dan o que se hacen dar. Si se escrutara con rigurosidad cuáles los “premios” obtenidos por la Defensoría, se encontrarían hilos de comunicación entre los que promueven y los que reciben y no pocas “asesorías” de amigotes y ONGs. Con la salvedad institucional que en Perú el espíritu de cuerpo posibilita que estas investigaciones jamás se lleven a cabo. O que se las encubra convenientemente.
Escribí semanas atrás y refiriéndome a Walter Albán que no tenía sentido siquiera considerar, un minuto más, la presencia indeseable de este mediocre en la Defensoría del Pueblo porque había incurrido en majaderías. Las instituciones no pueden ser chacras o cotos de caza privados para que unos pobres diablos esquilmen fondos o se hagan “decentes” con la complicidad repugnante de los medios de comunicación que endiosan a infelices y convierten en blanco lo que es negro y vituperable.
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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