Meses atrás en el Congreso, el postizo Defensor del Pueblo, Walter Albán, no alcanzó los 80 votos de ratificación de cometido. Por tanto, ¿qué hace donde no debe estar por la obvia razón de falta de respaldo? Este señor, por un decoro que parece serle más bien extraño y ajeno, no se ha ido a su casa. ¿A quién representa quien no es consagrado como la ley preceptúa que debe serlo por una cantidad de votos legislativos?: ¡a nadie! Digo: ¡fuera Defensor apócrifo!

Albán se presentó ante el Congreso, la misma institución que no le dio su mandato expreso, a pedir más dinero para la Defensoría. Alega que éste servirá para: cubrir el proceso de consolidación de las oficinas de Defensoría en todo el país, el seguimiento a las recomendaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) y, además, la supervisión del proceso de descentralización, entre otros. ¿Qué legitimidad posee quien no la obtuvo en las urnas parlamentarias que tenían la obligación de ratificarlo? Al no haberlo hecho, Albán, fue en realidad, censurado. Actúa como legítimo y ¡no lo es!

¿Qué espera el Congreso para poner en debate este asunto de la Defensoría del Pueblo? ¿O hay alguna maniobra para dejar “dormir” el tema y postergarlo para las calendas griegas? En buen castellano, para un futuro negociable, negociado en conciliábulos y funcional al gobierno y a los que quieren que todo siga como está con Walter Albanes y mediocres por el estilo. Esto se contradice directamente con lo expresado por el presidente del Congreso, Antero Flores-Aráoz en días pasados. A menos que él también haya cambiado súbitamente de opinión.

El pueblo peruano tiene que entender que la Defensoría existe ante los abusos del Estado y que para el ejercicio leal e integérrimo de estos fueros se requiere de gente preparada y divorciada absolutamente de ambiciones fatuas, diplomitas mandados a hacer para la ocasión y homenajes a granel, sólo por la vanidad de verse en las fotos y en los medios. El paso de Walter Albán por la Defensoría se resume en lo antedicho y esto es tristemente célebre.

En lugar de Defensor del Pueblo, Albán ha sido un simple constatador de desgracias. Notario oficioso de sucesos y pregonero de soluciones cuando las tragedias ya ocurrieron. ¡Esta es la clase de garrapatas sociales que Perú no necesita: narcisos, pagados de sí mismos y de un auto-endiosamiento que unos pocos dólares, vía publicidad, prodigan los medios favorecidos! Aquí cualquier imbécil pasa de simple viandante palurdo a estratega y analista y los ejemplos están en cualquier diario.

Como deber irrenunciable, so pena de condena moral y política, el Congreso tiene que acometer este intríngulis de la Defensoría del Pueblo. Darle las gracias a Walter Albán, si quieren, ¡regálenle un diplomita! y que se vaya a mamar buenos sueldos a otra parte. Su mentor, Jorge Santistevan de Noriega trabaja ahora para esa empresa ladrona que es Telefónica del Perú. ¡Un cambio a todas luces ventajoso! ¿No?

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!