Jorge Sanjinés acostumbraba a abofetearnos con cada una de sus producciones, pero con Los hijos del último jardín sólo le alcanza para un par de sopapos.
La última película del laureado director es un repaso a las viejas taras de la sociedad boliviana; sus conflictos, frustraciones y escepticismos vuelven a patentarse en la pantalla a través del lente de denuncia que el cineasta mantiene fiel a su estilo. Pero la nueva realización, sin dejar de ser una producción contundente, dista del conjunto de películas que hacen a la filmografía de Ukamau, o sea, Sanjinés.

Desde el punto de ataque, queda claro que la película no dejará apreciar la belleza estética que siempre sugirió el creador del plano secuencial integral. La grabación en formato digital, con sus limitaciones en cuanto a la nitidez y alteraciones en la iluminación, nunca sustituirá a la calidad del celuloide, y ello se advierte en este largo que por momentos parece acercarse de manera imprevista a la escuela Dogma.

Pero es el libreto, como debería suceder con toda película razonable, el fuerte de la nueva propuesta. La trama se teje en torno a la historia de cuatro jóvenes que roban a un político corrupto, y desde ese inicio con ritmo acelerado es inevitable la asociación del guión a los hechos de convulsión político-social del pasado año, que en conjunto vuelven a sustentar la doctrina del “cine junto al pueblo” que acuñó el director en la década de los años 70.

Cámara en mano y mediante flash backs o raconttos, la narrativa discurre en paralelismos que conducen a un clímax hecho carne en virtud a la autenticidad y cercanía de las imágenes. La edición final tiene aquel objetivo pues, a diferencia de los planos generales y secuenciales a los que el director recurría en filmes como Ukamau o La nación clandestina, las escenas de Los hijos... no mantienen aquel rigor debido a los cortes de plano que aceleran el hilo narrativo. En ese sentido, la sumersión es tal, que el gas lacrimógeno en algunas imágenes parece colarse por las butacas de la sala.

Sanjinés, exigido por el relato, vuelca su historia en los recovecos urbanos sin descuidar la majestuosidad de la naturaleza andina, en una clara alusión a su habitual reverencia por las culturas prehispánicas que queda evidenciada además en varios de los pasajes de la película. Los paralelismos nos permiten percibir la pasividad y quietud de los paisajes naturales, y el caos y polución predominantes en los centros urbanos. Con aquellos ambientes reales, la participación de diferentes protagonistas en esos días de revuelta como Evo Morales, la fallecida Beatriz Palacios o el periodista Gonzalo Rivera, y los centenares de campesinos y trabajadores que hacen de extras tal vez sin saberlo, Los hijos... alcanza a tocar las fibras sensibles del espectador.

Toda esa carga manifiesta, que podría encasillar a la obra dentro del realismo crítico-social, hace innecesaria algunas justificaciones de sus protagonistas, una extrañeza en el cine de Sanjinés si recordamos el argumento de sólo una de sus películas.

El jardín y la cosecha

La actuación de los personajes principales es por demás elocuente y muy bien encarnada. Es de suponer que los actores contribuyeron con su cosecha, especialmente en el caso de Luis Bolívar, camarógrafo de un canal de señal abierta que cubrió sacrificadamente los conflictos de febrero y octubre del 2003, y de Alejandro Zárate, conocido simpatizante de los ideales de izquierda cuyo discurso irritado a la vez de desilusionado parece ser propio. Lo de Néstor Peredo es sencillamente emocionante, más allá de su dolido deceso, aunque sus escasas intervenciones nos dejan con sabor a poco.

Pero también hay casos en que la actuación no se encuentra a la altura del resto, y los estereotipos le juegan una mala pasada al argumento. Fátima Sánchez es la Tatiana Aponte de Chuquiago en su palacete de la zona sur, y los indios siguen descolgándose de las laderas de la hoyada conviviendo con su cotidiana miseria. Juan Pablo Urioste logró desgarradores planos de las marchas de campesinos y jubilados en el altiplano. Una de aquellas escenas, en que dos ancianos interpretan el K’alanchito de Savia Andina, con su estrofa de “papacito, pancito”, es estremecedora a la vez de inquietante.

El paralelismo entre la cosmovisión andina y la decadencia de un sistema occidentalizado es la lucubración moralizante del guión de Sanjinés. Una cultura incorruptible y verdaderamente democrática, a contracara de una sociedad podrida e infestada de vicios en su alocada carrera por la escala social y hacia el poder.
La película, que sentencia con la frase Markasan Chamapa (La fuerza de nuestro pueblo), también toca las mañas del sistema burocrático, el sensacionalismo mediático, el abatimiento en un sistema de exiguas oportunidades, el escepticismo de las nuevas generaciones, y la disyuntiva entre los placeres del dinero y las privaciones de una conducta digna. Todo ello envuelto en el mantel de la Bolivia desahuciada, miserable, y sin perspectivas de vida, por un lado, y en la Bolivia bacán, moderna, y corruptiblemente institucionalizada, por el otro. Es el país de hoy. Son los hijos del último jardín.

Ficha técnica:
Dirección, argumento y guión: Jorge Sanjinés
Edición: Milton Guzmán
Cámara: Juan Pablo Urioste
Sonido: Juan Guaraní y Gustavo Portocarrero
Producción ejecutiva: Beatriz Palacios
Música: Óscar García y Roberto Alba
Género: Drama. Duración: 110 minutos.

Una filmografía exitosa

Luego de estudiar Cinematografía en Santiago de Chile, Jorge Sanjinés retornó al país a principios de la década de los 50. En 1966 dirige su primer largometraje, Ukamau (Así es, en aymara), considerada una de las joyas de la cinematografía mundial, premiada en Cannes, 1967. Tres años después realiza Yawar Mallku (Sangre de cóndor, en quechua), premios Timone D Oro en Venecia (1969), Georges Sadoul en París (1969), Espiga de Oro en Valladolid (1970). Esta película, además, es considerada una de las imprescindibles de la cinematografía mundial por parte de la UNESCO.

En 1971 se presenta El coraje del pueblo. La cinta obtiene los premios al Mejor Filme de la Settima Mostra Internazionale di Pesaro, Italia (1971), OCIC del Festival Internacional de Berlín (1972).

Exilio por la dictadura de Banzer, Jorge Sanjinés realiza en Perú en 1974 El enemigo principal (Jatun Auka) y en Ecuador, filma ¡Fuera de Aquí! (Lloksy Kaymanta!). De regreso al país, realiza en 1983 Las banderas del amanecer, codirigida por Beatriz Palacios. Gran Premio Coral Sección Documental del V Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana, 1983.

En 1989 filma la que muchos consideran su obra cumbre, La nación clandestina. Gran Premio Concha de oro del XXXVII Festival Internacional de cine de San Sebastián, España; Premio Especial del Jurado del IX Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana, y Premio Glauber Rocha concedido por los corresponsales extranjeros acreditados al festival de La Habana.