La elección presidencial norteamericana no ha sido para nosotros una sorpresa. George W. Bush permanece en la Casa Blanca como no podía dejar de ser.

En el año 2000 habíamos denunciado los fraudes masivos que permitieron al Sr. Bush alzarse con la victoria frente a su oponente Al Gore. Estas manipulaciones a gran escala han sido objeto desde entonces de profundas investigaciones, especialmente la del periodista vedette de la BBC, Greg Palast, publicada en la obra «The Best Democracy Money Can Buy», que aparecerá próximamente en francés bajo el título de «Démocratie Business».

Recordemos el principio del escrutinio. Los Estados Unidos no son una democracia, sino un estado federal. La soberanía no pertenece al pueblo, sino a los estados federados. Cada estado dispone de una cantidad de Colegios Electorales o Votos Electorales proporcional a su población. Con el tiempo, los habitantes negros y los indios han contado tanto como los blancos para el cálculo de esta proporción. Cada estado determina, según sus propios procedimientos, cómo designa a sus Colegios Electorales o Votos Electorales.

En el pasado, algunos dejaban esta decisión a discreción del gobernador, mientras que otros la ponían en manos del Congreso local. Con el transcurso del tiempo, todos los estados federados han decidido recurrir al sufragio universal. Desde hace unos cuarenta años, las mujeres y los negros tienen derecho al voto. En 2000, algunos gobernadores, principalmente Jeb Bush, en La Florida, alteraron el escrutinio en su estado mediante fórmulas clásicas: falsificación de las listas electorales, robo o completamiento de urnas.

Cuando Al Gore hizo la denuncia ante la Suprema Corte de los Estados Unidos, esta se declaró incompetente para juzgar las prácticas internas de un estado federado. Por el contrario, en un fallo memorable, consideró que dado que se había respetado el principio de la consulta, la voluntad divina había podido expresarse...

La prensa europea no captó la intríngulis de esta elección. Bromeó acerca de un conteo manual prolongado, sin comprender lo que estaba en juego y que no era más que la contradicción entre una constitución arcaica y la voluntad legítima de un pueblo de escoger sus dirigentes.

Pero cincuenta años de Guerra Fría hicieron creer a los europeos que los Estados Unidos eran una democracia, mientras que los «Padres Peregrinos» abandonaban la filosofía de las Luces más que la persecución religiosa y los autores de la Constitución, con James Madison a la cabeza, expresaban su odio a la democracia.

James Madison

El conteo de votos, organizado por algunos medios de prensa y organizaciones tras la proclamación de los resultados oficiales, demostró sin lugar a dudas que el Sr. Gore había obtenido el mayor número de votos tanto en La Florida como a escala federal. Según las leyes de La Florida, hubiera podido contar con los Colegios Electorales o Votos Electorales de dicho Estado y ser así elegido presidente de los Estados Unidos, pero no fue así y pocos se conmovieron por eso.

George W. Bush fue investido mientras era abucheado por la multitud. La prensa europea se refirió a él como a un presidente «mal electo», haciendo creer que había sido llevado al poder por una minoría que aprovechaba el efecto deformante de un escrutinio indirecto, cuando en realidad esto había sido posible mediante el fraude.

Posteriormente, denunciamos la explotación que hacía la administración Bush de los atentados del 11 de septiembre de 2001 para acreditar la tesis de un complot islámico mundial, así como para justificar una suspensión de las libertades individuales en los Estados Unidos y una serie de agresiones exteriores, contra la población afgana primero y contra Irak después.

Nuestros colegas franceses se rieron de nosotros cuando anunciamos el proyecto de invasión a Irak. Fuimos calificados como partidarios de Saddam Hussein cuando confirmamos que los informes de la ONU establecían que Irak no disponía desde hacía una década de armas químicas o biológicas y que nunca había tenido armas nucleares. Fuimos estigmatizados como antiestadounidenses cuando denunciamos la práctica de la tortura en Bagram y Guantánamo. Desgraciadamente, en cada caso, la evolución de los acontecimientos nos dio la razón y los que nos insultaban no han tenido más remedio que aceptarlo.

Igualmente, ante la elección presidencial de 2004 planteamos el postulado de que un equipo llegado al poder mediante el fraude y habiendo ejercido este poder para suspender las libertades fundamentales no aceptaría abandonarlo contra su voluntad. A partir de ello, esta elección sólo podía ser una nueva farsa, una simple representación para legitimar un resultado conocido de antemano.

Desde el mes de enero explicamos en estas columnas que el recurso a máquinas de votar para 36 millones de electores hacía imposible cualquier verificación de los resultados. Por eso rechazamos entrar en un debate que no tiene razón de ser. Colegas norteamericanos nos han pedido que publiquemos artículos sobre los fraudes de 2004, pero si numerosos indicios los atestiguan, es imposible evaluar su magnitud y por lo tanto concluir si han modificado significativamente el resultado.

Al mismo tiempo, se presume la sinceridad del escrutinio en numerosos estados, pero es imposible para las autoridades demostrarlo. El sistema ha sido concebido para que no pueda conocerse la verdad y para que el Sr. Bush sea electo aunque voten los electores.

Los que denuncian el fraude de 2004 tienen un combate de atraso. El problema no es un trucaje momentáneo, sino la profunda transformación del sistema político estadounidense desde hace cuatro años. Ya es hora de abrir los ojos en cuanto a la naturaleza del régimen de Bush y de dejar de criticar sólo los aspectos de los que se es víctima. Es inmoral quejarse de haber sido víctima del robo de la boleta electoral cuando, al mismo tiempo, hay un millar personas detenidas secretamente en el país y un ejército sobre equipado aniquila la población de Faluya.

La campaña electoral más costosa de la historia de la humanidad no tenía como objetivo elegir a un candidato, sino únicamente dar a los estadounidenses y al mundo la ilusión de un proceso democrático. La prensa occidental se complació en imaginar una victoria de John Ferry que hubiera hecho presentable al monstruo estadounidense. Esto no sucedió y la realidad está ahí: los Estados Unidos, nuestro aliado durante dos guerras mundiales y la Guerra Fría, encarnan hoy todo lo que combatimos junto a ellos en el pasado.

Asustada ante la verdad, la prensa occidental acepta todas las mentiras y se hace eco de toda la propaganda. Así, los principales diarios han afirmado durante estos días que el Sr. Bush había adquirido por fin la legitimidad que le faltó en el año 2000. Como prueba: había sido «el presidente electo con mayor cantidad de votos» en la historia de su país. Es evidentemente una presentación falaz que no toma en cuenta el desarrollo demográfico. Llevada a porcentaje se revela lo contrario: a pesar de todas las alteraciones, el Sr. Bush sólo obtuvo 51%, la cifra más baja desde Woodrow Wilson hace cerca de un siglo.

Mostramos en estas columnas que las elecciones locales que se desarrollaban igualmente el 2 de noviembre fueron favorables a los republicanos y, en el interior de partido, a los extremistas contra los moderados. Así, un presidente ilegítimo puede apoyarse ahora en un Congreso ampliamente ganado para su causa.

La pesadilla a la que asistimos se inició en realidad hace cuatro años.

Este artículo apareció originalmente el 9 de noviembre 2004 en el Réseau Voltaire