La subordinación alcanzó niveles abyectos al comprometer a la Junta Interamericana de Defensa con el intervencionismo norteamericano, en la hostilidad contra Cuba, bendecir a las dictaduras militares, hacer a los ejércitos centroamericanos cómplices en la guerra sucia y más recientemente acompañar a los Estados Unidos en sus absurdas cruzadas en Afganistán e Irak.
Los anales de la desobediencia, se iniciaron con Fidel Castro, tuvieron destellos en la ejecutoría de movimientos militares nacionalistas en Panamá, Perú y Santo Domingo, encabezados por Torrijos, Velasco Alvarado y Caamaño, y ahora, por diferentes razones y con otros contenidos, emerge durante la recién celebrada VI Cumbre de Ministros de Defensa de las Américas efectuada en Quito.
El bando Monroe fue aplicado hasta el hartazgo y reforzado con la invención del Panamericanismo, plataforma ideológica que reforzó su hegemonía y que en 1890 condujo a la creación de la Unión Internacional de las Repúblicas Americanas, en 1910 a la Unión Panamericana y en 1948 en la OEA.
Desde entonces, la Doctrina Monroe estuvo vigente en los espacios latinoamericanos con la solvencia de las cosas de la providencia para, sumándose al sometimiento económico y al predominio político norteamericano, fundirse con la doctrina de seguridad internacional que emergió de la II Guerra Mundial a cuyo amparo, en 1942 fue creada la Junta Interamericana de Defensa y en 1947 se adoptó el Tratado de Río, instrumentos que redondearon el control norteamericano.
La Guerra Fría y la histeria anticomunista, artificialmente trasladadas al escenario latinoamericano, crearon tensiones que alimentaron la carrera de armamento y el militarismo. El Tratado de Río y la Junta Interamericana de Defensa, más que recursos de la seguridad internacional se convirtieron en ominosas herramientas para la represión interna, en amparo para el intervencionismo norteamericano y en excusa para la exacerbación de los diferendos entre los países latinoamericanos.
Con ese lastre, como quien se entra en el salón equivocado, apareció Rumsfeld en la Reunión de Ministros de Defensa de las Américas, insistiendo en la necesidad de diseñar una nueva arquitectura para la seguridad hemisférica. En esa cita, actuando a la antigua, Estados Unidos libró la convocatoria, puso la agenda y fijó las prioridades; a la OEA y a su Junta Interamericana, les correspondió repartir las invitaciones y a Ecuador, acomodar las sillas.
Lo que Rumsfeld llama nueva arquitectura de seguridad para la región es un plan que arrastraría a los gobiernos latinoamericanos al establecimiento de compromisos con un sistema de seguridad colectiva, que los involucrará en las aventuras militares de los Estados Unidos y que conllevaría a hacer por obligación lo que hoy hacen por vocación o error soldados latinoamericanos en Irak o Haití.
No menos perversa es la idea de redefinir los roles de los ejércitos latinoamericanos para, de una parte, convertirlos en destacamentos de gendarmería dedicados a luchar contra la delincuencia, el narcotráfico o en formaciones semejantes a los Boys Scout, incapaces de asumir la defensa de la soberanía nacional en la única hipótesis de contencioso probable que es, precisamente con Estados Unidos.
Por primera vez, las vanguardias políticas latinoamericanas tienen la oportunidad de unirse a los militares avanzados para defenderlos del proyecto norteamericano de balcanización. La doctrina Rumsfeld para convertir la Junta Interamericana de Defensa en un órgano operativo, crear destacamentos conjuntos, fundar comisiones de Seguridad Hemisférica y entidades civiles como los denominados Centro de Estudios de Defensa, es parte de un proyecto recolonizador global que incluye a las instituciones militares.
El proceso para relanzar la concertación militar de Latinoamérica con los Estados Unidos, adaptándola a los nuevos tiempos, comenzó en 1995 durante la Primera Reunión de Ministros de Defensa de las Américas, alcanzó grado de concertación política con el Consenso de Washington en 1989, y devino orgasmo institucional masivo en 1994 cuando, en la Cumbre de las Américas de Miami, otra vez los presidentes aceptaron que se colocara un signo de igualdad entre la seguridad de los Estados Unidos y la de Latinoamérica.
La diferencia entre Miami y Quito es que el signo de igualdad, fue sustituido por el de la diferencia. Por primera vez, varios grandes países, precisamente aquellos que cuentan con más sólidas tradiciones militares, tomaron distancia del enfoque tradicional al dejar claro, que los enemigos de los Estados Unidos y los de América Latina no son los mismos.
Esa precisión significa que si bien se acepta la existencia de problemas globales y de un compromiso general, no existe un enemigo común. No hay organización terrorista internacional que amenace a algún país latinoamericano, para la región la idea de un “conflicto de civilizaciones” es exótica, nadie en el área posee una sola arma de destrucción masiva, ningún credo religioso se mezcla con la política, ni hay excesos nacionalistas.
Muchos militares latinoamericanos están de regreso. En el pasado se les involucró en una supuesta lucha contra el comunismo, que no lograron visualizar porque los marxistas nunca fueron alternativa de poder ni factor de conmoción política, se les convirtió en represores con la pervertida idea de la seguridad nacional, que al presentar a todo opositor o critico del gobierno como enemigo de la nación, los enfrentó a la sociedad. Esta vez nadie se dejó embutir: la guerra contra el terrorismo, no es su guerra.
Brasil, Argentina y Venezuela, en temas puntuales secundados por otros países, abogaron el derecho de cada país a identificar sus prioridades en materia de seguridad y defensa, cooperar en la identificación de los aspectos comunes, ratificando el rol de las fuerzas armadas de cada país, que es la preservación de la soberanía nacional.
Nadie cayó en la trampa que representó la propuesta de crear una lista de grupos dedicados al terrorismo en América Latina, donde Estados Unidos aspiraba a incluir desde las guerrillas colombianas hasta los zapatistas, exonerando a la CIA.
De todas maneras, no hay que hacerse demasiadas ilusiones, Estados Unidos no tiene escrúpulos en jugar sucio y maniobrando al estilo del ALCA, puede avanzar en concertaciones por separado con algunos gobiernos para pasar de contrabando sus planes.
Rumsfeld, es reaccionario, no idiota y sabe lo que hace. Su esfuerzo en Quito debe evaluarse colocándolo en el contexto más amplio de las políticas hegemónicas norteamericanas, aplicando a cada escenario el tratamiento que a su juicio corresponde.
Mientras en Europa se trata de reconstruir consensos, en el Medio Oriente y Asía Central hacer guerras implacables, en América Latina, es preciso maniobrar para frenar el auge de algunos procesos políticos, que si bien no necesariamente contradicen su estrategia, no están bajo su control o le son adversos.
De todas maneras quien se comprometa en concertaciones vinculantes con Estados Unidos esta avisado de los riesgos que ello implica. Es preferible atender a Juárez cuando en respuesta a Monroe nos dejó el mejor legado: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
Ese no es el credo norteamericano
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