Carlos Cruz-Diez, Fisicromía Nº 2022, 1980

"...El trabajo puede ser una
simple manera de sobrevivir,
o ser la parte más significativa
de la vida interior de uno..."

C.W. Mills

Historia, cultura y conciencia de clase

La alienación, decía Mills [1], es un lamento y una forma que tiene la persona de colapsar en la autoconmiseración, una excusa personal para justificar la ausencia de voluntad política, la complacencia en ser dominado. En el surgimiento de esta actitud, tiene una gran importancia el culto a la individualidad establecido durante la IV República, donde el individuo aislado no tenía capacidad para saber lo que verdaderamente estaba ocurriendo en su entorno social.

Existía lo que llamaba Mills, un abismo entre los hombres y mujeres como tales individuos, por una parte, y los eventos y decisiones del poder, por la otra. Este abismo era llenado por los medios de comunicación, los cuales, transformaban la información en slogans políticos, en informaciones atomizadas, en un universo de estereotipos que suplantaban la realidad objetiva ante la cual reaccionaban los individuos.

En la IV República, la avalancha de informaciones fragmentarias no podía ser analizada por el individuo, sino en términos de los estereotipos y los slogans difundidos por los medios para beneficio del puntofijismo, tales como la presumida igualdad de todos(as) los(as) venezolanos(as), la igualdad de oportunidades, la paz social y la unidad garantizada por la inexistencia de la lucha de clases, proceso que contribuyó a la creación de una falsa conciencia tanto entre las clases populares, como entre la clase media y la pequeña burguesía.

La conciencia de clase se entiende como la conciencia política que uno tiene sobre la pertinencia de sus propios interes de clase, en oposición a los intereses de otras clases sociales: una clase en sí misma, se transforma en una clase para sí misma; por ello Luckas hacía una distinción entre conciencia en sí y para sí [2].

Ello supone también que existe la identificación de uno con sus propios intereses de clase, el rechazo a los intereses de otras clases que uno considera como ilegítimos, y la capacidad para utilizar los medios políticos colectivos para alcanzar los objetivos de los intereses de su clase.

La contradicción entre conciencia individual y la conciencia de clase, dice Lukacs, no es en absoluto casual, ya que el carácter práctico y activo de la conciencia de clase, aparece como un principio que influye directamente en las acciones de cada individuo, de cada colectivo social y que, simultáneamente, codetermina conscientemente su desarrollo histórico.

La conciencia de clase es producto de la mediación concreta entre la sociedad y su Historia y entre la sociedad y su Cultura. Debemos destacar aquí la noción de que las clases dominantes para lograr precisamente la dominación, imponen como los únicos válidos y posibles sus ideas, conceptos y modos de ver el mundo, su conciencia que se convierte para los dominados en falsa conciencia.

Es precisamente esa falsa conciencia, la que les impide intervenir en el curso de la Historia mediante acciones conscientes. De ella se deriva la separación entre el ser real y la manera cómo se piensa sobre esa realidad, entre la teoría y la práctica. Es justamente la internalización de la falsa conciencia la que permite el surgimiento de burocracias gubernamentales, de partidos o movimientos políticos que no tienen capacidad de mediar entre los colectivos sociales y la actividad de las clases sociales a las cuales pertenecen.

Ser políticamente indiferente es estar alienado de todos los símbolos políticos, alienado de la política como una esfera de lealtades, demandas y esperanzas. Ni los eventos objetivos ni las tensiones internas cuentan en la conciencia del indiferente político, lo cual existe, sobre todo, en aquellos individuos que tienen posiciones de clase menos seguras, con una actitud hacia el menor compromiso, al mínimo de sacrificio y de dedicación personal orientado a cumplir trabajos insignificantes, a los logros personales que producen gratificación inmediata y diversión.

El liderazgo de la revolución bolivariana debe entender que la identificación activa de las clases populares con sus intereses de clase sólo puede realizarse mediante la interpretación histórica de su proceso de gestación, de la aceptación de sus formas culturales, de manera que se dé la identidad social, expresión ideológica que permite la unidad de los colectivos Autores como García Canclini [3] plantearon en su oportunidad que, para que las tradiciones culturales puedan ser utilizadas para legitimar a los colectivos que las construyeron o se las apropiaron, es necesario ponerlas en escena.

