Los altos mandos generalmente se unen bajo la voluntad y objetivos de la fuerza superior.

Al organizar nuevas relaciones no basta admitir el fin de tratados evidenciados por los hechos. Al TIAR (Tratado Interamericano de “Asistencia” Recíproca o Pacto Militar de las Américas. NR.), cuando hubo que aplicarlo en la Guerra de las Malvinas, se lo archivó. Su función real resurgirá en otro.

Aún es viable una política militar capaz de actuar al margen de la subordinación de pensamiento e intereses que caracteriza a la mayoría de ejércitos de América.

El derecho internacional avanzó en procedimientos orientados a la solución de conflictos. Sería importante tratar las hostilidades bélicas al margen del esquema del "enemigo interno” -que estimuló y encubrió crímenes en Centro América, Cono Sur- y que hoy la ideología del “enemigo global”, el terrorismo, podría multiplicar con creces.

Elevar las funciones de las Fuerzas Armadas en el cumplimiento de tareas sociales -no señuelos en pos de subrepticios respaldos sino comprensiones de la causalidad que tienen las confrontaciones más agudas - conforma en la actualidad la más importante misión de las armas.

Esto ofrecería un horizonte esperanzador a los pueblos de América. Nos alejaría de infames glorias imperiales, exterminios masivos pulverizados sobre la tierra repleta de insepultos.

De esos imperios nació la sentencia o dogma de que el poder es más respetable por el miedo que por la convicción. Prejuicio que, en momentos de descomposición social y de ecosistemas, exhibe la fugacidad, tragedia e inutilidad de su aplicación.

Genocidios y masacres en Irak han producido miedo suficiente para silenciar a la abrumadora mayoría de Estados.

La vanagloria por ese enmudecimiento no colabora en la formación de una visión científica de las necesidades de la especie humana, pero facilita tejer una estrategia con los hilos del absurdo para la dominación.

La destrucción de Irak y la apropiación de sus recursos no será el modelo de la política militar del mañana.

La guerra civil en Colombia reconocida “sin solución ni salida militar” va camino de convertirse en cementerio mayor al que hoy se dilata en Medio Oriente.

Si esas fuesen las guerras del siglo XXI, se malograría toda esperanza. Ni el equilibrio del miedo ni el desequilibrio que lo recrea conforman la libertad individual o colectiva ni el sentimiento de igualdad y respeto a la diversidad en que inevitablemente existen todas las especies.

Por supuesto, no es a las armas a las que cabe preguntar sobre el destino.

Es posible que la humanidad no sepa lo que quiere, pero hay certeza sobre lo que no quiere.

Fuente
El Telégrafo (Ecuador)