Hace años que Perú carece de Defensor del Pueblo efectivo, real, genuino portaestandarte de los fueros populares ante los abusos del Estado. Por el contrario, tiene en el mediocrísimo papelón cumplido por el fatuo Walter Albán al vulgar constatador de todos los sucesos, al notario oficioso o el que llega siempre tarde luego que todo ha ocurrido, porque eso es lo que sucede desde hace mucho tiempo. ¡Después de burro muerto, pasto! dice el refrán callejero.

Por eso, cuando el titular del Congreso, Antero Flores-Aráoz, sostiene que pondrá el asunto en debate y que procurará, además, un consenso para la elección, con 80 votos, del Defensor del Pueblo, hace bien. Ciertamente, habría que conocer de manera pública quiénes son los candidatos para opinar y lapidar a los reeleccionistas que no tienen vergüenza y que han usado la Defensoría en auto-propaganda como el caso de Albán a quien hay que recordarle que lo ¡Dios no da, Salamanca ni todos los dólares del mundo, lo prestan!

Cuando los sucesos, en años pasados en Tambogrande, Piura, entre los agricultores de la zona, protestantes contra Minera Manhattan, contaminadora y abusiva empresa hoy reclamando millones de indemnización al Estado peruano, Walter Albán mutó de Defensor del Pueblo en “mediador”. ¿Quién le dijo a este individuo que podía hacer lo que la ley dice de manera puntual que no debe acometer? Hasta hoy no responde las múltiples preguntas que se le ha hecho de manera pública.

En Cajamarca, Albán cumplió un papel demasiado “amistoso” con Minera Yanacocha. Y los sucesos a posteriori dicen que su participación fue insuficiente, mediatizada, ineficaz, porque el pueblo ha seguido protestando ¡y de qué manera!

Cuando la violencia en Ilave, el único, el más ilustre y el más egregio ausente, fue, ¡por supuesto! el Defensor del Pueblo, Walter Albán, y la sangre corrió en Puno. Casi siempre llega a posteriori y con papelitos y análisis y ¡eso sí! cámaras de televisión que dan cuenta de sus expresiones sabihondas y reflexivas, como si el Perú necesitara de filosofía barata para explicar sus sinrazones de pobreza extrema y descontento explosivo. El país demanda un Defensor del Pueblo, no un bombero frustrado y con extraordinarias y deplorables mediocridades a ojos vista.

El abogado Vladimir Paz de la Barra ha dicho que, entre otros cargos, la Defensoría del Pueblo, tambien debería ser pasible de elección popular. Es interesante su punto de vista. Pero para que ello ocurra habrá múltiples ocasiones. Hoy por hoy, se requiere de un Defensor del Pueblo, enterizo, noble, valiente, intelectualmente sólido. Walter Albán ha dado convincentes muestras que no posee ninguna de estas condiciones. Es un logrero y un ganapán burocrático y nada más.

Con 80 votos el Congreso debe escoger al Defensor del Pueblo. Pero, eso sí, es menester exigir, a esta muy devaluada institución, que haga algo bueno en medio de tantas torpezas y que descarte de plano a los aventureros y a los fracasados. Entre los primeros hay que ver a los postulantes; entre los segundos, Walter Albán es uno de los más grises y prescindibles. Amén que jamás tiene la hombría de responder los cuestionamientos a su pálida gestión por así llamarla.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!