Marisol Escobar, El avión, 1983

En nuestras sociedades, la Cultura ha sido predominantemente visual. Ser culto, según ello, es la capacidad de aprehender un conjunto de conocimientos, en gran medida icónicos, sobre la propia Historia, de participar también en los escenarios donde los otros, los grupos hegemónicos hacen también que la sociedad se dé a sí misma el espectáculo de su origen. El patrimonio cultural, fundamento de la identidad tanto cultural como de clase, solo podría llegar a existir como potenciador de la fuerza política en la medida en que sea teatralizado en conmemoraciones, monumentos y museos.

La política cultural de Estado de la IV República ignoró crasamente los museos de historia venezolana, congruente con su política de desnacionalización de nuestro país, favoreciendo la creación y desarrollo de los museos de plástica o de arte en general. La política cultural de la Vta, continúa obviando el papel fundamental que deben jugar los museos de historia en la construcción del proyecto político bolivariano, en la mediación entre la cultura y la historia para consolidar la ideología del cambio revolucionario.

Es imperativo crear un sistema nacional de museos de Historia, Ciencia y Tecnología donde participe no sólo el Ministerio de Cultura, sino también, por lo menos, el de Ciencia y Tecnología y el de Educación. La creación de museos escolares de contenido similar, deben ser también parte de este sistema, como apoyo didáctico a las escuelas bolivarianas, incorporando a los maestros en las tareas de investigar, conocer y representar la realidad social de las comunidades donde se implantan las escuelas. [4]

La mayoría de la población venezolana vive en áreas urbanas. A su vez, la mayoría de la población urbana vive en ghettos empobrecidos, excluidos generalmente del disfrute de bienes tan normales para la minoría tales como agua potable, servicios de recolección de basura, seguridad personal, excretas, teléfonos, transporte, servicios bancarios, recreación, trabajo y formación para el trabajo... Las misiones, como por ejemplo Barrio Adentro, han contribuido extraordinariamente no sólo a elevar los niveles de salud en dichas comunidades, pero también a organizar la cooperación solidaria.

Sin embargo, la gente de los ghettos necesita también conocer su historia local para afirmar su identidad social, cultural y política, y con ello su conciencia de clase. Para tal cosa, sería necesario establecer un programa de museos comunitarios que permitiese a dichas comunidades indagar sobre su historia local, sobre los elementos culturales de su identidad local y representar en imágenes e íconos los referentes de su vida social y cultural. Ello, por otra parte, contribuiría a romper la falsa conciencia creada por la propaganda política y las telenovelas que se transmiten por televisión.

La política cultural de Estado debe tener diversas alternativas frente a los variados problemas que confronta la creación del proyecto político bolivariano, particularmente las amenazas sociales y culturales que plantea la cultura de masas televisiva para la conciencia social de las comunidades menos favorecidas. Junto con los museos de comunidad, sería necesario promover, legitimar y estabilizar sus estilos de vida, particularmente las expresiones laborales, artesanales, comerciales, recreativas, artísticas, cooperativas y creativas en general que los integran.

Ello tendería a mostrar a dichas poblaciones, que sus comunidades no son un simple apéndice cultural de los barrios de clase media o alta, un reservorio de mano de obra no calificada para cubrir los servicios domésticos o las demandas laborales de dicha clase, sino, por el contrario, comunidades con autonomía histórica, relegadas hasta ahora a un papel subalterno que no es producto de un hecho natural, sino social: la injusta distribución de la riqueza, de las oportunidades de llevar una vida exitosa. Se rompería así esa larga cadena de generaciones que han vivido sempiternamente en la pobreza y la ignorancia y la falsa conciencia que les ha hecho creer que es natural que haya ricos y que ellos sean pobres e ignorantes.

Crear conciencia sobre una cultura del trabajo y la producción, de la creación, de la solidaridad social, de la participación en la vida política y la toma de decisiones sobre el futuro de las comunidades, permitiría sentar las bases para una autonomía de la vida social de las mismas, darles las herramientas para construir una vida autosuficiente, cada vez menos dependiente del asistencialismo estatal que si bien es una ayuda coyuntural necesaria, no puede ni debe ser la característica de su relación con el poder municipal o nacional, ni tampoco con las iglesias ni las otras clases sociales.

Una política de Estado similar debería ser planificada para las comunidades de clase media del este de Caracas y sus equivalentes del resto de Venezuela, que poseen muchas veces los medios económicos, pero cuya vida de relación social, el disfrute del ocio y el tiempo libre se cirscuncribe mayormente a la pobreza mercantil y cultural de los centros comerciales.

Burocratismo e indiferencia política

El presidente Chávez ha expresado en diversas ocasiones, su profunda angustia por la ausencia de una verdadera conciencia revolucionaria en funcionarios que supuestamente respaldan el proceso de cambio histórico. Los heroicos esfuerzos desplegados por el Presidente para estimular un cambio en la mentalidad de esos funcionarios, frente a la indiferencia que muestran ante el incumplimiento de las tareas que les impone su participación en la revolución bolivariana, es loable. Pero es necesario que no sea solamente su innegable carisma, su voluntarismo, el motor de la necesaria transformación cultural para que se dé el cambio social que debe producirse, como tampoco los latigazos que nos propinan la oligarquía fascista venezolana y el imperialismo.

Trascender la IV República, es dejar atrás el perverso proyecto político, llevado a cabo a través del proyecto cultural que castró las posibilidades y las capacidades sociales y técnicas de la población venezolana, particularmente de los sectores con una situación de clase menos favorecida. Ese proyecto político, no debemos olvidarlo, se apoyó en una política cultural totalmente divorciada de su mediación histórica, propiciando en los(as) venezolanos(as) el surgimiento de una conciencia presentista que privilegia los logros personales inmediatos, pragmáticos, utilizando el menor esfuerzo posible.

Ese proyecto cultural aparece en el escenario venezolano desde las postrimerías del siglo XIX, cuando los sectores dominantes transnacionales de entonces, y sus expresiones burguesas locales, se dieron cuenta de la necesidad de contar con una población apática e indiferente al destino colectivo, como manera de poder apoderarse de las riquezas del país de forma pacífica. Pero, es en la IV República durante el puntofijismo, cuando tal proyecto cultural logra sus objetivos fundamentales: neocolonizar y desnacionalizar a la mayor parte de la población.

Las élites gobernantes del siglo XIX consideraron que la cultura de los sectores populares, de la mayoría del país, fuertemente enraizada en el pasado precolonial y colonial, era incompatible con su búsqueda de la modernidad. Fue necesario para esas élites, entonces, construir una nueva memoria histórica, inventar nuevas tradiciones y nuevos referentes culturales de identificación. Satanizaron y estigmatizaron todo pasado, toda la historia precedente y toda expresión de singularización, de especificidad cultural, como la única vía para alcanzar una modernidad; en ese proceso, occidentalizaron de la cultura, como sinónimo de cultura universal.

Esa política cultural del Estado venezolano alcanza su máxima expresión durante el puntofijismo, cuando se redujo la cultura venezolana a las expresiones de las bellas artes. Como concesión graciosa, cedió un espacio para la presentación de las creaciones populares, denominándolas folklore.

A partir de los años sesenta no solamente se ejecutó tal política a través del Inciba y luego a través del Consejo Nacional de la Cultura (Conac), sino también de todos los ministerios que representan, de diversas maneras, las expresiones sectoriales de la cultura venezolana. Con esa visión reducida en mente sobre lo que es la Cultura, resulta casi imposible hoy día que los/as venezolanos/as comprendamos qué tienen de cultural nuestras actitudes hacia el trabajo, nuestra falta de solidaridad social, nuestra vergüenza étnica, nuestro comportamiento cotidiano en el tráfico, nuestros hábitos políticos, nuestro desconocimiento de la historia.

Para la gran mayoría de los/as venezolanos/as, cultura es equivalente a espectáculo, diversión y contemplación, sea de obras de arte, conciertos de música académica, obras de literatura, como también toros coleaos, música en templetes o bailes de tambores. Muy pocos(as) pensamos que creamos cotidianamente cultura y que, al hacerlo deberíamos participar de ella y en ella, y que, asimismo, debemos asumir nuestra responsabilidad en el destino del país que esa cultura contribuye a crear.

Cuando -como ha dicho el Señor Presidente- un alcalde escoge tomar licor, parrandear con un terrateniente en lugar de asistir a una reunión con organizaciones vecinales, comunales o municipales, o con el mismo Presidente, está privilegiando sus intereses particulares con el poder económico de la clase dominante, sobre los intereses de la clase mayoritaria, del colectivo que lo eligió para el cargo.

Ello podría catalogarse como corrupción. Podemos ver cómo la falsa conciencia incide en la capacidad de los funcionarios para entender su estatus de líderes políticos dentro de un proceso de cambio como el actual, subordinando sus funciones a la del terrateniente que incumple los preceptos constitucionales y enfrenta uno de los postulados fundamentales de la revolución bolivariana -que supuestamente defiende el funcionario- como es la promoción de una nueva forma de propiedad agraria.

El presidente Chávez no puede ni debe tener que dedicarse a denunciar los casos particulares de corrupción, de indiferencia política. Debe existir una política cultural de Estado que promueva y legitime una ideología de la honestidad, de la solidaridad social, de la participación y de la corresponsabilidad en las decisiones que afecten el futuro de la sociedad venezolana. La política cultural no debe tener como finalidad solamente la promoción de la creatividad; debe tratar fundamentalmente de crear una conciencia histórica sobre la clase social, una conciencia reflexiva sobre sus contenidos y objetivos, una conciencia de la práctica que debe seguirse para lograr los objetivos de la clase.

Luchar contra el burocratismo, transformar la burocracia en una herramienta eficaz para la gestión del Estado, supone reconocer que los funcionarios son personas que se mueven en ambientes sociales y culturales específicos, que no son ajenas a las prácticas laborales que reflejan la secular indiferencia del ciudadano(a) ante todo lo que sobrepase su estrecho ámbito de intereses personales y familiares, asumiendo las más de las veces la falsa conciencia social de sus dominadores.

Diseñar la política cultural de Estado, requiere también pensar una cultura de la gestión administrativa que sea capaz de sobrepasar las concepciones negativas y estereotipadas sobre el servidor público, acostumbrado a ser funcionario representante del partido mas no del Estado ni de los ciudadanos que contribuyen para pagar su salario. Igual consideración debería aplicarse a la burocracia cultural.
Los funcionarios no son quienes crean la cultura que luego sería distribuida y llevada a la gente, particularmente de las clases populares, como si fuese una mercancía o una dádiva, parodiando el asistencialismo estatal en otras áreas de la administración pública.

La investigación cultural

Una de las áreas que deben ser privilegidas, es la investigación cultural. Sin un conocimiento actualizado de las diferentes dimensiones de la cultura venezolana y por lo menos la latinoameicana, el diseño y puesta al día de las políticas y acciones culturales dentro del proyecto bolivariano no tendría ninguna relevancia.
En el caso particular de los museos, sin programas propios de investigación, serían instituciones muertas, rutinarias y burocratizadas como las de la fenecida Cuarta República.

Es preciso investigar la pluralidad cultural y étnica de la sociedad venezolana, el producto cultural, la inventiva de la actividad científica, tecnológica y artesanal de la sociedad venezolana, el hábitat y la vivienda, las características de nuestra biosfera, las tendencias creativas del arte venezolano en sus diferentes dimensiones sociales, entre otros campos de conocimiento y actividad cultural, para que el diseño y planificación de las políticas de Estado constituya verdaderamente el reflejo de lo que la gente quiere y espera para tener acceso a una sociedad justa, a un presente y un futuro promisorios que nos incluya a todos(as) los(as) venezolanos(as).

[1C. WrigthMills. 1956. White Collar

[2George Lukács. 1975.Historia y conciencia de clase

[3Néstor García Canclini. 1984. Las Culturas Populares en el
Capitalismo.

[4Iraida Vargas-Arenas y Mario Sanoja. 1993. Historia, Identidad y Poder